
Às vezes precisamos de descansar, beber umas canecas e pensar que há coisas mais importantes que trabalhar, trabalhar e trabalhar. Talvez viver?

Carmen Puig Antich tenía sólo diecinueve años. En la noche más larga de su vida hubo un tipo, que probablemente se esté bañando placidamente en una playa, que le contó detalle por detalle la manera en que una vuelta de tuerca iba a estrangular a su hermano cuando saliera el sol. A buen seguro que aquel guardia no se arrepiente de lo que hizo porque nadie en los últimos 30 años se ha atrevido a decirle en papel y con sello oficial que participó en un crimen execrable sin justificación alguna desde cualquier punto de vista. También estarán vivos los que detuvieron a Salvador Puig Antich, los que lo maltrataron, los que lo juzgaron y condenaron, los que no hicieron nada por salvarle la vida, los que siguieron estudiando oposiciones para registrador de la propiedad mientras el Estado partía el cuello de un joven de veintiséis años. Hoy, los mismos que niegan cualquier proceso de paz en nombre de la memoria de las víctimas, se rasgan las vestiduras cuando son otros los que recuerdan a sus víctimas, a sus muertos, a sus presos y a sus represaliados durante una dictadura que está más presente en el subconsciente que en el callejero. Si en 1977
la izquierda hubiera reclamado la reparación moral y económica a todos aquellos que lucharon contra el fascismo, se la habría tildado de revanchista e instigadora de una nueva guerra civil. Pero han pasado ya treinta años desde la muerte del dictador y no podemos esperar más: una democracia que se precie no puede estar respaldada por un Estado que tiene en más estima y consideración oficial a los asesinos de Puig Antich que al propio ejecutado. Olvidar sería como volver a matar.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 31 de julio de 2006.
P.S. Una ley que pretendía devolver la dignidad histórica de quienes dieron su vida mientras luchaban por las libertades no puede quedarse en las puertas y no reconocer como ilegítimos los juicios que acabaron con tantas vidas. El viernes era 28 de julio pero parecía que era 1 de abril de 1939. Han vuelto a ganarnos. No se pide venganza ni se pretende encarcelar a los ministros del franquismo que quedan vivos y que mandaban a los grises a disparar sobre las manifestaciones. Es algo tan fácil como reconocer que hubo quien dio la vida por la democracia y que hubo quien segó vidas ajenas para que no acabara la dictadura. Si hay algún impedimento jurídico, legal o de no sé qué para conseguirlo es porque esta democracia construida hace 30 años tiene fallos en sus cimientos.
Para esto no hacía falta nada: Ni el PP estará contento y aprobará la ley, ni se conseguirá reconocer la memoria de quienes sufrieron en su lucha por las libertades. Otra vez será, pero será de verdad. No me cabe la menor duda. Mientras haya personas con recuerdos existirá esperanza para la memoria de Julián Grimau, Salvador Puig Antich, Enrique Ruano y tantos y tantos otros.


Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de julio de 2006

Hay quien cree que las picaduras venenosas tienen que ser curadas con el propio veneno y, como no tenemos ni idea de Medicina, lo mejor será no pontificar contra esa máxima no vaya a ser que tengan razón. Otra cuestión es llevar esa técnica a todos los asuntos y dedicarse a hacer terrorismo de última generación como antídoto contra el propio terrorismo. Los usos y costumbres de la diplomacia nos han hecho que demos calificativos distintos a las mismas acciones dependiendo si es un Estado quien lo perpetra o cuatro forajidos. Algo así ocurre en tierras de Palestina desde hace ya demasiados años: un gobierno israelí al que no le tiembla el pulso para luchar contra las bombas con bombas, contra los atentados indiscriminados con ataques aún más indiscriminados, que no distingue a los terroristas suicidas de sus familias y que no le importa poner en práctica la más ciega y cruel de las venganzas. Mientras tanto los europeos condenan los secuestros de soldados de Israel pero sólo lamentan los efectos colaterales de un ejército que deja sin agua y sin luz a miles de ciudadanos, que se dedica a demoler casas con nocturnidad y alevosía. La diferencia entre lamentar y condenar, que nos parecía escandalosa y merecedora de cárcel, es usada ahora sin pudor porque las víctimas, esas de las que tanto se habla cuando nos son cercanas, tienen la piel más oscura que la nuestra y ya casi no parecen ni que sean víctimas que sufren por sus seres queridos. No podremos solucionar de un plumazo una guerra de décadas pero sí podríamos pedir a los defensores del orden mundial que vean en los niños de Palestina a sus propios hijos.




Escribió Tito Livio que es mejor y más seguro lograr una paz cierta que una victoria esperada. Un consejo muy sensato pe...