La misma semana que un obispo ganó las elecciones en Paraguay, el mismo día que un cura salió volando con un montón de globos de feria que llegaban al cielo, me entero de que en la Comunidad de Madrid los sacerdotes podrán formar parte de los comités de ética de los hospitales públicos. El primero tiene un futuro difícil, el segundo ha tenido un final muy trágico y los capellanes de Güemes y Aguirre son una mezcla de los dos primeros: con un poder que el pueblo no les ha dado mientras abren (o cierran) las puertas del cielo a los demás. El consejero Güemes firmó un acuerdo para permitir a los sacerdotes católicos formar parte del equipo interdisciplinar de cuidados paliativos. Tras conocer todo esto me asaltan dudas tales como si el imán de la M-30, el rabino de Lavapiés, los lamas de Vallecas y los chamanes de Usera formarán parte de los mismos comités. La verdad es que sería muy edificante ver un debate televisado entre todos ellos sobre las consecuencias morales de una simple extirpación de un bazo o una complicada sedación a un agonizante. Si no fuera porque todo esto tiene un fondo muy serio, estaríamos ante uno de esos filones para hacer humor negro durante una temporada. Quienes nacieron en el nacional catolicismo no se acaban de enterar de que la religión verdadera, única y oficial murió un 6 de diciembre de 1978 y que un sacerdote católico tiene todo el derecho a visitar a cuantos enfermos lo deseen, pero su opinión ético-médica debe ser tan relevante como la del quiosquero, la florista o el celador. Si así se las gasta la gran esperanza de los liberales, que alguien nos guarde de los conservadores.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 28 de abril de 2008.