20 septiembre, 2023

Lo gratuito no es equitativo

En la segunda mitad del siglo XX se fue extendiendo por el norte de Europa un sistema llamado “del bienestar” que consistía en recaudar impuestos de todo el mundo - en función de lo que ganaran - y repartir determinados servicios públicos de manera gratuita y universal a toda la población. A algunos países de Europa esto tardó en llegar y en la inmensa mayoría del mundo ni está ni se le espera.

No recuerdo quién dijo que un Estado se puede considerar realmente civilizado cuando una persona se cae en la calle de un síncope y es atendida sin preguntarle cuánto tiene ni de dónde viene. De un país que ha conseguido dar atención médica universal o educación gratuita a toda su población se puede decir que está avanzando hacia ese estándar de humanidad que cualquier persona de buen corazón desea para todo el mundo.

Hay un acuerdo unánime en que nuestro sistema nacional de trasplantes es único en el mundo: aquí no se compran órganos y cuando hay un donante se le da a quien más lo necesita, sin tener que pagar nada, ni endeudar a su familia para el resto de sus vidas. Sobre lo esencial sí hemos alcanzado cierto consenso, pero cuando afrontamos asuntos importantes pero que no son vitales, es cuando comienzan a aparecer dudas.

Recuerdo cuando se decidió que todas las familias numerosas tuvieran los libros de texto gratis. De la noche a la mañana los tres hijos del notario y la farmacéutica no pagarían nada, mientras que las dos hijas de la cajera y el reponedor del supermercado tendrían que rascarse el bolsillo. Por no hablar de que en la ciudad donde resido han decidido rebajar el IBI a las familias numerosas. No sé si solo de la vivienda habitual en la que residen con toda su chavalada, o si se aplica a todas las viviendas que posean en el término municipal. Así que si tienes dos hijos y apenas llegas a fin de mes no verás rebaja alguna, pero si tienes tres, aunque te sobre el dinero, aún podrás beneficiarte del nuevo descuento.

¿Qué concepto de igualdad, equidad y redistribución están aplicando diferentes administraciones y de diferentes colores? Pues el más simple y fácil, el que no tiene en cuenta el espíritu del artículo 131 de la constitución, aquel que habla de planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución.

Cuando algo se rebaja o es gratuito sin tener en cuenta el nivel de renta, no estamos siendo equitativos. Creo que no todo debe ser gratis total para todo el mundo. Entiendo que los comedores escolares sí han de serlo para quien lo necesite y lo mismo se puede aplicar a los libros de texto y otras muchas cosas más. Eso sí: antes deberíamos cambiar mucho, porque en 2013 éramos el país de Europa con menos inspectores de Hacienda por habitante. Si acabáramos con tanto fraude como hay, quizá podríamos dejar de regalar a quien no lo necesita y ayudar más a quienes les va la vida en ello.


Publicado el diario HOY el 20 de septiembre de 2023


06 septiembre, 2023

Cerco y acoso


Me entretiene captar fragmentos de conversaciones ajenas. No es que quiera dedicarme al espionaje a tiempo parcial, ni tampoco lo hago para enterarme de lo que les ocurre a viandantes o pasajeros a los que, probablemente, no vuelva a ver en la vida. Simplemente me dedico a imaginar cómo seguiría ese diálogo, cuáles habían sido las palabras previas o de qué manera se podría ir liando o desmadejando la discusión.

 

Me ocurrió anteayer de camino a la estación de tren. Eran las tres de la tarde, pasaba junto a tres varones que podrían parecer prejubilados y que estaban sentados en la terraza de un bar. “Es que las está perjudicando a ellas todo eso del empoderamiento que dicen”. Esa fue la frase textual, de la que me ahorraré análisis morfosintácticos y que no me hizo volar demasiado la imaginación, como en otras ocasiones. Enseguida concluí que estaban hablando de este asunto de final del verano en el que se han fundido fútbol, fervor, feminismos y otras muchas más cosas que no siempre comienzan con la letra efe.

