Se dice que
Extremadura es una tierra un tanto apática, que desde la histórica
manifestación de 1979 contra la central nuclear de Valdecaballeros no ha sido
capaz de salir a la calle, de manera unánime, con el objetivo de reclamar algo
para la región, ante quien sea y del color que sea. Será porque el ritmo
indolente de nuestros trenes se ha acabado contagiando y ya forma parte de
nuestro carácter, o bien porque los que nos han gobernado, unos y otros, han
intentado desactivar toda iniciativa que partiera desde abajo, como todavía podemos
ver hoy en día.
El sábado tenemos
una cita en Badajoz, a las 12 del mediodía. Las organizaciones sociales,
políticas y ciudadanas han realizado un llamamiento para manifestar en la calle
el derecho de Extremadura a tener un tren digno, que esté electrificado como lo
está en el resto del mundo civilizado desde hace décadas, y que alcance unas
velocidades decentes para llegar al centro de la península en tres horas (que
no es mucho pedir). No sería ni necesario repetir el error cometido en el resto
de España y construir AVEs que son insostenibles ecológica y económicamente,
sino que bastaría con aprovechar la plataforma ya construida, terminarla hasta
Madrid, conectar con lo que Portugal va a empezar a finales de año y mejorar el
resto de la red convencional.
Muchos se preguntan
cómo hemos llegado hasta aquí, cómo podemos vivir en un país en el que unos
recorren 600 km en poco más de dos horas y otros tardamos seis horas en hacer
400 km. Y es que nuestra realidad no ha sido producto de la casualidad o la
mala suerte, sino culpa de gobiernos centrales que ignoraron a Extremadura en
asuntos ferroviarios, y gobernantes autonómicos que solo
alzaban la voz cuando en la capital había un color diferente. También es
posible que a nuestros políticos les despreocupara un problema que no sufrían:
estoy seguro de que las cosas habrían sido de otra manera si nuestros políticos
hubieran ido en tren a Madrid cada vez que tenían que asistir a una reunión, o
se hubieran negado a recibir aquí a ningún ministro que no hubiera llegado a la
estación de ferrocarril. Pero sé que sería mucho pedir porque, salvo un
par de excepciones,
nuestros políticos rara vez pisan el tren e incluso los dirigentes de las
empresas ferroviarias usan el coche cuando visitan nuestra región.
Ahora ya no hay
excusas y ha llegado el momento de dejar de lamentarse en la barra del bar.
Ahora es el momento de tomar conciencia de que pocas cosas pueden unir a toda
la gente de esta tierra, piensen lo que piensen, como la reivindicación de un
sistema de comunicaciones moderno, ecológico, sostenible, eficaz y vertebrador
del territorio. Si no somos capaces de ir el sábado a la calle, luego no nos
quejemos porque tendremos lo que nos merecemos: ser atropellados por el tren de
nuestra propia apatía.
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