08 febrero, 2017

Mansedumbre, Bulgaria y testosterona


Ayer escribía Antonio Tinoco a la vuelta de esta página sobre lo mansas que son las gentes de esta tierra y cómo existen muchísimas personas que, todavía, consideran extravagante y de mala imagen eso de protestar, reivindicar y reclamar. No hace falta que vengan con estudios sociológicos profundos sobre la cuestión, porque a simple vista nuestros índices de asociacionismo vecinal, sindical o de consumidores serán los más bajos de todo el Estado. Y así nos va: nuestro sino histórico y muchos de nuestros males actuales vienen de esa falta de coraje para unirse a favor del bien común y preferir una salida individual en forma de lotería, favor paternalista o nepotismo descarado. “Mira a ver si conoces a alguien que te lo solucione”, con el complemento indirecto en singular, no vaya a ser que el plural nos convierta a todos en una turba peligrosa.



Pocas cosas hay peores que la mansedumbre y una de ellas es la fe ciega en los liderazgos, el hacer click siempre en la opción “sí a todo” y convertirse en un brazo de madera de quien manda en cada momento. En castellano hemos acabado por llamar congresos a la búlgara a aquellos en las que las decisiones eran tomadas por disciplinada unanimidad, a veces con más votos que votantes, donde nadie discrepaba, más por miedo o disciplina que por convicción. Uno no quisiera pensar que el congreso de Ciudadanos el pasado fin de semana o el del PP en los próximos días tienen algún parecido con la bulgaridad  - acéptenme el neologismo - de la que hablaba antes, pero no deja de ser curioso el aspecto de balsa de aceite que se produce en los partidos más conservadores, donde no hay fisuras ni propuestas diferentes y donde las discrepancias las dirime un solo hombre en un despacho. Mientras, leo que en Bulgaria la gente ha salido a la calle y ha tumbado al gobierno por el alto coste de la electricidad. Por aquí, en cambio, veo que hemos tenido la suerte de que ha empezado a llover algo: ni nos subirán la luz, ni hará falta salir a protestar.



Y cuando ya pensaba que no había nada peor que la docilidad y el seguidismo ciego, me encuentro con una entrevista a Miguel Urbán en la que pide acabar con “la telenovela de machos alfa” en la que se ha convertido una parte del proceso congresual de Podemos en Vistalegre. Hemos pasado del 15M anónimo y sin portavoces a un personalismo llevado hasta las últimas consecuencias. No es cuestión de comparar entre en lo malo y lo peor, porque ni nuestra mansedumbre, ni los congresos búlgaros ni el exceso de testosterona solucionan los problemas de gente. Para eso solo sirven las ideas, la capacidad para contrastarlas, debatirlas con números y fechas e intentar ponerlas en práctica con el mayor consenso posible. A lo mejor es más fácil de lo que parece y solo hace falta tomarse en serio la política, con mayúsculas.

Publicado en el diario HOY el 8 de febrero de 2017.

 

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