06 marzo, 2024

Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es de las que resulta hasta tranquilizante, porque la hemos asociado a ese sitio con tablas y un telón donde nos representan historias entretenidas. La guerra siempre dio mucho juego literario y el cine enseguida creó todo un género bélico con millones de seguidores que se apasionan viendo trincheras, granadas, misiles, carros de combate y aviones para bombardear.

 

Sin embargo, el escenario al que se refería aquella portada del domingo no nos traslada a ninguna superproducción de Hollywood, ni a una comedia teatral. Nos conduce directamente a dramas épicos en los que no hay efectos especiales, donde los protagonistas no tienen que fingir dolor o sufrimiento con métodos de apellido eslavo porque todo es, desgraciadamente, mucho más duro que lo sufrido por Tom Hanks en su intento de salvar al soldado Ryan.

 

Imagino que muchas de las personas que estáis leyendo esto ya habréis mecanizado la acción de cambiar de canal o deslizar el dedo sobre nuestra pantallita cuando llegan duras imágenes de Gaza o de Ucrania. De las otras guerras, de las olvidadas, apenas se habla porque están muy lejos en todos los aspectos. El más obvio es el geográfico, pero hay otro todavía más relevante: no somos capaces de identificarnos con ellos. Me di cuenta de esto al ver a las refugiadas ucranianas que iban en tren hacia Portugal en la primavera de hace dos años y que recibían la lógica comprensión de quienes estábamos en el vagón. Poco se parecían a las miradas que hoy reciben los menores subsaharianos traídos a la península desde Canarias y que, es importante recordarlo, también huyen de esas guerras mortales en la que el hambre se entremezcla con la violencia.

 

Pero en ocasiones recibimos una punzada en el corazón, incluso cuando ya creemos que nuestra piel es insensible a casi todo. Me ocurrió al ver unas imágenes de una niña de apenas tres años que alertaba con la mirada a su hermano mayor, que no tendría ni seis, cuando descubren que han tumbado en una silla a su hermana menor, que ha salido con vida de entre los escombros que aplastan a sus padres. Todas las imágenes de Gaza, las cifras de muertos, los escombros generalizados, la cantidad de profesionales de la salud que han perdido su vida intentando salvar otras o la desnutrición galopante de toda la infancia, constituyen un escenario que ya no deseamos ver ni en pantalla.

 

Ahora nos dicen que hemos de prepararnos para ver de cerca esa crueldad, tanto la que sabíamos que era ficción, como la que es auténtica pero que no nos importa por ser ajena y lejana. Hoy, más que nunca, es urgente la paz. Un concepto anhelado en las declaraciones y olvidado en el día a día. Una paz que no llegará si no se solucionan los problemas desde la raíz, sino se saldan las injusticias históricas y si no resplandecen la verdad, la justicia y la reparación. La disyuntiva es fácil: la peor paz utópica nos dolerá menos que cualquier escenario de guerra. 

 

Publicado en el diario HOY el 6 de marzo de 2024

 


 

21 febrero, 2024

Artificial


En ocasiones los diccionarios no nos ayudan demasiado a entender la realidad. Ayer busqué “artificial” creyendo encontrar una respuesta clara y acabé más enredado que al principio. La primera definición me hablaba de lo que estaba hecho por mano o arte del hombre y la tercera se refería a lo producido por el ingenio humano. Entre ambas se encontraba la segunda acepción, la que identificaba lo artificial con aquello que no es natural y que es falso. Así que comencé a sacar conclusiones tan confusas, que me fui a pedir auxilio a María Moliner, que suele ser de gran ayuda en estos atolladeros.

 

La genial aragonesa nos explica que lo artificial se aplica a lo que está hecho por el ser humano para contraponerlo a lo que es natural, aunque luego nos añade a la palabra en cuestión el significado de falso, ficticio o que engaña por su apariencia. Será por eso que consideramos más perniciosos los edulcorantes artificiales que lo que producen las abejas, y que huyamos de lo hiperprocesado para buscar sabores más naturales.

 

Pero llega un día en el que lo más humano de todo, esa inteligencia que nos diferenciaba del resto de los seres vivos, ya es capaz de funcionar de manera autónoma. La Thermomix del pensamiento ha llegado y todo será cuestión de echar los ingredientes, apretar el botón y que nos traguemos como auténtico todo lo que nos pongan ante nuestros ojos.

