18 septiembre, 2024

Extremeños como Manuel Vital

Hace seis años leí un amplio reportaje en "El Salto" firmado por Antonio Torrico, Joan Tafalla y Manuel Cañada. Fue la primera vez que supe de la existencia de un extremeño de Valencia de Alcántara llamado Manuel Vital Velo, que había nacido en octubre de 1923 y se quedó sin padre tras el verano de 1936, porque haberse significado como demócrata era ya una excusa para ser descerrajado de un tiro y enterrado en cualquier cuneta.

El huérfano Manuel Vital acabó en Barcelona como miles de extremeños y andaluces. Iban buscando en zonas con industria un oficio para sobrevivir que era imposible encontrar en sus tierras de origen, donde el latifundismo seguía sirviéndose del trabajo de unos braceros que ni doblando el lomo de sol a sol conseguían alimentar a sus familias. De estas historias ya dio buena cuenta el cine español y desde hace dos semanas las pantallas nos han vuelto a contar otra historia de esta tierra: la de Manuel Vital y aquella gente de Torre Baró que compró una parcela en las afueras de Barcelona, intentó construirse con sus manos algo parecido a una casa y luego tuvo que pelear cada minuto para que el pecado original de haber nacido pobre no fuera una enfermedad que se transmitiera genéticamente y sin remedio a toda la descendencia.

No les destriparé la película titulada "El 47", en la que Eduard Fernández interpreta de manera magistral a nuestro héroe de Valencia de Alcántara, construyendo un personaje totalmente creíble y con un acento que bien podría pasar por el de un extremeño con más de 30 años en Cataluña, algo que ya vimos lograr a Paco Rabal en su Azarías pero no tanto a Alfredo Landa con su Paco el Bajo. 

Esta obra del director Marcel Barrera me ha permitido recordar un tiempo en el que la vecindad era sinónimo de ayuda, donde se buscaban soluciones colectivas y no salidas individuales para los problemas de las barriadas. Hubo un momento a finales de los años 70 en las que las asociaciones de vecinos eran capaces de movilizar calle por calle y reclamar una escuela, un centro de salud, una pista deportiva, un semáforo para evitar más accidentes o una maestra sustituta cuando las autoridades no enviaban a nadie a suplir una baja.

Pero llegamos a mediados de los 80 y alguien decidió que las asociaciones vecinales no tenían sentido en democracia y fueron recluidas -en su mayoría- a gestionar la verbena, las fiestas del barrio y la sede social, en caso de que hubiera. Hoy me cuentan que en alguna ciudad de Extremadura ha dejado de haber incluso fiestas de barrio debido a las condiciones tan restrictivas que ha impuesto el propio Ayuntamiento a las asociaciones.

Salí de ver “El 47” emocionado con la historia, las interpretaciones y la hermosa canción de Valeria Castro mientras se encendían las luces de la sala. Me gustaría que se descubrieran más historias extremeñas y que quizá no conozcamos. Antes que glorificar las de hace siglos allende los mares, habría que admirar las auténticas conquistas extremeñas, las de gentes comprometidas como Manuel Vital. Seguro que hay muchas más.

Publicado en HOY el 18 de septiembre de 2024
 




 


04 septiembre, 2024

Hogar


Tener un techo bajo el que cobijarse es un derecho recogido en el artículo 47 de la Constitución. No menciona el verbo poseer ni tampoco sugiere nada parecido a tener en propiedad una casa, un piso o un apartamento. Los constituyentes se limitaron a conjugar un verbo tan agradable como es disfrutar y cerraron el debate léxico-inmobiliario con un vocablo simple y descriptivo: vivienda.  Durante los años del debate Constitucional todavía se podía ver en muchas ciudades españolas un fenómeno llamado chabolismo, así que los parlamentarios se apresuraron a poner un par de adjetivos para que la vivienda en cuestión fuera, como mínimo, digna y adecuada. 

 

Con el paso del tiempo las cosas fueron mejorando económicamente y las clases medias acabaron endeudándose para conseguir el sueño dorado: su piso en propiedad, aunque para ello estuvieran ahogados pagando letras e intereses bancarios que rozaban la usura. Jamás llegaron aquí los modelos de otros países europeos, donde los ayuntamientos eran propietarios de un gran parque de viviendas que los propios municipios ponían en alquiler a unos precios con los que, además de disfrutar de un hogar, también se podía disfrutar de la vida.

 

Han pasado más de 40 años desde que la Constitución consagrara aquel derecho, las cosas han cambiado y no siempre a mejor. El turismo ha incrementado los precios de un bien de primera necesidad de tal manera, que en ciudades como Madrid, Barcelona o Málaga es casi imposible encontrar un lugar decente para vivir ni dedicando todo el 75% del salario. Conseguir un hogar para formar una familia es una aventura de ciencia ficción y una auténtica suerte contar con una habitación en un piso compartido en el que no se conoce al resto de los inquilinos.

 

Imagino que a quienes están amasando millones especulando con un bien de primera necesidad todo esto les parecerá el paraíso: antes no podían pedir más de 900 euros al mes por un pisito y ahora se embolsan 2000 a la semana desde una plataforma que alquila a turistas, acaban expulsando de los barrios céntricos a personas de edad avanzada y terminan dejando un panorama urbano que todavía no tiene adjetivos para describirlo.

 

Aquel artículo 47 de la Constitución no acababa en lo del derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los redactores también sabían que esculpir un derecho en mármol y no encargar a nadie para que se hiciera cumplir no serviría para nada. Por eso atribuyeron a los poderes públicos la obligación de promover las condiciones necesarias y establecer las normas pertinentes para hacerlo efectivo, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.

 

Sé que la Constitución no solventará de la noche a la mañana el gran problema de vivienda que estamos sufriendo y que casi nadie se atreve a afrontar. Pero es curioso que las partes de la Carta Magna que garantizan derechos para los más débiles sean fácilmente ninguneadas, mientras que las que protegen a especuladores y fondos buitres siempre tienen cerca alguna toga que les ampare. Disfrutar de un hogar debería ser un Derecho Humano que permitiera a todo el mundo usar un adjetivo tan hermoso como es hogareño.

 

Publicado en el diario HOY el 4 de septiembre de 2024


 

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