Se
atribuye a Bertolt Brecht aquella historia del que no hizo nada cuando los
nazis fueron a buscar a los judíos, a los comunistas, a los homosexuales o a
los gitanos, y que solo reparó en que era demasiado tarde cuando fueron a por él.
Los seres humanos nos debatimos entre la inconsciencia de no prever que lo
lejano nos puede acabar pasando, y la desmemoria de no recordar lo sufrido,
como si el olvido fuera un bálsamo para ser un poco más felices aunque se tropiece
de nuevo en las mismas piedras.
A
finales de los 80 Yugoslavia era, probablemente, el país del llamado bloque del
este en el que se podía vivir mejor: con una educación envidiable, brillando en
muchísimos deportes y con una sociedad en la que se conjugaban los beneficios igualitarios
de un socialismo muy sui generis y sin
todos los despropósitos del estalinismo. No era aquel un país maravilloso
habitado por ninguna Alicia, pero jamás se pudieron imaginar los ciudadanos de
aquella república federal que la siguiente década se verían rodeados de
bombardeos, francotiradores, limpiezas étnicas, violaciones como arma de guerra
y un sin fin de crueldades difíciles de contar sin escalofríos.
Nunca
te esperas la ruina y la catástrofe. Como tampoco se imaginaban su propio
desahucio muchas de las personas que se han visto con todas sus posesiones
recogidas en unas cuantas cajas de cartón. Algunos que justificaban la
necesidad de las reformas laborales y los recortes económicos, terminaron
lamentando aquello mismo que habían aplaudido, porque jamás pensaron, como el
protagonista de la historia de Brecht, que aquellos dramas lejanos les iban a
tocar en sus propias carnes.
Hay
quien no se mueve para sobrevivir y quienes optan por todo lo contrario. En una
calle de Badajoz estuvo escrita, durante muchos años, una frase de esas que te
hacen pensar: “quien no se mueve, no siente sus cadenas”. Ocho palabras que visualizan
que uno puede ser esclavo sin darse cuenta. El que se mueve hace ruido, siente
la presión de los grilletes y toma conciencia de lo que es tener (o no tener)
libertad. Me acordé de esta frase
atribuida a Rosa Luxemburgo el sábado pasado, en un merecidísimo homenaje que
la solidaridad de Extremadura rindió a Rafael Barragán, un activista al que
hemos visto con carteles, megáfonos y pancartas, luchando contra la pobreza en
el mundo, para conseguir el 0’7% del PIB para el desarrollo del tercer mundo,
contra guerras como las que azotaron Yugoslavia o Iraq, a favor de los que nada
tienen y rebelándose contra quienes quieren amordazar la discrepancia.
Mientras
Rafael recibía el aplauso unánime de las organizaciones no gubernamentales de la
región, me asaltó de nuevo Bertolt Brecht. Esta vez con aquellas palabras
dedicadas a las personas que luchan un día y son buenas, que luchan muchos años
y son mejores, y las que luchan toda la vida, como Rafael. Esas son las
imprescindibles.
Publicado en el diario HOY el 21 de octubre de 2015