 

Cada día que nos cuentan un nuevo desafío de la inteligencia apellidada artificial surgen dudas de todo tipo, muchas alimentadas por la literatura y un cine de ciencia ficción que se ha encargado de representarnos a monstruos construidos que se rebelan ante sus propios sus creadores. Imagino que esa inteligencia artificial habrá venido para facilitarnos la vida a la humanidad, algo que en mayor o menor medida han logrado múltiples inventos científicos que nos han permitido realizar cálculos complejos en un santiamén.

 

La inquietud ante la inteligencia artificial nos viene por los daños colaterales que pudieran empezar a producirse en una sociedad en la que el verbo parecer tiene más sustancia que el verbo ser. Si alguien es capaz de indicarle al ChatGPT que escriba una columna de quinientas palabras sobre este asunto, jugando con los significados de las palabras en los diccionarios, mencionando la marca comercial de un robot de cocina y a la más grande de las lexicógrafas de nuestra lengua, es probable que obtenga como resultado un texto mucho más brillante, agudo y enriquecedor que el que ahora están leyendo. Bienvenida sea la inteligencia artificial si es para suplir las carencias de un mundo con pereza para pensar, en el que tal vez tengamos que escuchar una voz que nos dé las instrucciones para seguir vivos.

 

Por eso me gustaría que la inteligencia artificial tuviera instalado el sistema operativo de la bondad y el respeto, que citara sus fuentes y que no se apropiara del ingenio y el esfuerzo. Leí hace poco a Irene Vallejo lamentarse de que la bondad fuera considerada una deficiencia de carácter, así que habrá que lograr que sea la primera virtud de la inteligencia, la natural y la que acaba de llegar.

 

Publicado en el diario HOY el 21 de febrero de 2024

 


07 febrero, 2024

Vivir peor

 

Hace unos meses leí un ensayo de Azahara Palomeque cuyo título nos advertía de un vuelco generacional que se estaba instalando en nuestras sociedades, como si fuera un troyano informático. «Vivir peor que nuestros padres» me sonó como una sentencia dictada por un juez supremo y no hay día sin que alguna noticia me acabe recordando esta especie de maldición que se cierne sobre los que tienen menos de 30 años, para los que no existe certeza alguna de que sus esfuerzos, sus méritos y sus capacidades les acaben permitiendo desarrollar una vida autónoma y autosuficiente con comodidades superiores a las de sus progenitores.

 

Aunque en 2019 comenzó a incrementarse el salario mínimo interprofesional, ese que cobra la gente más joven, la realidad es que la picaresca también ha subido al mismo ritmo y siempre te cuentan de alguien que tiene que devolver en efectivo parte del sueldo si quiere conservar su puesto de trabajo. En algunos casos ni siquiera sirven los buzones anónimos para denunciar irregularidades porque puede más el temor a perder un empleo precario que parecer alguien que exige sus derechos, un estigma que sigue estando mal visto en determinados entornos laborales.

 

Hubo un tiempo en el que una buena formación y varios títulos te abrían puertas a puestos de trabajo bien remunerados, con los que se podían hacer incluso planes personales de futuro. Sin embargo, lo que debería haber sido un éxito colectivo, el que tuvimos quienes pertenecíamos a la primera generación de nuestras familias con acceso a una formación superior, hoy ha dejado de ser una llave maestra que abra todas las puertas. Y es así como se entra en una loca competición por tener más grados, dobles grados y posgrados como la única manera de encontrar un camino donde cada pequeño logro no lleve al lado el adjetivo de precario. 

 

Hace poco leí que en Lisboa y otras ciudades turísticas portuguesas los estudiantes tenían serios problemas para poder vivir en la misma ciudad en la que se encuentran sus facultades universitarias. Los pisos de estudiantes son ahora apartamentos turísticos que reportan doscientos euros de beneficio diario y no hay casero que quiera alquilarlo por menos de dos mil al mes, que es el precio que se podrían permitir cuatro o cinco jóvenes compartiendo espacios. Plantearse formar una familia comienza a ser un concepto propio de la literatura fantástica y de ciencia ficción: la vivienda, que constitucionalmente es un derecho, se ha convertido en buena parte de los países de nuestro entorno un artículo de lujo inaccesible para demasiada gente. 

