22 agosto, 2018

Compromiso



Hace muchos años escuché a un político en el López de Ayala de Badajoz, en una época en la que estaba de moda aquello de “puedo prometer y prometo”, que él no había venido a prometer nada sino a comprometerse. No era más que un juego retórico para dar mayor credibilidad a su discurso, pues el tiempo acabaría demostrando que sus palabras tenían la consistencia de un azucarillo en una taza de café caliente.



Comprometer es poner a alguien en una situación difícil, contraer una obligación y hasta formalizar una relación de tipo amorosa, pero hoy me quiero referir a la última acepción del diccionario, a aquella que habla de “tomar partido por una ideología política y social y actuar en consecuencia”. Las artes y las letras han sabido distinguir al panfletario del comprometido, aunque hay quien se ha valido de esa fina línea de separación para meter todo en el mismo saco y descalificar a priori cualquier obra o escrito que se decantara de manera abierta ante los problemas humanos y terrenales.



Nunca ha sido fácil comprometerse. No lo era cuando había carencia total de libertades y sigue sin serlo en tiempos mejores. La evasión, la búsqueda de escenarios irreales, el escapismo o la propaganda a favor del poderoso han sido y serán siempre un salvoconducto para la tranquilidad y la seguridad. En cambio, quienes se atreven a ir a contracorriente, implicarse con los que le rodean o están a miles de kilómetros, unirse a las causas de los más desfavorecidos y dar la cara por ellos sigue siendo un sinónimo de meterse en líos.



Uno puede comprometerse con los niños del Sahara o hablar de la inseguridad que producen los manteros, uno puede entender a los barcos que rescatan náufragos o alentar a que la gente tenga miedo de las invasiones, uno puede preocuparse por el medio ambiente, por los árboles de su calle, por el estado de su río, por las instalaciones de sus escuelas y hospitales, por la escasez de las becas o enredarse en dimes, diretes y circunloquios para parecer que se está por encima de todo lo humano y divino.



Es tiempo de comprometerse y no hacerlo es consentir con lo que está llamando a la puerta. A nadie se le esconde que Europa y otros lugares del mundo está siendo recorridos por un fantasma que nos retrotrae a la tercera década del siglo XX. Cada vez hay más gente convencida de que África entera va a desembarcar y de que nos tenemos que atrincherar en nuestra fortaleza y defenderla. Cada día se extiende como un virus la creencia de que el enemigo de los pobres de aquí son los paupérrimos de allá, sin pararnos a pensar en que el problema no es de víveres sino de la manera que hemos establecido para repartirlos.



De la definición de compromiso me quedo con sus tres últimas palabras: no solo basta tomar partido sino que hay que “actuar en consecuencia”. Y eso significa que escribir no es suficiente.

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Publicado en el diario HOY el 22 de agosto de 2018
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