21 febrero, 2018

Don de lenguas


Un día dejé de creer en los espíritus y me aficioné de manera obsesiva por las palabras, ya que era la única manera de alcanzar algo parecido al don de lenguas que repartía en exclusiva el espíritu santo. Probablemente fue mi profesora de latín del instituto la que me inculcó esta manía de querer conocer la etimología de cada término y de averiguar cómo se llaman las cosas en otros lugares del mundo. De repente, parece como si esa enfermedad crónica que padezco se hubiera convertido en epidemia y hay especialistas en el lenguaje por doquier, todo el mundo inventa palabras, todo el mundo critica las palabras inventadas por otros y nadie se calla cuando se habla de métodos para enseñar lenguas maternas o idiomas extranjeros.

Reconozco que fui un purista del lenguaje. Me molestaba que se inventaran presidenta o concejala porque no veía que residente o vocal necesitaran una “a” al final para referirse a una mujer. También fui muy partidario de la economía del lenguaje y sé que la palabra portavoz no necesita más fonemas añadidos para referirse a una mujer que habla en nombre de un grupo. Pero cambié de manera de pensar y no lo hice tras leer tratados de lingüística, sino con una anécdota vivida en primera persona y protagonizada por mi hija Nerea cuando no había cumplido ni tres años. Estaba bebiéndose un refresco de cola con cafeína y le dije que los niños no podían tomar eso. Ella me miró, dio otro trago y contestó: “pero las niñas sí pueden”. Me di cuenta entonces de que una niña que estaba empezando a hablar había aprendido a diferenciar el masculino y el femenino, al tiempo que aprovechaba mi masculino no inclusivo para salirse con la suya y no darse por aludida.

La realidad es que hemos heredado una lengua que a veces excluye a la mitad de la población y que las mujeres acaban teniendo que asimilar que nos referimos a ellas aunque no las nombremos. Imagino que nuestra lengua continuará degenerando (no olvidemos que es el resultado de la degradación de un latín llamado vulgar) y que acabará siendo más inclusiva.

Mientras tanto, la inmersión lingüística ha invadido los telediarios y todo el mundo opina sobre modelos educativos, lenguas vehiculares, trilingüismo o secciones bilingües. Bienvenido sea el debate si se hace con el rigor debido, pero me temo que es un mero campo de batalla en el que sacar tajada y meter el dedo en el ojo al de enfrente. Como el espíritu santo no va a repartir el don de lenguas, bueno será que intentemos aprender unas cuantas. Hay quien cree que Babel fue una maldición y otros pensamos que la diversidad de formas de comunicación del género humano deberían protegerse con el mismo esmero que lo hacemos con los linces o las pinturas rupestres. Así que no teman por la discriminación del castellano en Cataluña, que es como pensar que el inglés está en peligro en Puerto Rico.

Publicado en el diario HOY el 21 de febrero de 2018.




13 febrero, 2018

La radio

#diamundialdelaradio Día de la radio. Iba a empezar 7º de EGB, era el verano de 1978, y mi tía me trajo de Andorra (cuando se iba allí a por esas cosas) un transistor de radio que solo tenía AM, con una carcasa de plástico roja-anaranjada y con la que me iba a dormir todos los días. Desde entonces no he pasado ni un solo día sin escuchar la radio. En aquella época había un programa sobre educación, que presentaban un tal Gabilondo y una tal Milá, y que se llamaba "Queremos saber". (Luego ella usó ese título para un programa televisivo). Desde entonces he sido muy ecléctico en cuanto a los gustos. Disfruté con el humor de Gomaespuma en los 80 y fui un fanático de Radio 3 ("Tiempos Modernos" con Manolo Ferreras, Poblet y Rioyo; luego llegaría "Trébede" "Discópolis" o "Flor de Pasión"). Una vez gané un concurso en "No es un día cualquiera" de RNE (única vez en mi vida) y descubrí a gente que me hacía pensar en los programas de Julia Otero (Manuel Delgado a primeros de los 90 y a Noelia Adánez ultimamente). Me encanta la voz de Maria Flor Pedroso en Antena 1 (Portugal) y reconozco que escucho todos los días un programa de humor en catalán llamado "La Competència" (Espero que no me llamen a declarar al Supremo por esto). Tengo muy buenos amigos y amigas que hacen radio por aquí cerca (no voy a nombrarlas a todas porque seguro que me dejo a alguna). Últimamente disfruto con el mejor programa que he escuchado en estos 40 años de afición. Se llama "A vivir que son dos días" y lo lleva un tal Javier del Pino": desde la música a la selección de los temas, desde las personas invitadas a casi todos sus colaboradores, hacen de él uno de los mejores alicientes del fin de semana. Si no lo habéis hecho, descubrid la radio.

07 febrero, 2018

La heroicidad de intentar algo distinto

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El pasado 13 de diciembre escribí en este mismo espacio sobre otras maneras de aprender, atraído por el contenido de una conferencia de Bob Lenz sobre el aprendizaje basado en proyectos. Me había olvidado ya de esa historia cuando leí el reportaje de Ana B. Hernández sobre el rechazo de algunas madres y padres hacia la metodología finlandesa implantada por las maestras de infantil en una escuela extremeña. Lejos de mi intención está el dirimir si en ese caso concreto tienen razón las familias que se quejan, las que están contentas o las profesoras, porque ni es el espacio, ni tengo todos los datos. En cambio, esta polémica me ha hecho recordar lo sencillo que es sobrevivir haciendo lo que se ha hecho toda la vida y lo complicado que es salirse de los caminos trillados



Hace ya muchos años tuve un profesor de literatura que decidió romper con el esquema tradicional de la enseñanza, aparcó las gruesas enciclopedias en las que se desgranaban títulos y fechas de publicaciones y se sentó en la mesa para comentar participativamente obras del Duque de Rivas o Galdós. Se pueden imaginar que al tercer día el delegado de clase ya estaba rodeado de gente que, con las manos en la cabeza y entre lágrimas, pedían que hiciera algo para que aquel loco profesor volviera a la “normalidad” de dictar unos apuntes que memorizar y poner en el examen. También recuerdo a una profesora de idiomas que escribía para sus clases un auténtico serial, introduciendo en las situaciones comunicativas detalles de la actualidad y de los gustos de los propios alumnos-actores, pero que acabó abandonando porque un rancio departamento y un par de quejas de padres aconsejaba volver al tedioso mundo de rellenar los espacios en blanco con la palabra adecuada.



Lo más fácil es siempre seguir la corriente, hacer lo que está previsto, repetir lo que está marcado sin pararse a pensar en si merece o no la pena. Nos hemos acostumbrado a perdonar más al que prosigue con su silencioso fracaso, que a quien innova y da un salto mortal. No me cabe duda de que cualquier cambio tan sustancial en un ámbito como el educativo debe hacerse con mucho consenso, mucha participación de toda la comunidad, todo el apoyo del centro y con garantías de continuidad. Puede que la aplicación de la nueva metodología en ese colegio de Santa Amalia no fuera impecable, pero no caigamos en errores ya vividos desde hace siglos en un país que se jactaba del “que inventen ellos”. Si unas maestras han decidido poner las aulas patas arriba y emular sistemas que han tenido éxito en otros lugares, hay que aplaudirles la heroicidad de intentar algo distinto, porque lo más cómodo para ellas habría sido seguir al pie de la letra los libros de texto y no meterse en líos. Si seguimos haciendo lo mismo de siempre y nos atenaza el miedo a los cambios, acabaremos obteniendo idénticos resultados. Pensémoslo.

Publicado en el diario HOY el 7 de febrero de 201.

Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...