 

Así que anteayer, cuando escuché a una presidenta autonómica que pedía a la juventud que no se quejara de su condición de becaria/precaria, me pregunté en qué momento surgirá entre la generación de los denominados millennials un “se acabó” tan sonoro como el que en su día cantara María Jiménez. Sé que es complicado porque la letra mayoritaria del himno generacional sigue siendo el “sálvese quien pueda”, el conseguir huir individualmente de la quema aunque sea a costa de pisotear a quienes son y sufren lo mismo que tú. Es el sistema: que muchos vivan peor para sostener los paraísos de los más privilegiados.

Publicado en el diario HOY el 7 de febrero de 2024



24 enero, 2024

Cuarenta y cuatro por ciento

Me habría gustado saber cantar, tocar un instrumento musical, dibujar o tener habilidades para cualquier tipo de arte. A estas incapacidades se unen muchas otras, entre las que está la de saber interpretar bien las encuestas que hace el CIS cada cierto tiempo y que últimamente me quitan el sueño. La semana pasada me asaltó una cifra y no dejo de pensar en ella: 44,1 era el porcentaje de varones españoles que creen que las políticas de igualdad han llegado tan lejos, que ahora se les está discriminando a ellos. Me produjo tal impacto, que comencé a curiosear otras cifras de la encuesta sin intención alguna de analizarlas, porque bien sé que ese es un charco en el que jamás deberíamos meternos quienes carecemos de los rudimentos básicos que se requieren para algo tan serio.

 

Me imaginé que a esa misma pregunta las mujeres responderían de forma muy distinta, pero encontré que un 32,1% también estaban de acuerdo con la misma, así que me dio por pensar que esto era un problema generacional, que la juventud ya tendría superado todo esto. Y es entonces cuando me llevo otra sorpresa al comprobar que un 51,8% de los jóvenes de 16 a 24 años también estaban de acuerdo con esta afirmación, 11 puntos más que entre los mayores de 65. Luego los datos tampoco resultaron demasiado alentadores, porque también está de acuerdo con la afirmación un 37,4% de las mujeres de entre 35 y 44 años y esto me hizo cuestionarme muchas cosas, porque lo que creía una salida propia de los cuatro “señoros” vociferantes de la barra de bar se extiende a un buen número de jóvenes e incluso de mujeres.

 

¿Son las plazas de aparcamiento pintadas de azul y reservadas a personas con movilidad reducida una discriminación hacia quienes sí podemos salir del coche con nuestros propios pies? ¿Alguien sensato puede creer que las medidas para paliar unas desigualdades arrastradas desde hace siglos están ya dando la vuelta a la tortilla?  Me temo que falta mucho y que deberíamos pensar en tantos instantes cotidianos en los que las mujeres, incluso en los países donde más se ha avanzado, continúan sufriendo discriminación.

 

Alonso de la Torre, en uno de sus artículos de contraportada de este periódico, recogió hace poco una frase cazada al vuelo en uno de esos bares, en una conversación que narraba las quejas de un recién divorciado a un amigo y de la que entresacó uno de los entrecomillados más crueles que jamás había leído: “y luego se extrañan de que las maten”. Si eso se puede decir abiertamente en un bar y sin miedo a que le escuchen, es porque se ha creado un caldo de cultivo propicio para que no haya pudor en confesar el machismo más radical y la apología de ese terrorismo transversal que es la violencia de género.

 

Lamento no saber interpretar las encuestas, aunque preferiría curar cualquier otra de mis incapacidades artísticas e intelectuales. No sé si el CIS repite de vez en cuando sus estudios para ver si vamos mejorando o continuamos un proceso involutivo que, de momento, llega ya a un cuarenta y cuatro por ciento. 

Publicado en el diario HOY el 24 de enero de 2024






10 enero, 2024

Los años bisiestos

 

En años bisiestos como este no es obligatorio dormir dos veces la siesta, aunque podría pasar como una de esas falsas etimologías que a algunos nos gusta inventar. Nuestros antepasados de ese mundo tan denostado como el clásico fueron capaces de darse cuenta, sin telescopios digitales ni satélites artificiales, que la tierra tardaba 365 días completos y un cuarto más en dar la vuelta completa alrededor del sol. Parece que fue de esta manera como empezaron a sumar esos cuatro cuartos, que no son los que anteceden a las doce campanadas, y con ellos crearon un nuevo día que incrustaron en el mes de febrero.

