Confieso
que aposté a que en el último momento se formaría un gobierno y no habría que
volver a las urnas. Pero ayer se publicó en el BOE la convocatoria de
elecciones y se ha levantado una ventolera de pereza democrática, con contertulios
y analistas políticos angustiados por votar de nuevo y criticando a los
partidos por no haberse puesto de acuerdo.
Si
he de ser sincero, no lo entiendo. En los últimos ocho años habría deseado
fervientemente que me consultaran un montón de cosas que no me habían planteado
los partidos ni en las generales de marzo de 2008, ni en las de noviembre de 2011. Me habría gustado opinar sobre los recortes
decretados por Zapatero en 2010 y su reforma laboral, sobre la modificación del
artículo 135 de la constitución en pleno mes de agosto, sobre la nueva reforma
laboral del PP en 2012, sobre la Ley Mordaza, sobre la LOMCE o sobre la locura
del ministro Soria con las energías renovables. Me habría molestado menos votar
sobre seis o siete cosas fundamentales para nuestras vidas en este periodo que,
por ejemplo, bajar la basura todos los días. Y no sé por qué está tan extendida
esa idea de que la gente se cansa más de votar que de aguantar los cambiazos
que los gobiernos nos dan una vez sentados en sus despachos ministeriales.
Muchos
de los argumentos contrarios a la repetición de comicios no se fundamentan en la
pereza democrática sino en el excesivo gasto que supone una nueva convocatoria.
Y en eso sí que hay una buena parte de razón, porque en España pusimos un
sistema de votación en 1977 y no hemos cambiado nada. ¿Se imaginan que en las
casas o en los trabajos siguiéramos con las mismas herramientas y métodos de
hace 39 años? Pues así estamos. No se ha avanzado nada en sistemas electrónicos
de votación y, lo que es peor, mantenemos un método de votación único e
incomprensible para la inmensa mayoría de los países: aquí seguimos permitiendo
que los partidos impriman sus papeletas las manden a cada una de nuestras casas
con una carta personalizada del candidato y nos las cobren a todos, queramos o
no queramos. Según estimaciones publicadas, el PP y el PSOE pudieron haber
gastado en buzoneo más de seis millones de euros cada uno el pasado diciembre y
C’s casi tres millones. Cuando se imprima una sola papeleta por elector (lo
habitual en casi todos los países) y cada votante entre en una cabina a hacer
su elección, habremos dado un gran paso para una madurez del sistema de
votación que nunca alcanzamos.
Me
gustaría ver una campaña austera, sin carteles, sin vallas, sin grandes mítines
y con debates cruzados a dos como en Portugal. ¿Se imaginan uno entre PP y C’s
para ver si son diferentes? ¿O uno entre Rivera y Sánchez aunque pereciera
tongo? ¿Y Rajoy frente a Iglesias? ¿Y otro monográfico de economía? Nos
aclararían mucho más que lo que hemos visto.
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