Los resultados de Podemos en las elecciones
europeas de mayo de 2014 abrieron la necesidad de construir rápidamente una
formación política que había logrado cinco escaños en Estrasburgo y 1.245.000
votos. El verano de 2014 fue un apresurado proceso para construir desde la nada
absoluta, sin techo bajo el que reunirse y con el acoso policial cada vez que
medio centenar de personas hacían un corro en algún parque o plaza para hablar
de futuro. Todo era organizarse y nada era pensar en qué planteábamos. Sabíamos
contra lo que luchábamos pero no teníamos del todo claro qué pretendíamos.
Siempre había que posponerlo todo: tras el verano de 2014 llegó la preparación
de la asamblea de Vistalegre; al final del otoño las elecciones a Consejos
Ciudadanos Municipales; en enero de 2015 la marcha del cambio en la Puerta del
Sol de Madrid; en febrero las elecciones a Consejos Ciudadanos Autonómicos; en
la primavera de ese año la frenética y tortuosa singladura para poder
presentarse a las elecciones municipales de mayo de 2015.
Junio de 2015 tampoco fue más tranquilo: había
que decidir qué se votaba en las investiduras de presidentes autonómicos y
configurar gobiernos de cambio en algunas ciudades. Y cuando parecía que todo
estaba en calma, a finales de junio, nos toca lidiar con unas primarias para
las generales que a algunos nos parecieron un auténtico despropósito. El otoño
de 2015, tras las elecciones catalanas de septiembre, fue otra locura para
preparar las elecciones del 20D. Y luego otra vez, para las del 26 de junio. Acaban
de volver a votar en Galicia y Euskadi pero esto parece que todavía no ha
acabado del todo. Alguien dijo aquello de “que no se podía correr y atarse las
zapatillas al mismo tiempo” y tenía toda la razón. Lo malo es que hemos
corrido, y mucho, pero ha habido momentos en los que lo hacíamos como pollo sin
cabeza, sin rumbo, espoleados por la necesidad imperiosa de correr pero sin
tener clara la ruta.
“Compañeros, compañeras, hasta aquí hemos
llegado”. Así empezaba una canción del admirado Labordeta. Ya ha llegado el
momento de pensar qué queremos y hacia dónde queremos dirigirnos. Luego
quedarán matices de si hay que hacerlo en un solo viaje, con escalas, solos,
con compañeros de viaje y a quién encargaremos que nos guíe (permitidme que
evite la expresión gran timonel). Lo que no se puede hacer en el seno de
Podemos - y yo extendería a toda la izquierda- es debatir con 140 caracteres. Una
cosa es simplificar y otro cosa es ser simples. Entre una discusión
terminológica sobre núcleos irradiadores que dejen fuera de juego al 99% de las
bases y un intercambio de tuits
imagino que hay un término medio. De ahí que algunos nos espantáramos cuando la
palestra se reducía a si es mejor no dar miedo y mostrar una cara más amable y
seductora, o bien hay que añadir contundencia a los posicionamientos.
Como el debate de ideas será largo, zanjemos
primero la cuestión de las formas que se planteó en septiembre, el asunto de si
damos miedo o de si hemos de dulcificar las formas, sobre si es mejor parecer algo diferente a lo
que se es o hacernos una cirugía estético-política con la que ganar adeptos en
los ambiguos caladeros del centro. Me atrevo a afirmar que es un debate de
corto recorrido, porque jamás se debe engañar a la gente (para eso hay viejos
partidos que lo hacen mejor y con más experiencia). Pero nunca está de más
aplacar los gritos, calmar los discursos y ser más amables en las formas,
siempre que no sea a costa de claudicar de los principios y de abandonar el
compromiso con las clases más desfavorecidas. El ‘qué’ siempre será más
importante que el ‘cómo’, pero siempre se convence mejor con buenas palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario