Llevaba mucho tiempo recibiendo la
recomendación de ver una serie de televisión danesa titulada Borgen, pero nunca encontraba tiempo. La
semana pasada escuché en la radio a un periodista de ese país en el que llevan
cien años sin mayoría absoluta, con un parlamento de 180 escaños y una decena
de grupos representados de manera estrictamente proporcional a los votos, donde
ninguno de ellos supera mucho más del 25% de la cámara y con la tradición de
formar gobiernos de coalición muy diferentes y con más de dos partidos. Así que
anteayer vi los dos primeros capítulos de la primera temporada y empecé a
apuntar curiosas casualidades, coincidencias y algunas diferencias
sustanciales.
En los dos primeros episodios vemos un
primer ministro que se despeña en las elecciones por un caso de corrupción que
aquí consideraríamos peccata minuta,
un líder de la oposición que tiene más enemigos dentro de su partido que fuera,
y una tercera fuerza que sube como la espuma tras un brillante minuto final en
el debate televisado. Si no fuera porque la serie tiene varios años pensaría
que los guionistas nos estaban copiando el escenario y la trama. Pero pasemos
de la ficción escandinava y aterricemos muy al sur de Dinamarca, donde las
urnas nos han dado un escenario que en latitudes desarrolladas y cívicas consideran
natural y que aquí parece la antesala del fin del mundo.
Hace diez días depositamos en las urnas unos
sobres blancos en los que se podía leer la leyenda Diputados/as. En España no
elegimos directamente ni presidentes de gobierno, ni de comunidad autónoma, ni
alcaldes, algo que se le olvida a muchos medios de comunicación e incluso a
muchos políticos. Así que nuestras normas son muy parecidas a las de esos
países nórdicos a los que tanto admiramos por haber consolidado un estado de
bienestar y una igualdad social que aquí todavía nos parece utópica. Cuando
escucho a los viejos líderes reclamando sistemas electorales que garanticen
rodillos y mayorías absolutas en aras de una mejor gobernabilidad, los apunto
en mi agenda para no olvidar sus nombres. Quienes anteponen la eficacia del “ordeno
y mando” a la capacidad de dialogar y gobernar favoreciendo a un espectro más
amplio, es porque quizá encierren en sí mismos a pequeños dictadores y no a demócratas
convencidos.
Si Dinamarca ha conseguido un nivel de vida
y estabilidad envidiable con un parlamento fraccionado, con una representación
fiel de la población y con gobiernos de varios partidos, es porque es posible.
Y no valen excusas de que tenemos diferente clima o mentalidad: las
mentalidades se cambian y quizá sea ese nuestro problema, que hay demasiados
políticos que creen que gobernar eficazmente consiste en no tener que escuchar
a nadie a la hora de decretar. No hay mayor desgobierno que olvidarse de la mayoría
de la gente corriente para favorecer los intereses de quienes quieren mandar
sin presentarse a las elecciones. Eso sí que es lo peor.
Publicado en el diario HOY el 30 de diciembre de 2015.