No
hace mucho tuve que escribir sobre algunas estúpidas normas que nos rodean y el
otro día se sumó una nueva a la colección: impusieron una multa de 100 euros ados integrantes del “Campamento Dignidad” de Plasencia por repartir octavillas.
Al principio no daba crédito a los titulares de la noticia, pero la indignación
llegó a mayores al leer la letra pequeña y saber de la existencia de una
ordenanza que penaliza a quien esparza o distribuya cualquier tipo de papel
escrito. Me pregunto quién redactó el citado artículo y qué retorcida debería
ser su mente para castigar con la misma pena a quien arroja folletos al suelo y
a quien los entrega en mano a los viandantes. Imagino que si el leguleyo
hubiera sido de los que se batió el cobre por la democracia, repartiendo
pasquines impresos en aquellas míticas multicopistas vietnamitas, no habría osado incluir tanta sandez en una norma que
no tiene nada que ver con la limpieza y sí con las cortapisas a la libertad de
expresión.
Quizá
era alguien que estaba aburrido y ya sabemos que de ahí vienen muchos de los
males del mundo moderno: tengan un ustedes un vecino jubilado y sin aficiones y
verán que enseguida se convierte en el pejiguera de la comunidad de
propietarios. Lo malo es que algunos no tienen límites, como unos chicos de Oklahoma
que se han cargado a un australiano porque no tenían otra cosa que hacer. Sí, ya
sabemos que no son casos comparables, pero convendría que el aburrimiento no le
hiciera perder la cabeza a nadie, ni para asuntos tan graves, ni para multas
tan indignas como las que en Plasencia no difieren al que ensucia de quien
pretende difundir sus opiniones.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 26 de agosto de 2013.
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