27 noviembre, 2019

Los felices años 20

Este año han llegado a la Universidad los que nacieron en el siglo XXI. Estamos a punto de consumir las dos primeras décadas del milenio y ha sido difícil, por no decir imposible,  encontrar un nombre unánime para mencionarlas. No sé si quienes se sientan hoy en las Facultades nombrarán los tiempos de su adolescencia como los años de la decena o de los años décimos, como la lotería. O quizá escriban sobre su tierna infancia y hablen de los años cero-cero, como algunas cervezas.


Adjetivar estos 20 años del segundo milenio tampoco será coser y cantar. Se pone uno a pensar en los felices años 20 del siglo XX, aquellos del charlestón y las vanguardias artísticas, y uno creería que aquello fue un paraíso. Pero basta repasar los libros de texto para recordar que fueron años en los que surgió el fascismo en Italia, en los que Salazar ya era ministro en Portugal y que acabaron con un crack en octubre de 1929.

La década de los 30 no hizo más que empeorar las cosas y, en 1933, un tal Adolf se hacía con el poder en Alemania. Cuando en septiembre de 1939 comenzaba el mayor genocidio y la mayor guerra de destrucción jamás conocida, muchos comenzaron a preguntarse cómo se había llegado hasta ese punto, por dónde había crecido tanta mala hierba y de qué manera se había alimentado al monstruo devorador.

Dentro de un mes estaremos comprando uvas y escribiendo cartas para recibir regalos, entre los que debería haber un libro de historia escrito con todo el rigor científico. Y es que nos urge releer los años 20 del siglo pasado para establecer algún paralelismo sensato y para reflexionar sobre el resurgir de planteamientos que creíamos desterrados de la faz de la tierra.

En manos de quienes ya nacieron en este siglo (y se están preparando como nunca) reside la esperanza de una década menos ajetreada que las dos primeras, las que empezaron con un ataque a las torres gemelas, siguieron con otra gran guerra criminal en Oriente Medio y culmina con un club de fantoches dirigiendo superpotencias y derribando los derechos luchados por varias generaciones.

Trump, Bolsonaro o Boris Johnson no deberían aparecer en los índices de los libros de historia sino, como mucho, reseñados en los márgenes como meras anécdotas. Conviene, mientras tanto, no vociferar sus ocurrencias ni darles más protagonismo del debido porque es lo que están deseando. Pero sería también un craso error ignorar que están ahí y qué es lo que pretenden. Para que los nuevos años 20 sean felices para todo el mundo habrá que evitar el cambio climático, eliminar la pobreza, acabar con las guerras y las violencias, propiciar amplios entendimientos mundiales y poner a los seres humanos como prioridad. Salir a la calle, como anteayer hicieron las mujeres en defensa de sus vidas, es algo que habrá repetir más a menudo y por motivos muy diferentes.



13 noviembre, 2019

Alforjas y viajes


Antes de comentar nada sobre las elecciones del domingo, se me ocurrió releer lo que había publicado tras las del pasado 28 de abril. Entonces describí una jornada en un colegio electoral y unos resultados en los que había trasiego de votos dentro de los dos partidos de izquierda y muchos más entre los de derecha, pero sin grandes desequilibrios en el cómputo global de los dos grandes ejes. 

Desde ayer a mediodía no hago más que escuchar diversas versiones de un conocido proverbio protagonizado por viajes y alforjas. Parece ser que todo apunta a que el final del proceso de formación de gobierno, aquel que se inició en pleno verano con vetos personales, petición de ministerios y miedos nocturnos, podría acabar sin impedimentos ad hominem, sin reparos en el reparto de carteras y durmiendo a pierna suelta todas las noches.

No sabemos cómo acabará todo esto, así que conviene no alegrarnos de desbloqueos. La cuestión es que si todo esto se hubiera hablado el 23 de julio en un receso, nos habríamos ahorrado cuatro meses de gobierno en funciones y un centenar de millones de euros, que es lo que acaba costando un nuevo proceso electoral que ha dado diferente distribución de colorines pero casi idénticas posibilidades de gobierno que las que existían antes del verano.

Elucubrar por qué ha ocurrido todo esto es una tarea para quienes gustan de intrigas palaciegas. Es probable que alguien le aconsejara a Pedro Sánchez para forzar una repetición de elecciones, con la esperanza de llevarse todo el mercado de la izquierda y dejando a Unidas Podemos con los mismos escaños que la IU de los tiempos de Anguita. Pero el resultado no ha sido el esperado por los estrategas de Moncloa, porque el trasvase de votos de la derecha le ha dejado sin la muleta más centrada, la de Ciudadanos, y ha propiciado que la ultraderecha duplicase sus votos con un discurso ultranacionalista y con tintes de machismo, homofobia, misoginia, y buenas dosis de xenofobia.

No sabemos si el preacuerdo, los abrazos y las firmas de ayer acabarán en una foto plural en las escaleras del Palacio de la Moncloa. Sería extraño que tres meses de enormes dificultades y desencuentros se disolvieran en veinticuatro horas y no re aparecieran antes de la sesión de investidura de diciembre. O quizá la clave de este cambio se deba a que no hay nada como ver las orejas al lobo para que se le quiten a uno los remilgos y las tonterías. La vergüenza de tener que desdecirse del discurso que forzó la repetición electoral es mucho menor que el miedo a un nuevo bloqueo que acabara con los primos de Le Pen, Trump y Orban dictando leyes para salvaguardar la cultura torera, eliminar algunos derechos conseguidos y muchas de las libertades logradas en las últimas décadas.

No, para este viaje no hacían falta alforjas. Pero no busquen culpables y solucionen los problemas de la gente más débil y más necesitada, que para eso hemos votado.

Publicado en HOY el 13 de noviembre de 2019


 
 
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