31 octubre, 2018

Personas como Pepe Álvarez


Mientras en el mundo comienzan a manifestarse sin rubor los que dejarían morirse en el mar a quienes huyen de la muerte, y los que venderían armas a quienes las usarán para matar inocentes, se nos marchaba Pepe Álvarez. A muchas personas no les dirá nada ese nombre pero quienes en Badajoz tuvieron la oportunidad de conocerlo saben que era una persona de una humanidad incomparable, de un enorme sentido de la justicia y de un inquebrantable compromiso con los más débiles.

Algunos lo conocimos hace 25 años, cuando las tiendas de campaña se instalaron en el Paseo de la Castellana de Madrid y en otros lugares de España y de Extremadura. Se pedía algo tan revolucionario como que cada país del mundo desarrollado dedicara un 0’7 de su PIB al desarrollo de los países empobrecidos, aquellos que siguen llamando del tercer mundo. A veces me pregunto por qué casi ningún país llevó a cabo ese pequeño esfuerzo que nos habría evitado infinidad de problemas posteriores. Pero Pepe, además de mirar por los que están muy lejos,  era también una persona entregada a su colegio, al barrio humilde en el que estaba situado y a las familias más necesitadas del entorno.

Dos días después de la muerte de Pepe leí un tuit irónico que parecía haber sido escrito en pleno 1933: ¿a mí qué me importa el ascenso de Hitler si yo vivo en Polonia?  Releer esta pregunta con la perspectiva que da la Historia nos haría ver a quien pronunció esas palabras como a un incauto, alguien incapaz de ver lo inútiles que son las fronteras terrestres para impedir la propagación de virus, bacterias, epidemias, ideas malévolas o intenciones totalitarias. En cambio, esas palabras podrían tener toda lógica en un ciudadano de Varsovia que en 1933 vivía ajeno a lo que ocurría en la casa del vecino.

Desde el pasado domingo Trump tiene otro gran aliado en América. El norte y el sur del continente ya tienen a sus gobernantes más poderosos cortados con el mismo patrón, con la diferencia de que en Brasil los contrapoderes posibles están ya en manos de Bolsonaro y que muchas de las bravuconadas de Donald sí que serán puestas en práctica por Jair.

¿Todavía vemos muy lejos el horror del racismo, de la homofobia y de la aporofobia? ¿Aún pensamos como aquel polaco que veía imposible la invasión de 1939? Quizá deberíamos apresurarnos a buscar explicaciones a la ola de ideas intolerantes que ganan terreno en muchos sitios y, sobre todo, a buscar antídotos contra los que creen que la culpa de nuestra pobreza la tienen los paupérrimos que han venido de más lejos.

Instalar la bondad en el sistema operativo de los humanos puede ser una de las mejores opciones porque de maldad vamos sobrados. Algo tan sencillo como enseñar a todos, y desde muy pequeños, que somos iguales, que tenemos los mismos derechos y que hay pan para todos si lo repartimos bien. Eso sabía hacerlo muy bien Pepe.

Publicado en el diario HOY el 31 de octubre de 2018

17 octubre, 2018

Salarios mínimos



Cuando no había internet casi toda la información había que conseguirla leyendo en papel. En una de esas publicaciones leí por primera vez, a principios de los años 90 del siglo pasado, un artículo sobre un concepto que parecía del XIX: la reaparición en el llamado primer mundo de un importante número de personas que no salían de la pobreza a pesar de trabajar.

No me acuerdo del nombre del autor y lamento no poder citarlo como es debido. Sí que recuerdo que en aquel momento, recién puestas en marcha las medidas de flexibilización del trabajo de los gobiernos de Felipe González, se suponía que el fin de la rigidez iba a crear empleo para todo el mundo, sin seguridad ni certidumbres, pero al menos era trabajo. Había que olvidarse del puesto fijo de 40 hora semanales para toda la vida y cambiarlo por contratos de cuatro horas diarias que se alargaban otras cuatro (de manera ilegal) si querías ser renovado a final de año.

Fue pasando el tiempo y el café, que valía 100 pesetas en diciembre de 2001, pasó a costar 1 euro en mayo de 2002. Eso sí: los sueldos se ajustaron a la milésima en aquel proceso de conversión en el que, en teoría, nadie se iba a aprovechar de redondeos. El gobierno de Aznar aprovechó el cambio de moneda para modificar la forma de calcular el IPC y, de la noche a las mañana, quienes tenían una nómina vieron perder su poder adquisitivo.

Si hace 16 años nos subieron a todos los precios, nos dejaron los mismos sueldos y tuvimos que callarnos, ahora se presenta una pequeña posibilidad de resarcirse con la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) a 900 euros, la mitad de lo estipulado en algunos países europeos y el más bajo de las que se suponen potencias económicas del continenente. Aumentar el SMI es casi una medida de emergencia social en España, donde los precios de la vivienda, la energía o el transporte provoca que en muchas ciudades ese salario sea de mera subsistencia, no sirva para plantearte un proyecto de vida y convierta en quimera algo tan necesario como el ahorro. Como para pedir, además, que te vayas haciendo un plan de pensiones.

Ayer se hacía público el octavo informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y los datos son demoledores: más de 12 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. Hay políticos que van intentar impedir que los salarios mínimos suban hasta los 900 € porque eso pondría en peligro la economía (en singular), sin tener que en cuenta que las economías (en plural) de 12 millones de personas llevan ya tiempo sufriendo. Riesgo es la palabra que ha usado uno de los más poderosos bancos para referirse a esa subida del SMI, una palabra que no usaron cuando tuvimos que rescatarlos. Lo que parece que también está bajo mínimos es la catadura moral de quienes se molestan ante cualquier beneficio hacia los más pobres.