 

Continué dándole vueltas a la frase porque empoderar es uno de esos verbos que se ha puesto muy de moda en la última década y que aparece en textos y discursos de todo tipo. El señor lo tenía claro y había llegado a la conclusión de que la rebeldía de las mujeres frente un patriarcado asentado durante milenios de poder incuestionable se les podría volver, aprovechando que todo ocurrió en Australia, como un boomerang contra ellas.

 

Así que llevo dos días dándole vueltas a la frase y pensando en algunas de las cosas leídas y escuchadas en las últimas semanas para averiguar si el “excesivo” empoderamiento de las mujeres tendrá efectos secundarios o graves contraindicaciones. Pero me descompuso un comentario en redes sociales, escrito por algún descerebrado con teclado a mano, que hablaba del “cerco y acoso que estaban sufriendo los varones heterosexuales por parte del feminismo”. Fue entonces cuando comencé a preguntarme dónde estaba ese cerco y ese acoso, qué peligros acechaban al género históricamente dominante y con la orientación sexual mayoritaria y bendecida por todas las religiones monoteístas y politeístas. ¿Qué derecho inalienable de los varones heterosexuales ha sido cercenado por el avance del feminismo, un movimiento que solo pretende la igualdad entre varones y mujeres?

 

Empiezo a entender que los varones que tuvieron patente de corso durante casi toda su vida, que fueron avasallando a las mujeres sin pedir permiso ni perdón, tengan ahora un miedo horrible: el temor de que hoy sean ya delito algunas de las cosas que formaban parte de un juego macabro en el que ellos ponían las normas impositivas y ellas tenían que pasar por el aro.  Como cantaba María Jiménez, se acabó y ya no habrá vuelta atrás. No habrá empoderamiento perjudicial sino todo lo contrario. Y es precisamente la unión y la solidaridad entre mujeres ninguneadas en una tierra tan hostil como la futbolística las que llevaron al señoro de la terraza a eructar su frase lapidaria. No hay cerco ni acoso, se lo digo yo. Basta con dejar de ser gañanes y jamás tendrán nada que temer.

 

Publicado en el diario HOY el 6 de septiembre de 2023




24 agosto, 2023

Cáceres, donde aprendí a amar la cultura




Imagino que todo el mundo tiene un rincón predilecto de la región en la que habita y que esa preferencia puede deberse a ser el lugar de nacimiento, la zona a la que se va practicar senderismo o algún paisaje de singular belleza o encanto. Como apenas tenía siete años cuando vine a vivir a Extremadura, podría haberme decantado por la ciudad en la que vivo desde entonces o por cualquier lugar de la frontera con Portugal, que se ha convertido en mi pasión y hasta en mi medio de vida.

 

En mis álbumes de fotos tengo imágenes de mi primer verano en Badajoz o de mis primeras visitas al teatro de Mérida, aunque me resultaría complicado ponerles una fecha concreta. En cambio, sí que recuerdo el primer día que fui a Cáceres. Era el 23 de noviembre de 1975 y en el recorrido por la parte antigua descubrimos, casualidades de la vida, la placa que recordaba que en aquel Palacio de los Golfines de Arriba se encontraba el dictador cuando fue nombrado generalísimo en 1936. Y allí mismo estábamos toda la familia al completo mientras daban sepultura al dictador. No volví a Cáceres hasta el 15 de abril de 1979, un domingo de resurrección en el que mi familia organizó una excursión para mostrarle a mis primos venidos desde Aragón la historia y los edificios de un escenario casi natural para una película de época.

 

Luego me acerqué un par de veces con el instituto y en el otoño de 1984 comencé allí mis estudios. Todas las mañanas subía por San Mateo y bajaba por San Jorge, Santa María y la calle Sande hasta la Facultad de Letras. Enseguida aprendí que cada tarde había una excusa para abrir horizontes y los jueves era el día del Aula de Cine. En aquel Capitol vi La Strada de Fellini, Rocco y sus hermanos de Visconti, El Misterio de Oberwald de Antonioni y algunas de Passolini y de Victorio de Sica de las que no consigo acertar el título.

