Me contaron que el pasado martes visitaban la región jerifaltes de la compañía de ferrocarriles, que trataban de ver las mejoras que se podían hacer en el servicio para beneficiar a los ciudadanos. Con cierta maledicencia me llegaron a afirmar que habían venido en coche, ya que los horarios y la calidad de los trenes que ellos mismos gobiernan les impedía usarlos. La verdad es que no me lo creí, como tampoco me acabé de creer otra historia parecida de un director de instituto público que llevaba a sus hijos a un colegio privado. Sé que muchos me dirán que cada uno hace lo que quiere, pero no me negarán que tiene su pizca de incongruencia. Es como si descubres que tu panadero compra el pan en un supermercado ajeno: es libre y está en su derecho, pero inspira muy poca confianza en su propio trabajo. Algo parecido he pensado del presidente checo, ese que se queda con la estilográfica delante de la prensa y de las cámaras de televisión. A lo mejor es el tipo más honrado del mundo, pero también podíamos hacer otro razonamiento: si es capaz de maquinar todo eso por una simple pluma y ante tantos ojos, qué no hará con el erario público en los ocultos despachos del poder. No sé si es una sensación demasiado subjetiva o es que estamos ante una crisis del concepto de gente de confianza. Ser coherente y consecuente con lo que se es y con lo que se piensa no está de moda, pero tampoco pasa nada porque estamos insensibilizados y acabamos concluyendo que todo el mundo es igual. Y no es verdad: Hay mucha gente fiable por ahí fuera y hay que aprender a distinguirlos. Es más fácil de lo que parece.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA un 18 de abril de 2011.
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