Para muchos la palabra del día es ilusión, una de las voces más equívocas de nuestro diccionario. Si sales a la calle para preguntar en qué consiste, es muy probable que la mayoría de las respuestas se vayan directamente hacia la segunda acepción académica, la que la define como “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”, o incluso a la tercera, la que habla de la “viva complacencia en una persona, una cosa o una tarea.
Si han aprendido algo de idiomas habrán
comprobado que illusion en inglés o francés, o ilusão en portugués son falsos amigos
camuflados, porque sí que coinciden con la primera definición de la RAE, la que
nos remite al “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad,
sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”. No
quisiera desilusionar a nadie en un día como el de hoy, así que disfruten del
perfume o de ese videojuego que estaban deseando. Pero no me negarán la
curiosidad de una palabra que nos transmite tanta alegría y que tiene su origen
en la falsedad y la mentira. Habría que psicoanalizar las razones por las que
el castellano le ha dado la vuelta al término, aunque me temo que no sea tanto
por un exceso de espíritu optimista sino por cierta facilidad para ser
engañados y quedarnos contentos. En
un tiempo en el que se fabrican demasiadas imágenes de laboratorio construidas
sobre la nada, a uno le gustaría que los anhelos, los ánimos y las confianzas
surgieran del deseo por modificar las realidades y no de la costumbre de
tragarnos ficciones y apariencias que solo pretenden adormecernos. Mantengan la ilusión, por favor, pero no sean
ilusos.
Publicado en EL PERiÓDICO EXTREMADURA el 6 de enero de 2014.
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