 

En Cáceres me hice adicto a las películas en versión original, a leer más de un periódico al día y a disfrutar de la Biblioteca Pública que se acababa de inaugurar. La pequeña ciudad era un hervidero cultural y había conferencias de todo tipo en la calle Clavellinas o en las Facultades. También fui a ver el Teledeum de Els Joglars en el Astoria, con abucheos de integristas religiosos en la puerta, y unos cuantos macarras reventaron la representación del Accions de La Fura dels Baus en un frontón que había en la Ciudad Deportiva.

 

En el Amador poníamos canciones en una gramola en la que, junto a los renovados éxitos del momento, subsistían canciones de Leonard Cohen, Moustaki, Llach o Gwendal. También sonaban los Coup de Soup, el grupo local de moda, en las primeras y míticas salas que se iban abriendo en La Madrila. Me dio tiempo de ver nacer el Festival de Teatro Clásico pero ya había regresado a Badajoz cuando llegó el Womad, el botellón y los macrofestivales.

 

Durante algún tiempo me costó regresar a Cáceres. No sé si por culpa de esa enfermedad llamada nostalgia que el tiempo, paradójicamente, acabó por curar. Así que fui volviendo poco a poco y pisé nuevamente un Gran Teatro remozado, que ya no era la sala ruinosa en la que los martes reponían viejos éxitos de Woody Allen a 100 pesetas. Recuerdo haber escuchado allí a Branduardi y a Llach a finales de los 90 y, más recientemente, recorrí los 90 km que me separan de Cáceres para escuchar a Silvia Pérez Cruz.

 

Me gusta volver a Cáceres de vez en cuando, ya sea para revisitar su nuevo Museo Helga de Alvear o para mover los pies al son de la música del Irish Fleadh. Cuando me puse a pensar en algún rincón de Extremadura importante en mi vida, al margen de la ciudad en la que vivo desde hace casi medio siglo y donde tengo a toda mi familia, me di cuenta de que gran parte de lo que soy se lo debo a lo aprendido y vivido a finales de los 80 en una pequeña ciudad universitaria en la que no había que ir a buscar la cultura, sino que tenías que esquivarla porque estaba por doquier, con cafés míticos en los que nunca faltaba una tertulia, una presentación literaria o un improvisado concierto de voz y guitarra.

 

Algún amigo me cuenta que ya no todo es igual, que hay muchas iniciativas culturales que se abandonan en un cajón o que no se consolidan por falta de ese apoyo institucional imprescindible, pero no sabría qué contestarle porque no vivo allí. A veces paso varios meses sin regresar a Cáceres, pero cada sábado me leo la crónica cultural que Cristina Núñez Nebreda nos deja en estas páginas: en ocasiones no conozco a los artistas que nombra porque estoy en fuera de juego de las nuevas tendencias, y otras veces me da envidia no haberme podido acercar.

 

Atribuyen a Max Aub aquello de que uno es de la ciudad en la que estudió el Bachillerato. Sé donde nací, de dónde me considero, qué lugares del mundo me apasionan y dónde tengo mi hogar. Pero si hay un rincón de Extremadura que me evoque y me recuerde dónde prendieron las raíces de mi interés por la cultura, es esa ciudad de Cáceres a la que vuelvo ya sin nostalgia y con muchas ganas de sorprenderme.

Publicado en el diario HOY el 24 de agosto de 2023
 

23 agosto, 2023

La desmesura turística

En Lisboa, una de las ciudades que más admiro y he visitado, sufrí hace algún tiempo un síndrome diametralmente opuesto al de Stendhal y que ignoro si existe o si ya tiene hasta nombre. No es que Lisboa hubiera perdido sus edificios y sus gentes, como ocurriera aquel 1 de noviembre de 1755, sino que tuve la infeliz idea de acercarme un 15 de agosto de hace siete u ocho años, cuando la capital portuguesa se había convertido en la ciudad de moda de todo el continente y las noticias hablaban de las riadas de turistas que formaban auténticas manifestaciones callejeras cuando desembarcaban de sus cruceros junto al Terreiro do Paço.

