25 julio, 2011

Escenografía, atrezzo y vestuario

Hace más de 20 años asistí a una mesa redonda en torno a un festival de teatro, donde el inolvidable profesor Ricardo Puente Broncano apelaba al texto literario como elemento clave de la dramaturgia. El atrezzo, la escenografía, el vestuario e incluso los actores eran secundarios. Y allí intervenían otros hablando de modernas puestas en escena y el profesor volvía erre que erre con el texto, buscando a Valle-Inclán y a Buero Vallejo en el programa del festival, y arremetiendo contra obras representadas que jamás se habían publicado. He recordado aquel debate en un tiempo en el que la puesta en escena se ha convertido en casi todo, desde la ubicación de los asientos a las presentaciones públicas de los fichajes de cada nueva temporada. Nada se improvisa. Los complementos circunstanciales de modo, lugar y tiempo ocupan el elemento central del mensaje y los sujetos se olvidan de los verbos y complementos más directos. Ya no importa tanto qué se hace sino cómo se muestra. El sentido común de Miguel Sebastián invita a despojarse de corbatas a 40 grados, pero la tradición más rancia de Bono es incapaz de anteponer la sensatez a cualquier protocolo. Otra cosa es que existan sibilinas intenciones, y que tanto oropel sea un señuelo con el que confundirnos para acabar todos con un grave problema de lateralidad, en el que no sepamos dónde está nuestra izquierda, y terminemos creyendo que las ocurrencias son mejores que las ideologías. La escenografía, el atrezzo y el vestuario, como diría don Ricardo, no son nada sin el texto, sin el mensaje, sin ese meollo que tanto tarda en aparecer. 

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