13 noviembre, 2012

Historias de esquiroles y otras formas de pillaje


El año 2002 se convocó una huelga general. Era el 20 de junio y donde yo trabajaba solo pudimos hacer huelga tres personas. El resto no podían secundarla porque a casi todos los profesores se les acababa el contrato el 30 de junio.  En aquella ocasión Aznar quería reformar las prestaciones por desempleo y se iba a impedir que los fijos discontinuos pudieran cobrar el desempleo. En mi centro de trabajo había dos chicas que tenían ese carácter de fijas discontinuas. En realidad no deberían serlo, ya que el único mes del año que pasaban sin trabajar en la empresa era agosto, mes en el que las enviaban al paro y las volvían a contratar en septiembre. Pensaban que aquella historia de la huelga no iba con ellas y el miedo que tenían al jefe les impidió sumarse a la huelga. Solo tres la secundamos, pero aquella fue un éxito, a pesar de los intentos de U.R.D.A.C.I. A los tres nos quitaron el salario del día y las chicas, que no habían perdido ni un céntimo en la jornada, se vieron beneficiadas con nuestro esfuerzo.

Hoy me he encontrado con mucha gente que mañana irá a trabajar y no les puedo echar nada en cara, porque el miedo y la desesperanza están haciendo estragos. Pocos se han atrevido a decirme que están a favor de las medidas del gobierno contra las clases trabajadoras y los desfavorecidos, pero ninguno se compromete a rechazar los beneficios que pudiera lograr el triunfo de la huelga. Si se consigue algo, una vez más, unos  habrán puesto la cara y otros puesto el cazo.

Sólo les pediríamos que tuvieran la suficiente vergüenza como para no reírse en nuestra cara. Se puede entender el miedo y hasta la inconsciencia, pero el pillaje a los propios trabajadores es lo más indigno del mundo.

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