 

Ha regresado menos de lo habitual a la capital portuguesa y tampoco he vuelto a algunas de mis ciudades favoritas, quizá porque prefiero recordarlas como cuando eran “normales” y no con la desmesura que acababa desbordándolo todo. Como en la novela de Antonio Muñoz Molina, habrá que volver a Lisboa en invierno para callejear y entrar en las librerías, en las tiendas de artesanía, en los cafés históricos o para pasear junto a ese río que juega ya a ser mar.

 

El turismo, que es la principal fuente de ingreso de muchos países –y especialmente de algunos del sur de Europa– puede acabar teniendo efectos colaterales no deseados y de difícil solución. Me cuentan que en Portugal hay serios problemas para que los jóvenes puedan ir a cursar estudios universitarios a sus dos grandes ciudades, porque quienes alquilaban un piso a cuatro estudiantes por 1000 euros al mes, ahora prefieren ganar 2000 a la semana como pisos turísticos. Tan grave es el asunto, que el gobierno ha comenzado a tomar medidas como un impuesto extraordinario del 15% para este tipo de negocios, o dejar en manos de las comunidades de vecinos suspender las licencias de estos pisos si así lo deciden dos tercios de sus moradores.


No sé si estas medidas servirán para algo, pero también reconozco que la inacción no llevaba a ningún lado.  Por eso me pregunto si habría alguna manera de poner cordura a la masificación del turismo. ¿No sería mejor, tanto para la industria turística como para quienes viajan, que fuera posible diversificar algo más las épocas vacacionales?  ¿Es trasladable el modelo alemán de que cada Estado tenga unas vacaciones escolares diferentes para evitar operaciones salidas y retorno tan descomunales como las que tenemos aquí cada domingo de pascua o cada 31 de agosto?

 

Ignoro si todas estas preguntas tienen respuesta. Así que tal vez sea el momento de plantearse ir contra corriente como los salmones, huir del calor del sur refugiándonos térmicamente en el norte, guardar para septiembre algún día de playa, visitar las ciudades que amamos cuando hayan acabado las temporadas altísimas o redescubrir los pueblos que tenemos a nuestro lado y que no sabemos ni ubicar en el mapa. En Extremadura y otras regiones de interior pronto comenzará a haber muchas plazas libres en todos esos alojamientos que dan vida a nuestro mundo rural. Una oportunidad para reequilibrar este mundo viajero en el que el éxito excesivo puede acabar siendo la peor publicidad. 

 

Publicado en el diario HOY el 23 de agosto de 2023



09 agosto, 2023

La cuarta hermana

Una canción de Silvio Rodríguez grabada hace cuarenta y tres años lleva por título Fábula de tres hermanos’. El mayor de esos fraternales muchachos salió a caminar con todas las precauciones del mundo, con la mirada fija en el suelo para no tropezarse a cada paso que daba. El mediano, que también tenía miedo de equivocarse en su periplo, optó por todo lo contrario y alzó su cabeza siempre, para clavar sus ojos en el horizonte y no perder de vista su objetivo, sin reparar en nada más. El más pequeño de ellos quiso conjugar las técnicas de sus hermanos mayores y encomendó a cada una de sus pupilas repartirse las funciones: una enfocaría hacia la lontananza y la otra a los planos cortos. 
 
No desvelaré cómo acabó cada uno de ellos ni cuál de los tres fue el que consiguió recorrer mayor distancia caminando. Si he traído aquí esta vieja canción, en una de las semanas más calurosos que recuerdo desde aquel aciago verano de 2003, es debido a que entre los seres humanos todavía es dominante el pensamiento cortoplacista, el de dar pasos rápidos que aseguren un rendimiento y un beneficio instantáneo, como si todo en la vida fuera introducir una moneda por una ranura y escuchar la calderilla metálica de las ganancias casi al instante. 
 
