22 abril, 2020

Lo mejor y lo peor


Dicen que en las circunstancias extremas es cuando se ve de manera transparente cómo somos, que ante lo adverso se acaba sacando lo mejor de uno mismo. Nadie podía imaginar, cuando veíamos elevarse los cimientos de un hospital en Wuhan, que acabaríamos convirtiendo nuestros recintos feriales en hospitales de campaña. Mañana habremos cumplido una cuarentena literal y en este tiempo hemos admirado el esfuerzo del personal de la salud pública, de los transportistas, de taxistas que llevan gratis a enfermos, de tenderos de barrio que siguen abriendo para que no nos falte de nada, de empleadas de banca y de supermercados, de maestras que se desviven para que sus niños no pierdan el hilo del aprendizaje.



La lista de cosas negativas es muy dura: miles de personas que han fallecido, otras tantas que han estado a punto, los familiares que no han podido despedirse de sus seres queridos y un desbarajuste económico que en Occidente no vivíamos desde las guerras mundiales y la gripe de 1918. Imagino que la Historia contará estos días y analizará los errores cometidos por los gobernantes, por los que no conjugaron verbos como prever, prevenir o anticiparse, por los incívicos que no entienden lo que nos estamos jugando, por los descerebrados que niegan las evidencias científicas o por los que se dedican a apedrear desde los últimos asientos del autobús al conductor del vehículo en el que viajamos todos.



Dicen que la primera víctima de todas las guerras suele ser la verdad y a más de uno nos ha molestado tanta comparación entre la lucha contra la pandemia con un conflicto bélico. Si en la guerra europea de hace 100 años los bulos y la propaganda tardaban días en llegar, las mentiras en torno al covid-19 se propagan con la misma celeridad que el virus. Las mentiras nos hacen daño como sociedad, sin duda, pero la manera de evitar sus efectos no es a base de mordazas sino de formación y sentido crítico de la ciudadanía para destaparlas, y de información veraz y sin sesgos para rebatirlas. Por eso creo que los medios de comunicación serios deberían estar preocupados tanto por las veleidades censoras de algunos, como por las pésimas praxis de algunos medios que desinforman con premeditación y distribuyen falsedades impunemente.



Pero dejen que me quede con lo mejor, que me admire con las redes de voluntariado que se van creando en algunas ciudades, en el huerto urbano de Suerte de Saavedra que reparte verduras entre la gente que más lo necesita, en quienes ensanchan su capacidad de empatía, en quienes cuidan a nuestros mayores y quienes arriesgan su salud para que no nos falte a los demás. Me sobran los lutos oficiales, banderas a media asta y crespones negros que no alivian las penas.



Sí echo en falta que alguien vuelva a contar, en horario de máxima audiencia, aquella fábula de Esopo de un chico que se estaba ahogando y que pidió ayuda a un transeúnte. Mientras éste le recriminaba la temeridad e imprudencia de meterse en el río, el chaval le dijo aquello de sálvame ahora y luego ríñeme todo lo que quieras. Pero me temo que algunos no se darían por aludidos.

Publicado en el diario HOY el 22 de abril de 2020.

16 abril, 2020

La última de Ken Loach. Sorry we missed you



Acabo de ver la última película de Ken Loach. Dura, como la vida misma. Más dura que I, Daniel Blake, que la he recordado mucho estos días. No sé si Paul Liverty y Ken Loach son el Charles Dickens de estos tiempos o quizá debería encontrar otro paralelismo. Loach nos describió como nadie los dramas humanos que escondían las cifras del thatcherismo. 


Cada mañana en la radio, incluso en las más 'progres', me hablan de la cifras macroeconómicas frías y de cómo reaccionarán los mercados ante tal o cual medida. ¿Qué hemos hecho para dejar que esto ocurra? ¿En qué rueda de ratón enjaulado estamos corriendo como locos en busca de un premio inalcanzable? ¿Cuándo y dónde se nos cayó la conciencia de clase para que admiremos más al dueño de la multinacional de la ropa que a las chicas que cosen sus prendas en Bangladesh? ¿Qué tendrá que pasar para que nos demos cuenta de que esa mierda de caja de cartón con sonrisa enriquece sin medida a un tipo siniestro y desconocido, mientras mata de hambre a la vecina y al vecino que tiene los ojos tristes? 

Necesitamos a Ken Loach. Y para algo tan simple como descubrirnos lo que pasa a nuestro lado y no vemos (o no queremos ver).

08 abril, 2020

Tiempo, vida, gobierno

En el año 2015 leí que el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) había analizado 40.000 documentos de todos los países hispanohablantes. Los periódicos publicaron entonces la lista de las 500 palabras más usadas y que encabezaban todos esos pronombres, conjunciones, y preposiciones que están por todos los lados. Me detuve a buscar los tres primeros vocablos que fueran inequívocamente sustantivos y resultaron ser tiempo en el número 70, vida en el 76 y gobierno en el 86.



Quienes llevamos semanas confinados hemos aprendido que el tiempo se puede hacer eterno o volar, dependiendo de que sepas cómo rellenarlo y en qué ocuparlo. También nos vamos dando cuenta de que, como cantaba Pablo Milanés, la vida no vale nada en los momentos en que te cuentan que una enfermedad se está llevando a mucha gente que no son solo números sino que también tienen nombres, apellidos y familiares a los que conocemos.



Sí me llamó poderosamente la atención que la palabra gobierno estuviera en un lugar tan destacado. Ahora no sé si es el mejor momento para hablar del gobierno (o desgobierno) ante una situación que sobrepasa fronteras y que tiene que tener sus prioridades. Como cada vez que hay un incendio, siempre hay una investigación para saber dónde, cómo, qué o quiénes fueron los causantes, pero a nadie se le ocurre ponerse a indagar cuando las llamas están todavía asolándolo todo. En estos casos, como cuando a uno lo tienen que operar, solo cabe confiar en las profesionales que saben de la materia porque cualquier otra opción es perjudicial para todos.



No sé si el término más utilizado de este periodo histórico que estamos viviendo acabará siendo contacto y todas sus derivaciones. No estaba entre las 500 elegidas pero va ganando enteros en el día a día: tener buenos contactos, pasar el contacto de alguien o el habitual seguimos en contacto que sirve para cerrar las múltiples videoconferencias que hemos aprendido a hacer a la fuerza. No hay semana que no tengamos una con las compañeras con las que teletrabajamos a distancia, con los familiares cercanos y lejanos, con la gente de la oenegé y de la asociación cultural o hasta con la pandilla de la adolescencia de la época en la que se estudiaba BUP.



Tal vez haya un contacto que durante un tiempo tendremos que alejar de nuestras vidas: el propiciado por esa cercanía que en determinadas culturas había entre las personas. Los abrazos, los besos y los apretones de mano quizá sean sustituidos por reverencias distantes como las que veíamos en el cine japonés y que nos provocaban tanta gracia.



O puede que no. Puede que encontremos una vacuna, que nos vayamos de vacaciones a las casas rurales de nuestra tierra para ayudar a que sobrevivan, que volvamos a comprar en la tiendas de al lado en lugar de a un almacén amazónico y que nos acordemos siempre de valorar lo público como se merece. En aquella lista no aparecía la palabra miedo y la cerraba la palabra calidad. A eso habrá que dedicar el tiempo en el futuro, a mejorar la calidad del vida de todos los seres humanos, sin excepciones. Y sin miedo.

Publicado en el diario HOY un 8 de abril de 2020

Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...