Cuando algunos escribíamos cartas a la embajada Libia preocupándonos por los derechos humanos en ese país,
había quien tomaba té con Gadafi en
su jaima y aceptaba con gusto caballos y otros regalos. Estos mismos no tuvieron ningún reparo en bombardear ese país,
silenciar los desmanes del Consejo Nacional de Transición, tan sanguinarios como los del loco coronel, y aplaudir a rabiar su ejecución sumarísima y cruel sin
juicio ni defensa. Algunos somos capaces de alegrarnos por el fin de la
dictadura en Libia pero no conseguimos ser lo suficientemente malvados como
para festejar el asesinato premeditado y televisado. No lo quisimos ni para Pinochet ni para ninguno de los
generales argentinos que lanzaron al océano a una generación de jóvenes de
ideas diferentes. Los conflictos graves y violentos se curan de verdad cuando
hay arrepentimiento, reconocimiento del dolor causado y altura de miras para pensar
más en el futuro que en el pasado. Es algo que ocurre aquí y en Pernambuco,
aunque muchos tienen la lengua desatada para descalificar y echar por tierra
las mejores intenciones. Hace una semana, sin ir más lejos, estaba la mitad de la prensa española acusando
de colaboración con banda armada a Kofi Annan y a ex primeros ministros de Noruega
o Irlanda, a quienes se les llamó ignorantes y mercenarios del terror. Desde el
jueves se atisba una cierta luz y parece que la paz se acerca, aunque siempre
haya quien encuentre pequeños inconvenientes para lamentar las buenas noticias.
Cuando las armas dejan de usarse nos dan un motivo de alegría a todos los seres
humanos. Hay que celebrarlo.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de octubre de 2011.
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