18 abril, 2018

Oriente Medio



Me aficioné a estar al tanto de las noticias demasiado pronto. En 1973, con apenas siete años y recién llegado a la ciudad donde vivo, la televisión no paraba de hablar de un conflicto bélico en Oriente Medio en el que estaban implicados Israel, Egipto y Siria. Era tal el miedo con el que se pronunciaba la palabra guerra, quizá porque aún permanecía en la memoria reciente de nuestros mayores, que el temor se contagiaba fácilmente entre quienes no levantábamos dos palmos del suelo.

Han pasado 45 años de todo aquello y escuchar Oriente Medio nos sigue trayendo a la mente, de forma instantánea, una asociación de ideas con bombardeos, matanzas, explosiones, deportaciones, refugiados, ataques, dictaduras, bloqueos, muros, terrorismos, torturas, humillaciones y todo tipo de violencias. A quienes tenemos cierta edad nos siguen sonando los nombres propios de la guerra del Yom Kipur, de los acuerdos de Camp David, del Nobel de la Paz a Anuar el-Sadat y Menahem Begin, de las matanzas de Sabra y Chatila, de los Altos del Golán, de las dos guerras del golfo, de los atentados en Israel, de la Intifada, del incidente de  Ariel Sharon en la explanada de las mezquitas o de las matanzas continuas, bombardeos y asedios hacia la población Palestina.

Poco o nada se consiguió en aquella conferencia de Madrid de 1991: el magnicidio de Isaac Rabin y la desaparición de Arafat acabaron por volver a truncar un proceso que apenas había dado sus primeros pasos. Cambian los actores protagonistas pero el problema sigue siendo el mismo. Ya no es Irak, ahora es Siria, ya no hay Saddam Hussein y ahora es el hijo de Háfez al-Ásad. La posible utilización de armas químicas ha desatado el ataque de Trump, May y Macron, saltándose la legalidad internacional de las Naciones Unidas y sin esperar verificaciones de ningún tipo. A quienes hemos seguido lo ocurrido en Siria nos escandalizan muchas cosas y la primera es la falta de respeto a los Derechos Humanos de todos los gobernantes de la zona, sin excepción. Tampoco se acaba de comprender la apresurada reacción de EE.UU. Gran Bretaña y Francia ante unas imágenes de víctimas de armas químicas, mientras que las del niño Aylan en una playa turca apenas les hizo inmutarse. Todo lo contrario: vallas más altas, apresamiento de los buques que rescatan a quienes buscan refugio huyendo de la muerte y lanzamiento de 100 misiles para que parezca que se hace algo. 

Hay quienes creen que cualquier líquido ayuda a apagar un incendio, sin pararse a pensar si es agua o gasolina. Lo último que necesitamos en este momento es solventar con hachazos lo que requiere de una sofisticada microcirugía. Con Putin y Trump al mando, con tanta testosterona y tan poca materia gris, podemos esperarnos lo peor. Seguiremos oyendo hablar de Oriente Medio, pero ni los refugiados, ni las víctimas del gobierno sirio, ni las niñas palestinas encarceladas verán mejorar sus maltrechas vidas. A veces, uno preferiría no estar al tanto de noticias como estas.

Publicado en el diario HOY el 18 de abril de 2018.

04 abril, 2018

Hagan juego



Al principio de la crisis, cuando en todas las ciudades comenzaban a cerrarse negocios y no había calle sin media docena de locales vacíos, reparé en que solo se abrían tres tipos de negocios: los que compraban oro, los que quitaban pelos y los que te esculpían las uñas para dejarlas como una acuarela japonesa. Ha pasado ya un tiempo y no sé si esos negocios siguen en la cresta de la ola o han sido sustituidos por otros, pero un domingo por la tarde me di cuenta de que toda la publicidad que me rodeaba era de apuestas. Al poco tiempo me sorprendió una conversación en el tren que me dejó perplejo: unos jóvenes, que no tenían ni 20 años, se pasaron una hora hablando sobre lo que habían ganado y perdido en el arte de jugar. Uno de ellos contó que estuvo a punto de llevarse miles de euros en una complicada apuesta múltiple y que falló por el resultado del Bristol frente al Norwich, que ya hay que tener vicio y ganas para seguir al dedillo los resultados de la segunda división inglesa.

Lo anecdótico se tornó en tragedia cuando un programa de radio me puso en la pista del nuevo perfil de ludópata al que tienen que atender los especialistas, y que ya no es el señor de las tragaperras del bar de la esquina, ni la señora que se sienta en un bingo desde las cuatro hasta la medianoche. Hoy los ludópatas no salen de casa o, como mucho, se acercan a esos locales de apuestas que están proliferando en los barrios más humildes.

Algunos tenemos dudas sobre si la mejor manera de acabar con el desempleo y con la falta de tejido productivo sea jugárselo todo a cartas que te prometen una recompensa rápida y golosa. Me cuesta creer que alguien vaya a invertir 1.000 millones, a crear 2.000 puestosde trabajo y construir 3.000 plazas hoteleras en un territorio que está lejos de los grandes núcleos de población, con un aeropuerto de dos vuelos diarios y sin un kilómetro de tren electrificado. Me pregunto de dónde van a salir los clientes de esos parques de ocio familiares y qué les haría preferir nuestra región. También creo hay un par de precedentes, el de Eurovegas en Madrid y el de Gran Scala en Aragón, que deberían servir para intensificar la prudencia antes de volcarse en fabricar leyes a la medida del primero que pase por aquí.

A algunos puede parecernos más sensato creer en la economía verde circular, apoyar sin remilgos a quienes investigan en estos campos y calcular de manera innovadora e inteligente cuál es el modelo productivo que más le conviene a nuestra tierra en un mundo como el que se avecina. Si la gran apuesta es conseguir una gran inversión que rebaje de golpe las cifras de desempleo, me temo que estamos ante una jugada muy arriesgada. Habrá que pensársela muy bien y no dejarse tentar por lo de “hagan juego, señores”.

Publicado en el diario HOY el 4 de abril de 2018. 



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Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...