25 octubre, 2010

Discurso cero

Hay mucha gente que se dedica a hacer reflexiones sobre cualquier cambio de alineación, ya sea política o futbolística. Casi siempre vuelcan todas sus valoraciones en los nombres, biografías y recorridos de quienes han alcanzado la titularidad o se han hecho con un hueco en el Consejo de Ministros. Esperan que quien ha estado cerca de los sindicatos siga una línea de acción favorecedora de los intereses de los trabajadores, y que quien viene de formaciones cercanas al ecologismo se convierta en adalid de la defensa del medio ambiente desde el despacho ministerial. Pero la experiencia nos dice que las preguntas de estos días suelen estar muy mal encaminadas, que se centran demasiado en quiénes son los que van a llevar las riendas de los ministerios y muy poco en qué van hacer. Es más, la diplomacia les hace llegar a la toma de posesión alabando lo realizado por el antecesor y definiéndose como fieles continuadores, con lo cual uno se pregunta para qué narices se remodelan los gobiernos. La historia reciente nos recuerda que ya ha habido quien ha pasado de encabezar manifestaciones del primer día de mayo, a ser el personaje más vituperado en las mismas. La sobrevaloración del quién frente al qué explicaría esa moda del discurso cero, aquel que consiste en no decir nada, en pronunciar mensajes con poco significante y nulo significado. Dicen los expertos que el método da unos resultados electorales espectaculares, en Portugal ha funcionado y a Rajoy se lo recomienda Arriola. En fin. Estos días me he acordado mucho de Lampedusa. Y de Julio Iglesias también: todo sigue igual.

Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 25 de octubre de 2010.

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