Quizá tampoco esté la panacea en fijarse en un objetivo y olvidarse de que cada día hay que poner los pies en el suelo, en un terreno que no siempre es llano ni está en perfecto estado de conservación, sino que podremos encontrar baches, obstáculos, barro, polvo y un sinfín de dificultades. La opción del tercer hermano, como todas aquellas que mezclan estrategias antagónicas y simultáneas, pueden acabar creándonos alguna dolencia que requiera una intervención quirúrgica para corregir el estrabismo. 
 
Hoy, que los termómetros superan los 43 grados, no hay nada más estúpido que no creer en la ciencia y minimizar los avisos de quienes llevan décadas estudiando lo que ocurre en el planeta y en la atmósfera. Y no deberíamos permitir que asuntos tan importantes como la supervivencia de la especie humana caiga en manos de negacionistas, como los que mataron con pesticidas el Mar Menor, o como los que han usado tantos plaguicidas en más de 100 pueblos de Zamora y Salamanca que los han dejado sin agua potable durante varios días. 
 
Me pregunto si a Silvio le faltaban unas estrofas en aquella canción, unas que describieran el caminar de una cuarta hermana, una que tuviera claro el objetivo principal de su singladura, que actuara con la suficiente prudencia para no meter la pata y con la destreza adquirida de mirar al suelo y al horizonte de forma acompasada, intercalando la resolución del día a día sin desviarse de la construcción de un hábitat en el que nuestras hijas y nietos no hablen del verano de 2023 como uno de los más ‘frescos’ que recuerden. Esa fábula de final feliz requiere que cada uno haga todo lo que esté en su mano y que todos los que nos gobiernan pongan la vida, en el sentido más amplio del término y sin excepciones, como única prioridad. 
 





26 julio, 2023

Votos, escaños, gobiernos, personas


Hace ya tiempo que las elecciones en muchas partes del mundo acaban con unos resultados muy ajustados. Desde aquellas entre Bush y Al Gore, recontando cada papeleta-mariposa de Florida en el año 2000, hasta la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en 2016, aunque ella consiguiera casi 800.000 votos más que el ultraderechista. También en Brasil vimos en 2022 un escrutinio en el que Lula regresó a la presidencia tras vencer a Bolsonaro por un aparentemente exiguo 1,80% pero que suponían más de dos millones de personas.

 

El domingo tuvimos que contar votos que, en algunas ocasiones, se traducen proporcionalmente en escaños y, otras veces, no tanto. Las dos primeras fuerzas políticas han estado separadas por 330.000 votos que  luego se plasman en 14 escaños de diferencia. No sé cuántas veces más habrá que aclarar que ser la fuerza con mayor número de votos recibidos no siempre significa haber ganado ni garantiza que vaya a formar parte del gobierno. O quizá no sería necesario explicarlo tanto si las fuerzas políticas tuvieran siempre el mismo criterio y no fueran moviendo los razonamientos en beneficio propio: los mismos que anteayer reclamaban que debía gobernar en el Estado el partido más votado habían investido en nuestra región a la que había quedado en segundo lugar.

 

Quienes hoy tienen más de 63 años pudieron votar aquel 6 de diciembre unas normas que dicen que la Presidencia del Gobierno se elige en el Congreso con el apoyo de 176 parlamentarios en primera instancia y, en su defecto, con más apoyos que rechazos en una segunda sesión de investidura. ¿Quizá sería mejor un sistema de doble vuelta como en Francia o Brasil? Yo casi preferiría tener esa segunda oportunidad en lugar de dejar todo a las negociaciones y pactos que veremos en las próximas semanas, aunque nos convendría recordar que hay países del norte de Europa, con una profunda y asentada tradición democrática, donde son habituales gobiernos de diferentes partidos y, como vimos en la recomendable serie danesa Borgen, incluso puede formarse un ejecutivo que preside la tercera fuerza política en votos.

 

Lo que es fundamental es que quienes nos gobiernen tengan como respaldo a un mayor número de personas. Mientras que Feijóo podría alcanzar 11.177.348 apoyos de quienes votaron PP, Vox y UPN, Pedro Sánchez está en condiciones de reunir a los 11.726.498 votantes de PSOE, Sumar, ERC, Bildu y BNG. Mientras que el primero ya sabe que ni Junts ni el PNV le apoyarían en una sesión de investidura, el segundo podría conseguir alguna abstención de estos en una segunda votación que evitara unos nuevos comicios en Navidad.

