Mañana
por la noche empezará una campaña electoral y acabará un ciclo de elecciones
que empezó en mayo de 2014. Dicen las encuestas que nada será igual después del
20 de diciembre y, de momento, los cambios los podemos ver en las pantallas de
televisión. Lejos quedan ya aquellos días en los que la información se reducía
a los tiempos tasados en cada informativo y con unos espacios gratuitos después
de los telediarios, en los que uno podía pasar de la risa a la vergüenza ajena
en un santiamén. Siempre me ha llamado la atención que en esos espacios
tuvieran más minutos los que habían obtenido mejores resultados la vez
anterior, que sería como si en las próximas olimpiadas de Río de Janeiro
dejaran a Usain Bolt salir un par de segundos antes por haber logrado el oro en
Londres y Beijing.
Pero
de lo que no para de hablarse últimamente es de la permanente presencia de
líderes políticos en todo tipos de programas: empezaron por los de contenido
político, siguieron por los de entretenimiento y ya he visto a alguno en
emisiones dedicadas a la población mayor o a amantes del deporte de riesgo. No
descartemos que Rajoy acabe diciendo pasapalabra, que Rivera haga
un postre en un concurso de cocina y que nos encontremos a Sánchez en un reality show contando sus intimidades
(si no ha ocurrido ya).
Me
resisto a creer que somos una sociedad tan inmadura que no es capaz de asimilar
mensajes de sus candidatos si no se los pasan por la batidora de la trivialidad
mundana. Imagino que los partidos tienen gurús que saben de esto más que nadie,
de esos que te garantizan que una foto haciendo spinning, que es
como llaman ahora a las bicicletas estáticas que no van a ninguna parte, es un
salvoconducto hacia el éxito.
El lunes vimos, por
primera vez en mucho tiempo, algo parecido a un debate. Si no fuera por las
ausencias, unas voluntarias y otras no, habría sido útil para aquellas personas
que se acercan a cada proceso electoral sin prejuicios, como una libreta en
blanco en la que apuntar y sopesar qué es mejor para uno mismo, para la
sociedad en la que vive y para el planeta en el que habitamos. Quedan dieciséis
días de campaña y me parece que los debates tan generalistas no dan
más de sí y que serían más útiles si fueran ágiles y abordando contenidos
sectoriales: mujer, educación, empleo, sanidad, economía, justicia, juventud o
mayores. Unos encuentros en los que políticos expertos nos explicaran a fondo
sus propuestas y pudiéramos calibrar qué opción nos interesa votar a cada uno
el 20 de diciembre. De momento parece difícil y hay quien prefiere pasear en
globo o dar collejas a un niño mientras retransmite un partido de fútbol. Hasta
que los programas electorales no tengan valor contractual las elecciones van
camino de ser pura campaña e imagen. O campaña de imagen, que es como lo llaman.
Publicado en HOY el 2 de diciembre de 2015
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