Lamento
defraudar a quienes pensaban que hoy iba a dedicar unas palabras al asunto que
en Extremadura -y en el resto de España- no hace más que ocupar espacio en
tertulias, entrevistas y reportajes especiales. Pero llevaba varias semanas discutiendo
sobre los casos de corrupción que nos rodean y tuve noticias de una curiosa
campaña iniciada en Brasil, un país asolado por ese mismo mal desde hace décadas
y que ni Lula da Silva ni Dilma Rousseff han sabido atajar. El cartel de dicha
campaña es una exhortación a reprochar moralmente las pequeñas corrupciones del
día a día. En él se mencionan acciones tan triviales como colarse en el
supermercado, pedir un informe médico falso, copiar en un examen o apuntarse el
éxito de un colega de trabajo. La lista podría continuar y haber mencionado
acciones como comprar productos falsificados, piratear películas o la
televisión de pago, saltarse el peaje por el lugar reservado al pago
electrónico, pasarle tu seudónimo a ese amigo que es jurado de un premio
literario o recomendar a alguien en un proceso selectivo.
Y
cuando mencionas todas esas pequeñas trampillas del día a día hay algunos, de esos
que llevan despotricando de todo lo que pasa, que hacen un leve silencio cuando
escuchan su pequeña corrupción, esa que no creen relevante, que no les hace ni
ricos ni millonarios, que creen que no daña a casi nadie pero que sí crea
pequeñas injusticias. En la sala de
espera de un centro de salud fui testigo de un encuentro casual de dos conocidas
que comenzaron a desgranarnos su historial médico a todos los presentes (y
contra nuestra voluntad). Y nos enteramos de que a una tenían que hacerle una
resonancia de no sé qué tipo y que le
habían dado cita para dentro de seis meses. Menos mal que gracias a una cuñada
que conocía a no sé quién, se lo habían solucionado en dos semanas. No se vio
rubor en los rostros, ni malas miradas de los demás testigos, porque tenemos
casi asimilado que las cosas son así.
Otra
amiga me contaba que fue a una consulta privada y que, tras una breve conversación
sobre las corruptelas del momento, una visita rutinaria y una búsqueda de fecha
para el año siguiente, la enfermera le dice que no puede pagar con tarjeta, que
se acerque a un cajero y que se lo pague con billetitos frescos y sin factura.
La cuestión, me decía, es que me lo siguen haciendo mucho desde que las
facturas médicas dejaron de desgravar en el IRPF y Hacienda se perdió a unos
cuantos millones de inspectores gratuitos que se llamaban ciudadanos.
Imagino
que ustedes también se habrán encontrado con pequeñas corrupciones como estas
en su día a día. Acabar con ellas es tarea de todos, pero no olvidemos que lo
más grave de todo lo ocurrido no proviene de la gente corriente sino de los que
están bien arriba, que son quienes deberían dar ejemplo.
Publicado en el diario HOY el 19 de noviembre de 2014