19 marzo, 2015

Nada cambiaremos si creemos que nos sobra con la fuerza de la ola

Una de mis aficiones favoritas es ver las olas del mar y una de ellas adorna mi blog desde hace diez años. Tomé la fotografía hace ya bastante tiempo en mi playa favorita, donde las olas parecen tener mucha fuerza y se desvanecen al llegar a la orilla. A veces se llevan cosas por delante, arrastran a más de uno, borran lo que hemos escrito sobre la arena y producen un sonido que a los de tierra adentro nos hipnotiza. Cuando llevo unas horas observándolas, siempre hay un momento en el que pienso en su belleza y, a renglón seguido, en lo inútiles que son para regar un huerto o un jardín. 

Llevamos unos meses sobre una tabla de surf en lo alto de una ola. No nos caemos a pesar de las embestidas, nos mantenemos y avanzamos. Hay quien cree que la fuerza de la ola es eterna; otros, en cambio, sabemos que tarde o temprano llegaremos a la orilla y habrá que saltar y dar la mano a quienes nos han ayudado en el viaje.

Es urgente aprovechar la fuerza que tenemos, sí. Pero no todo es fuerza en la vida. A veces se necesita fuerza y algo más: mirar hacia atrás en el tiempo, echar un vistazo a la izquierda antes de cruzar, escuchar las sabias palabras de nuestros compañeros de viaje aunque tengan camisetas de otro color, aprender que la generosidad siempre beneficia más al que da que al que recibe.

No podemos defraudar las esperanzas de tanta gente. Estamos a punto de hacerles perder algo que debería ser de todos y que tratan como si fuera un cortijo. Así que es hora de reflexionar: los que creen que con esa ola de agua salada se puede regar un jardín, que sigan en la tabla. Os espero en la orilla, en esta orilla, y deseando que tengáis razón. Pero no sé.


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