Las (buenas) noticias
Las buenas noticias siempre deberían causar alegría. Parece una afirmación demasiado obvia pero en ocasiones hay que recalcarla para que a nadie se le olvide. La paz, el alto al fuego o el cese de la violencia no tienen ni un solo resquicio para causar inquietud: lo inquietante era la amenaza. Los momentos cruciales necesitan ser afrontados con una visión histórica, un concepto casi incompatible con los sistemas electorales cuatrienales. Si hay alguien que empieza a dudar y a pensar qué es lo que más le conviene de cara a las elecciones de 2008, corremos el peligro de malograr un proceso que tendrá sus dificultades y sus altibajos, pero que puede suponer un escenario de tranquilidad permanente. Peor asunto es pararse a pensar en quién capitalizaría un posible éxito del gobierno. ¿Acaso no seríamos todos los beneficiarios? ¿Hay mayor éxito que un futuro en paz en el que no haya que estar mirando de reojo a nadie? Los romanos decían que siempre era mejor una paz segura que una victoria