25 enero, 2010

Nicotina

Prohibido prohibir ha pasado de ser el lema del 68 a convertirse en la página web de los fumadores tolerantes. Parece ser que los hay y de hecho conozco a alguno, no muchos. Hace diez años, en un restaurante del Pirineo, un señor preguntó si me molestaba que se encendiera un puro después de comer. Dudé en la respuesta. En el comedor había ya una decena de personas fumando a las que les importaba tres pimientos que yo estuviera dando una crema de verduras a un bebé de siete meses. Me dio cargo pensar que estaba en mi mano impedírselo al único fumador educado que había en la sala, pero me armé de sinceridad y respondí que le agradecería mucho que no lo hiciera.

El jueves salí del médico con mi asma y fui a buscar a mis hijos a la puerta del colegio. Se abarrotaban centenares de niños de apenas un metro de altura que iban esquivando cigarrillos, tragando el humo bien de cerca, enganchando trozos de ceniza candente en un chubasquero y, de vez en cuando, llevándose alguna quemadura superficial. Se me ocurrió decirle a una señora que se le estaba quemando un cilindro blanco que llevaba en la mano. No captó la ironía y se sintió indignada cuando le expliqué el motivo de mis palabras. La señora tenía un argumento de peso: estaba al aire libre y de nada servía señalarle con el dedo cómo el humo de su cigarro era claramente visible a la altura de las caras de los niños. Hay situaciones tan lógicas que no necesitarían prohibirse, pero la nicotina debe tener tal capacidad destructora del sentido común que, a veces, se hacen imprescindibles normas para que nos dejen respirar. Incluso en la calle.

Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 25 de enero de 2010.

19 enero, 2010

Peculiar oferta para fomentar la lectura


En el mercadillo de Badajoz se puede ver esta fotografía. El fomento de la lectura llega a lugares insospechados. No hay nada como ser limpia para acabar adquiriendo una mayor cultura.

18 enero, 2010

Tahití


No. No es que se me hayan deslizado las teclas o que sea tan ignorante como para confundir la Polinesia Francesa del Pacífico con el Caribe. Lo que pasa es que uno no acaba de entender que unas islas con climas similares, colonizadas por la misma metrópoli y con unas playas vírgenes bastante parecidas hayan llegado a situaciones tan diferentes. Ya sé que no es lo mismo seguir formando parte de los territorios de ultramar de una potencia mundial, que llevar más de dos siglos como estado independiente sufriendo los caprichos intervencionistas de algunos. Las crueles dictaduras de la familia Duvalier camparon a sus anchas y a nadie le importó nada la vida de los descendientes de aquellos esclavos africanos que tanto sirvieron para el pasado (y para el actual) esplendor europeo. Eso sí, no pararon hasta deshacerse de Jean-Bertrand Aristide, aquel salesiano de la Teología de la Liberación que pretendió sacar al pueblo de la miseria absoluta y acercarlo, al menos, a una pobreza digna. Hoy las imágenes de la catástrofe todavía están frescas en nuestras retinas y aún hay quien ingresa unos euros en las cuentas de organizaciones humanitarias. El lunes que viene será difícil encontrar la palabra Haití en algún telediario y en un par de meses Puerto Príncipe nos aparecerá en las búsquedas de noticias de google cuando Felipe de Borbón se monte en un barco. Tenemos memoria de pez y cualquier cotilleo borrará a las gentes de Haití de nuestros pensamientos. Ojalá las buenas palabras de estos días sirvan para que los disléxicos confundamos los folletos de Tahití y Haití en la agencia de viajes. Será difícil.

Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 18 de enero de 2010.

Una de las fotografías de es de Xavier Munard y la otra no lo sé. Una es de Haití y la otra de Tahití. Se parecen.

11 enero, 2010

Cero

Toda la vida intentando aprender algo de matemáticas y sigo teniendo dificultades. Creía haber entendido que el cero a la izquierda no valía nada, que sólo servía cuando iba a la derecha de otra cifra, y ahora resulta que el cero es el principal cebo publicitario de muchos productos: el gel tiene cero por ciento de impacto sobre los ecosistemas acuáticos y cumple requisitos estrictos de biodegradabilidad, las salchichas tiene cero de grasas, los yogures no llevan nada de azúcar ni de lactosa y los botes de verduras se envasan sin conservantes. Uno, que no entiende de números, pensaba que todos estos productos a los que se les han quitado porquerías y añadidos serían más baratos, pero resulta que son más caros. No tener algo es más caro que tenerlo y el cero se ha convertido en un adjetivo calificativo tras el que se esconde, bajo el eufemístico nombre de tolerancia cero, la más pura y dura intolerancia. Viajar en avión te convierte en aprendiz de presidiario, la sospecha histérica planea sobre nuestras cabezas y cuesta trabajo encontrar una voz discordante, una voz que diga que ya está bien de pasar por un escáner hasta los más recónditos rincones de nuestros pensamientos, que ya vale de acusar a la humanidad del presunto intento de asesinato de la otra media, y de montar un escenario global en el que la sospecha y el miedo son los principales elementos de atrezzo. Para defender el mundo libre nos están vendiendo una libertad con cero por ciento de libertad, que es algo parecido al edulcorante amargo, a la sal sosa o a la luminosa oscuridad. ¿No lo entienden? Pues yo tampoco. Serán paradojas del cero.


Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 11 de enero de 2010.

04 enero, 2010

Décadas


Los veinte primeros años de cada siglo son siempre los peores. Luego todo se hace más fácil y podemos hablar de los revolucionarios años 60 o de los movidos años 80. ¿Pero cómo llamamos a la década que se ha terminado y a la que acaba de empezar? ¿Podremos hablar de los inquietos cero y pico o de la desoladora década de los diez y tal? Mientras nos aclaran esta duda, echamos la vista atrás y parece que fue ayer cuando Álvarez Cascos nos preparaba para el caos del año 2000. Pero el milenarismo que había anunciado Fernando Arrabal once años antes no llegó esa noche. Lo que sí que parece relevante es la cifra mágica del nuevo siglo, ese once que marcó un día de septiembre de 2001 para convertirse en un símbolo del memento mori de la minoría dominante. De vez en cuando un tipo con un mechero en un avión nos recuerda nuevamente que podemos morir y nos reafirma que somos el centro del mundo. La década empezó con tres mil muertos occidentales en las torres gemelas y que, para la prensa independiente e imparcial, son mucho más importantes que el millón de fallecidos violentamente en Irak o los 1434 palestinos que eran aplastados hace justamente un año. La década que viene será clave para poner los sistemas económico-productivos al servicio de la ciudadanía y de la tierra, para llevar los Derechos Humanos a todos los rincones y hacer que los mil millones de occidentales tengan en consideración a los otros cinco mil millones. Sólo así lograremos volver a tener unos felices años 20. Si no fuera por la etimología podríamos llegar a pensar que algunas décadas provienen directamente del término decadencia.

03 enero, 2010

01 enero, 2010

I wish you a revolution and a happy new year


... Poor people are gonna rise up. And take what's theirs.

Don't you know you better run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run.

Oh I said you better run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run, run.

Finally the tables are starting to turn. Talking about a revolution.






Historias de Loach y Laverty

Hay cine para todos los gustos. Algunos disfrutan de lo lindo con la ciencia ficción y los efectos especiales, mientras que otros nos decant...