 

En los últimos años hemos visto gobiernos autonómicos (Andalucía 2018, Extremadura 2023) y municipales (Madrid 2019) que no los presidía el más votado, sino quien más apoyos había conseguido aglutinar. Estamos ante la misma tesitura y los criterios y razonamientos de las fuerzas políticas y opinadores debería ser idéntico y no cambiarlo según  convenga. A veces es un ejercicio tan sencillo como contabilizar a las personas que han decantado la balanza por unas u otras opciones, como ya ocurrió tantas veces y en tantos lugares.


Publicado en HOY el 26 de julio de 2023






12 julio, 2023

Propuestas realizables

En una de las organizaciones en las que participo cada asamblea anual se convertía en una pequeña feria de ideas, todas muy loables. Llegó un momento en el que, con buen criterio, cada idea maravillosa tenía que contar con un informe económico en el que se indicase cuánto iba a costar, qué gastos se iban a eliminar para poder llevarla a cabo o de qué manera se iban a obtener nuevos fondos para implementarla. Con esta medida bajó el número de propuestas pero, al menos, eran factibles.


En los próximos nueve días vamos a leer y escuchar muchas propuestas y no sé si, como sociedad, nos han preparado para saber distinguir lo imprescindible y lo prioritario. No recuerdo que nos lo enseñaran en la escuela y tal vez nos hubiera sido más útil que el logaritmo neperiano o el aoristo griego. Si no entendemos qué es lo imprescindible, deberíamos preocuparnos. Hace tiempo que el mundo avanzó hasta dotarse de unos preceptos básicos llamados derechos humanos y que, hasta hace poco, tenían detrás un amplio consenso político. No es nada complicado de explicarlo porque consiste en que cada persona tenga el mínimo indispensable para que sus vidas tengan dignidad, un techo en el que cobijarse, una escuela en la que aprender y un centro de salud con personal que le atienda.

Luego está lo prioritario, que en días como hoy y en años como este se podría resumir en dar pasos firmes para detener el cambio climático, pero que tiene otras 16 de igual importancia y asumidas por la mayoría de los gobiernos y de las sociedades mundiales, con la única excepción de quienes ponen las banderas por encima de todo y, de manera especial, la del negacionismo científico y social. Me pregunto cuántas neuronas le funcionaban a quién pensó en un cartel en el que tirar a la papelera los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la agenda 2030. Me gustaría saber qué religión profesan o qué ideología abyecta practican para no abogar por el fin de la pobreza, el hambre cero, la salud y el bienestar, la educación de calidad, el trabajo decente, la innovación, la producción y el consumo responsable o la paz y el respeto a los Derechos Humanos. 

Sí, ya sabemos que el trumpismo avanza en el mundo y gana más adeptos entre población convencida con ripios de mal gusto y memes de noticias falsas. Pero a la hora de leer los programas para decidir el voto nunca está de más reparar en aquello que, aunque no parezca ni imprescindible ni prioritario, sea lo que nos salva el día a día: que no perdamos poder adquisitivo, que haya más protección social para quien lo necesita, que la investigación y la cultura no tengan que estar mendigando, que disfrutar de una vivienda no nos amargue toda la existencia, que deje de haber discriminaciones por sexo, raza, discapacidad u otros motivos, o que conciliar no sea el título de una película de ciencia ficción. 

Anteanoche intenté escuchar un debate entre los dos "principales" candidatos del 23J pero apagué enseguida el combate de reproches. Esperaré al próximo debate para encontrar esas propuestas imprescindibles y que tanto necesitamos que sean realizables.

Publicado en el diario HOY el 12 de julio de 2023



Lo gratuito no es equitativo

En la segunda mitad del siglo XX se fue extendiendo por el norte de Europa un sistema llamado “del bienestar” que consistía en recaudar impu...