 

Hay quien dice que los años bisiestos suelen ser aciagos. Aquí en España estalló una guerra civil en 1936, Orwell imaginó un 1984 con su Gran Hermano y su policía del pensamiento, en 2004 un tsunami arrasó Indonesia y en 2020 sufrimos una pandemia que ayer recordamos a cuenta de un quítame esas mascarillas. Pero también hubo bisiestos con Declaraciones Universales de Derechos Humanos en 1948 y con revoluciones imaginativas en las calles de París en mayo de 1968, así que hay malas noticias para quienes todavía creen que la numerología esconde significados ocultos y funestos.

 

Ya han pasado a mejor vida los agoreros que cada comienzo de año salían en las teles en blanco y negro a predecir si el año sería seco o lluvioso. Sin embargo, todavía hay un señor que interpreta a Nostradamus en un periódico neoyorkino y que ya ha anunciado que el rey Carlos III de Inglaterra abdicará en Harry y no en William, ha vaticinado una guerra mundial con China, la muerte del pontífice y que se nos aproxima un desastre climático. Lo último ya lo sabíamos, lo del Papa puede ocurrir por su edad y sus enfermedades, lo de China sí debería preocuparnos y lo del Familia Real Británica, si se cumpliera, no pasaría de provocar alguna taquicardia y desasosiego a los guionistas de The Crown y poco más.

 

Los bisiestos suelen ser años olímpicos, esos que nos llegan cada cuatro años y que nos hacen estar pendientes de una cosa que se llama medallero y de deportes de los que desconocemos las reglas y olvidaremos hasta dentro de otros cuatro años. Pero también podríamos pasar olímpicamente de tantos números, fechas, juegos, predicciones y calendarios solares para ocuparnos de lo que importa. Podríamos aprovechar este 2024 recién estrenado para ocuparnos de intentar parar las guerras actuales, de impedir que surjan otras nuevas, de cuidar nuestros entornos, de prestar atención a quienes más lo necesitan, de sembrar concordia en lugar de alentar el odio, de buscar el bien común en lugar del beneficio propio, de esforzarnos por entender las razones de quienes no piensan como nosotros, de tender más puentes y dejar de dinamitar acuerdos.

 

En nuestra infancia los días eran interminables y en la madurez los meses pasan volando en el calendario. Como ven, hay muchas cosas importantes que hacer y en 2024 no podremos alegar que nos faltó tiempo porque será una mentira absoluta: tuvimos un día más, así que no hay excusas que valgan.
 
Publicado en el diario HOY el 10 de enero de 2024
 

 

27 diciembre, 2023

Lo inhumano

 

Ayer de madrugada hubo un corte de agua en mi calle. En casa ya no nos preocupamos demasiado porque nos ocurre casi todos los años: por la mañana hacen una zanja y lo suelen reparar en el día, pero ayer tuvimos suerte y a la hora de comer ya salía el agua por los grifos. Durante las horas en las que tuvimos que recurrir a garrafas que guardamos para estos casos tan repetidos, nos imaginamos cómo lo estaría pasando la población de Gaza, a la que el gobierno de Netanyahu cortó el suministro de agua tras los atentados del pasado 7 de octubre.

 

Y es que tras el ataque terrorista de Hamas llegaron los cortes de luz, alimentos y combustibles. La respuesta a los atentados terroristas no fue una acción militar de legítima defensa frente al agresor, sino un castigo colectivo y despiadado a toda la población, sin importarle que fueran bebés, niños de corta edad o ancianas desvalidas, sin remordimiento por convertir en escombros los hogares, sin piedad a la hora de colocar los hospitales en el punto de mira.

 

Se van a cumplir tres meses y cada imagen que nos llega sacude el alma de toda aquella persona que tenga una. Un día tendremos que hablar de los desalmados, a los que el diccionario atribuye siete sinónimos como siete plagas: crueles, despiadados, malvados, bárbaros, perversos y malignos. Los desalmados tienen excusas para todo y muchas de ellas ya las hemos visto utilizar en otros lugares del mundo. Es así como los seguidores de Netanyahu, a quien nunca debemos identificar ni con todos los judíos del mundo ni con la mayoría de la población israelí, culpan a los gazatíes de usar a los niños como escudos humanos y anteponen los objetivos militares a cualquier vida humana, por muy inocente que sea.

 

No es que no se respeten los Derechos Humanos de la población palestina que vive en esta franja, es que se han sobrepasado todas las barreras imaginables y se ha caído en la mayor de las degradaciones: la de deshumanizar no solo a los terroristas del 7 de octubre sino a todos los seres vivos que pueblan aquel territorio, sin preguntarse si han cometido algún crimen y arrasando todas las instalaciones, edificios, casas y escuelas.

