Cuando nos enseñaban aquello del análisis
sintáctico nos decían que había que preguntarle al verbo para averiguar quién
era el sujeto y qué era complemento directo. La personalización en todos los
ámbitos de la vida, especialmente en los mediáticos, nos ha llevado a darle más
importancia al sujeto que realiza la acción que a lo que realmente se hace. Buena
prueba de ello es que a veces se consigue un mayor éxito de taquilla con el actor
o la actriz del momento que con un buen guión. Además, es una tendencia que inunda todos los campos que podamos imaginar: las crónicas dedicarán
más minutos a la actuación de la estrella del equipo de fútbol que al trabajo
de los otros diez jugadores, por no hablar de los grupos de música en los que
la tarea colectiva se ve ensombrecida siempre por la de la voz (del) cantante.
Cuando surgió el 15M los periodistas perdían
los nervios cuando el movimiento no tenía portavoces fijos, caras conocidas,
nombres y apellidos con los que titular o dirigentes a los que poder investigar,
porque no quedaba más remedio que centrarse en el contenido de los mensajes y
eso es algo a lo que cada vez nos acostumbramos menos. El hiperliderazgo es lo
que vale y el resto pasa a ser accesorio. En los debates cuentan más las
miradas, los tonos de voz, los maquillajes, los peinados o los gestos
corporales que el discurso en sí. No es de extrañar que estén más cotizados los
asesores de imagen que quienes elaboran las propuestas y estamos empezando a
darlo como normal. A este paso la crítica gastronómica no se hará probando los
platos sino con unas imágenes que, en ocasiones, se confeccionan con elementos
incomestibles, donde los suculentos helados no son más que puré de patata
coloreado.
En los próximos meses todos los partidos van
a celebrar procesos congresuales y van ser examinados con lupa: los que nunca
han permitido que sean sus bases las que elijan directamente sus destinos, los
que lo hicieron durante algún tiempo y ahora quieren volver al pasado, y los
que han llegado nuevos y con la intención de hablar de todo con las puertas
abiertas. El veredicto suele ser, paradójicamente, muy benévolo con aquellos
partidos con poca democracia, a los que tildan de robustos, mientras que los
que cuentan con varios posicionamientos internos son considerados un gallinero.
En el debate interno de Podemos, que está
siendo noticia los últimos días, nos encontramos a quienes quieren separar el
debate político, estratégico y organizativo de la elección de los dirigentes y a
quienes consideran que es mejor votar todo junto. Quizá no se hayan planteado
que sería mejor consensuar al máximo qué se quiere hacer y luego elegir a
quienes deben intentar ponerlo en práctica. Pero sería poner a las ideas por
delante de los personalismos y me temo que eso empieza a ser difícil incluso
entre quienes desean cambios profundos.
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