26 junio, 2019

Lealtades y deslealtades



Ayer leíamos en este periódico que el gobierno británico estudia multar a las empresas que cobran más a sus clientes leales. Ser habitual de un bar, un restaurante o una peluquería te puede crear una relación de confianza que acabe beneficiándote con un descuento o una atención especial. En cambio, tener la misma compañía de teléfono móvil desde junio de 1999 me ha servido para todo lo contrario.



Una tarde me llamaron al teléfono fijo (a las cuatro en punto de la tarde, como siempre) y me ofrecieron una tarifa plana y tropecientos megas a mitad de precio del que pagaba en mi compañía. Ya estaba apunto de confirmar con mi grabación de voz el nuevo contrato y todo se vino abajo, porque quien me llamaba era la propia compañía de la que llevaba siendo cliente desde hacía más de 16 años. Aún me retumban sus palabras: “Entonces no va poder ser, señor, ya que esta es una oferta exclusiva para nuevos clientes”. ¿Qué pensarían ustedes si el camarero de toda la vida, el que les pone el desayuno en cuanto entran por la puerta, le cobrara la mitad a ese turista despistado que no volverá a pisar ese bar porque es un nuevo cliente?



Algo parecido me ha pasado con el seguro del coche. La misma compañía desde marzo 1992 hasta enero de 2019. Casi 27 años de lealtad y lo que me dicen es que si me voy un año a otra compañía, al año siguiente me podrán hacer una buena oferta como nuevo cliente. La lealtad no le sirve a la gran compañía, que da más valor a una gráfica con un leve incremento de nuevos suscriptores, antes que a la inquebrantable adhesión de quien le está apoyando toda la vida casi sin rechistar.



No es la lealtad un valor en alza en casi ningún ámbito de la vida, donde el “si te he visto no me acuerdo” se ha convertido en la frase más utilizada ante situaciones comprometidas. La deslealtad, en cambio, camina erguida por las calles y se vanagloria de sus logros. Los acuerdos se rompen antes de firmarse, la palabra dada es siempre envuelta en papel mojado y traicionar las promesas formalizadas es ya parte de unas reglas de juego que no están escritas pero que casi todos dan por válidas. 



Que haya justicia con quienes practican la lealtad es un asunto cada vez más complejo y que doy casi por imposible. Me contento con que, al menos, no se premie tanto a los desleales, a quienes mienten, a quienes engañan, a quienes dicen que jamás se juntarían con aquel indeseable pero acaban aliándose, a quienes dicen estar al lado de sus amigos pero no hacen más que despreciarles, a quienes utilizan diferentes varas de medir según sea el pedigrí de quien está delante, y a quienes cambian un digo por un Diego sin que el rubor asome por sus mejillas.  No sé  si estamos a tiempo.

Publicado en el diario HOY el 26 de junio de 2019


12 junio, 2019

Leyes para pobres


Imagino que todas las personas han pasado por situaciones en las que un gobierno, un parlamento o incluso un ayuntamiento han decretado una norma que les perjudicaba. En los últimos tiempos hemos tenido ejemplos para todos los gustos y recordamos rebajas de sueldos para trabajadores públicos, congelación de todos los salarios de convenio, aumento de tasas, endurecimiento de multas y sanciones, pérdida de derechos adquiridos y un largo etcétera.

Si eres una gran compañía, de esas que tienen un bufete de abogados a su servicio y que se refuerza cada temporada con fichajes de ex vicepresidentas y ex ministros, pues todo es más fácil: pueden comenzar a pleitear para que se proteja su seguridad jurídica y a buen seguro que en el Supremo encontrarán un juez o una magistrada dispuesta a defender los intereses de las clases más pudientes, porque quien cree que el 1 de octubre de 1936 ya no era Jefe de Estado Manuel Azaña sino el militar golpista es por un sesgo ideológico que debería ser causa de inhabilitación. Y conste que creo que los jueces pueden y deben tener opiniones personales de todos los colores, pero no transcribirlas en sus autos judiciales.

¿Y qué ocurre cuando una norma a quien favorece es a los escalafones más débiles del entramado social? Pues pueden ocurrir varias cosas. La primera es la puesta en marcha del artículo cero de todas las constituciones que en este país (y otros muchos también) hemos tenido: hecha la ley, hecha la trampa. No ha pasado ni un mes desde que se hiciera obligatorio el registro de la jornada laboral y ya me han llegado al oído las triquiñuelas urdidas para que todo siga igual, para que se continúen haciendo horas extraordinarias que no se pagan, que no cotizan a la seguridad social y que, por arte de birlibirloque, pueden acabar penalizando al trabajador que quiera que se cumpla una norma que le beneficia.

Pero quizá lo más preocupante que hemos vivido en los últimos tiempos es lo que está ocurriendo con la subida del salario mínimo a la exorbitada cifra de 900 euros al mes, una cantidad que en casi toda España no permite ahorrar prácticamente nada una vez descontados los gastos previstos y fijos de vivienda, agua, gas, electricidad, comunicaciones, alimentación, transporte, medicinas y facturas médicas (en caso de quieran hacértela). Y rece para que no le surja un imprevisto.

Mientras vemos que hay quienes se niegan a actualizar los convenios para cumplir con el nuevo SMI, uno se pregunta si los boletines oficiales no deberían tener un apartado de leyes para pobres, cuyo cumplimiento es más relajadito. Ya sabemos que los jueces se pueden reunir un domingo de agosto, si hace falta, para que se cumplan a rajatabla algunas normas y, en cambio, aquellas que benefician a los más débiles hay que estar peleándolas minuto a minuto sin que haya toga de oficio que salga en su defensa. ¿Y si los cimientos de la democracia estuvieran fallando por ahí?

Publicado en el diario HOY el 12 de junio de 2019

Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...