 

El séptimo sinónimo de desalmado que encontré en el diccionario es ‘inhumano’. El gran peligro de estos días es que creamos que los códigos de Netanyahu, de quienes le apoyan y de los que no se atreven a reprobarle nada, acaben por legitimar moralmente una respuesta militar que cada día da más muestras de emular otros intentos de exterminio que en el mundo ha habido. ¿Dónde debemos situarnos moralmente ante los crímenes de guerra? ¿Reprobarlos y expulsar a sus países de la comunidad internacional como se ha hecho con la Rusia de Putin o disculparlos como ‘excesos” de un gobernante que solo pretende protegerse de ataques terroristas?

 

El día en que dejemos de reprochar moralmente los posicionamientos inhumanos, habremos retrocedido 75 años en la Historia. Si no queremos repetir lo peor del siglo XX, cambiemos de rumbo a este XXI del que ya llevamos casi un cuarto consumido. No aceptemos lo inhumano.

 

Publicado en el diario HOY un 27 de diciembre de 2023.



13 diciembre, 2023

Seamos amables


Cada vez que me encuentro por la calle a mi amigo Miguel somos incapaces de mantener una breve conversación y todo se convierte en un torbellino de recuerdos y ocurrencias que se acaban alargando. En una de estas ocasiones alguien le dijo adiós y él contestó efusivamente y con su habitual alegría. Así que, movido por una curiosidad malsana, le pregunté quién era la persona a la que acababa de saludar y, para mi asombro, me contestó que no tenía ni la más remota idea.

 

Y es que Miguel tiene un hermano gemelo que, a buen seguro, sí conocería a aquel viandante. Como ya ha aprendido a lidiar con esas situaciones, me lo explicó con estas palabras: “no voy a hacer quedar mal a mi hermano por ahorrarme una sonrisa y un hasta luego”. Este episodio me hizo reflexionar sobre lo sencillo que es repartir cordialidad y hacer la vida más amable, mientras que en otros foros avanzan a pasos agigantados las hordas de quienes se dedican a sembrar odios, esparcir maledicencias y convertir cada palabra en un dardo envenenado con el que zaherir a los demás.

 

¿Por qué se han abandonado los discursos cuidados, las intervenciones claras y concisas, o las explicaciones ilustrativas, por una batería orquestada de zascas en su nueva acepción académica de 2019? ¿Qué razón existe para que cada intervención de un político, de un futbolista o de cualquier otra persona conocida por el gran público se haya convertido un entrenamiento de las modernas batallas de gallos raperas o los antiguos piques entre Juanito Valderrama y Dolores Abril? ¿Tiene lógica que los debates sobre asuntos de gran importancia humanitaria se diluciden con tuits prefabricados por equipos de comunicación, donde lo que menos importa es el asunto y lo único que se pretende es noquear al oponente?

 

En algún momento será necesario detener esta espiral de enconamiento verbal cada vez más generalizado, donde se empieza hablando en un chat de fusilar a 26 millones de españoles y se acaba frivolizando la idea de colgar por los pies al presidente del Gobierno, como ya le ocurriera a Benito Mussolini.

 

En las próximas semanas llega el solsticio de invierno y en muchas culturas se aprovecha la ocasión para celebrar festividades religiosas y desearse paz, concordia, salud y hasta prosperidad. Sabemos que la paz no va a llegar ni a los grandes escenarios bélicos que conocemos, ni tampoco a los que están tan olvidados que ni salen en los telediarios. La concordia se ha vuelto una especie en peligro de extinción, la salud dependerá de lo que cuidemos nuestro sistema sanitario público, y la prosperidad va por barrios y muy mal repartida.

 

De aquí a fin de año no podremos solventar los grandes problemas del mundo, pero sí es posible quitarle hiel: una sonrisa a tiempo, un hola o un adiós cordial son, de momento, tres poderosas herramientas gratuitas, fáciles de aplicar y manejables por cualquiera. Aunque lo que coticen al alza sean las acciones en las que se muestra dureza, intransigencia, malos modos y zascas hirientes, siempre podemos hacer como mi amigo Miguel, que sigue saludando con alegría incluso a quien desconoce.

Publicado en el diaro HOY el 13 de diciembre de 2023 




Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...