09 septiembre, 2015

Dramas que existen


Hay quienes necesitan averiguar que las películas tienen final feliz para empezar a verlas. Es una opción respetable porque se trata de ocio y ahí cada uno es muy libre de elegir drama, comedia o cine de autor. Cuando uno lleva este planteamiento a la vida, evitando cualquier contacto con la realidad que pueda provocar tristeza o desazón, la cuestión toma otro cariz, pues ni el mundo es un plató en el que se rueda de manera continua un “Show de Truman”, ni el escapismo parece una postura ética en estos días.

Entre preocuparse por el mundo y regodearse en el dolor siempre hay un término medio, algo que aprendimos en el año 1993 quienes pudimos ver cómo los medios estiraban hasta el infinito la curiosidad morbosa de los horribles asesinatos de unas niñas en Valencia. Para tener conciencia de los problemas que existen no es necesario abrir en canal todos los detalles de los acontecimientos: nos basta con entender lo ocurrido y saber actuar en consecuencia y racionalmente. 

Las noticias de los últimos días me han recordado una tarde, también de 1993, en la que fundamos el primer grupo de Amnistía Internacional en la ciudad de Badajoz. Han pasado 22 años y muchas cosas han cambiado: ya no recibimos un voluminoso sobre con los casos de personas por las que teníamos que ocuparnos sino que nos llega todo al instante por ese mundo mágico llamado internet. Pero la tarea de sensibilizar a la ciudadanía sobre los males que padecen otros seres humanos no ha sido nunca tarea fácil, especialmente si están a miles de kilómetros, no hablan nuestro idioma, no tienen nuestra cultura y practican religiones extrañas. Durante mucho tiempo aprendimos que, desgraciadamente, las imágenes eran lo que mejor espoleaba la solidaridad: una fotografía de las lesiones de un torturado, el vídeo de un lapidamiento o la imagen de una madre y su bebé pidiendo agua tras una alambrada eran siempre más útiles que explicar minuciosamente lo que pasaba en Timor Oriental, Somalia o Ciudad Juárez.

El miércoles pasado un niño llamado Aylan nos heló el alma y parece que todo el mundo se avergüenza de permanecer inmóvil ante la barbarie. Sé que no es lugar ni momento para analizar quién es el culpable de todo esto, si fue Bashar al-Asad o quienes alimentaron a sus opositores sin caer en la cuenta de que el remedio era peor que la enfermedad. La cuestión es que tenemos a millares de personas huyendo de la muerte y metiéndose en cualquier barquito agujereado con tal de salir de allí. Y lo seguirán haciéndolo porque, aunque no lo sepamos, muchos otros niños como Aylan siguen muriendo cada día sin que su imagen salga en los periódicos.


Son los dramas que existen y que no dejarán de acontecer tapándonos los ojos. Ahora lo urgente es salvar a los que mueren en las playas, pero lo más importante es ir preparando un mundo en el que quepamos y convivamos todos. Nada fácil.

Publicado en el diario HOY el 9 de septiembre de 2015.

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