Publicado en HOY el 17 de octubre de 2017

16 octubre, 2018

No llegaremos lejos si no nos cuidamos

No hay ningua persona apolítica. La vida en la polis nos hace ser políticos y lo podemos hacer conscientemente (apoyando unas ideas y una acción) o de forma inconsciente, pasando, "no metiéndose en política". Ser político por omisión significa ser complaciente con lo que hay. 

Detrás de cada apolítico suele haber alguien a quien le gustaría que todo siguiera igual. Luego está la gente que da un paso y que se implica, sin dejar las luchas sociales imprescindibles, en el complicado mundo de las organizaciones políticas. 

A las organizaciones de izquierdas transformadoras les falta un buen camino por recorrer en cosas tan importantes como los "cuidados". Sí, es un término que venimos escuchando aplicado a muchas áreas. Para cuidar de los demás hay que saber cuidarse. Muchas veces me planteo la capacidad que tenemos para quemar a la gente, para exprimirla al máximo y extenuarla. 

Siempre dije que deberíamos funcionar como un equipo ciclista en la contrarreloj por equipos, relevando continuamente, pasando de la cabeza a la cola para volver a subir cuando haga falta. 

Y en ese proceso ves a compañeras que se ponen en cabeza y a gente que se va a la cola del pelotón. Y es lo natural y lo deseable, porque nadie puede aguantar mucho tiempo en primera línea con el viento en contra y las piernas doloridas del cansancio. La transformación social necesita gente en todos los lugares y todos son importantes. Tan importante es intervenir en un pleno, como preparar la información, como escuchar a las personas afectadas, como visitar los barrios y pueblos, como poner una mesa informativa en una calle. Todo es importante. Todo, y todas, y todos. En el camino nos hemos dejado a mucha gente en la cuneta. A demasiada gente. Cada final de etapa es un sprint en el que a veces damos codazos incluso a los compañeros de equipo por una victoria parcial de etapa que no suma nada para la general. Se puede estar muy comprometido con la causa portando agua a los de delante y poco comprometido en la cabeza. No es cuestión del lugar en el que se está sino de qué se aporta y qué se puede aportar.

Lo dicho. Cuídense porque la tarea va para largo, intenten ver por qué se nos quedó gente muy válida por el camino, traten de que vuelvan, creen un clima propicio para ello, respetemos siempre las normas que nos hemos dado y que todo el tiempo nos lo ocupe idear un mundo mejor, porque nuestro mundo interno, por muy grande que nos parezca, no es más que un mundillo comparado con lo que hay ahí fuera. Un abrazo a los que dejan la primera línea y vuelven a pisar el asfalto. Ánimo a quienes se disponen a encabezar nuevos desafíos. Y un pequeño esfuerzo para recomponernos y sumar, que ya hay demasiados intentando restar. Nos vemos en las calles que son simpre más importantes que los palacios.


03 octubre, 2018

Los nombres de las cosas


Los seres humanos acabamos poniendo nombres a las cosas cuando necesitamos diferenciarlas. En los pueblos en los que solo hay templo, una taberna o un comercio, con un artículo definido se solventa todo y hablamos de la iglesia, el bar o la tienda. Las grandes ciudades, esas que tienen más de un aeropuerto y varias estaciones de ferrocarril, tienen que acabar poniéndoles apellidos, ya sea honrando a Charles de Gaulle o a Kennedy, o bien sirviéndose del nombre del barrio en que se encuentran, como pasa con la estación de Sants en Barcelona o de Chamartín en Madrid. A algunos filólogos les apasiona tanto esto de los nombres que se dedican analizar la onomástica y la toponimia, dos áreas que, en honor a la verdad, están llenas de curiosidades muy entretenidas.



Aquí todavía seguimos discutiendo sobre los nombres de los pueblos, calles o plazas que fueron dedicadas a unos héroes que el paso del tiempo (y el fiel análisis histórico) acabó convirtiendo en villanos. Si la fisonomía de nuestras ciudades hubiera sido trazada con escuadra y cartabón, nos bastaría con numerar calles y avenida con combinaciones de pares e impares para tener un sistema lógico. Habríamos evitado engorros como tener un pueblo entero en Soria dedicado al General Yagüe o algunos núcleos del Plan Badajoz honrando a un caudillo. Pero aquí heredamos intrincados callejones en cascos antiguos, juderías y barrios (hermosa palabra de origen árabe) que durante siglos diferenciamos en función del oficio de sus habitantes y que luego acabaron siendo un tratado de hagiografías.



La semana pasada supimos que el hospital de referencia de Extremadura dejaría de llevar el nombre de una infanta y que iba a llamarse como lo que es, algo tan sencillo y descriptivo como el Hospital Universitario de Badajoz. Y algo tan simple como dejar de homenajear a quien nada hizo por la salud ni la medicina extremeña ha acabado en la más estéril de las polémicas.



De todos los problemas que tiene la sanidad pública de la región, el menos importante es el nombre de cada edificio. Los centros de salud siguen el acertado criterio de ser designados como el barrio en el que están para no confundir a la gente con nombres de personajes. Siempre me llamó la atención la plaza de Cervantes en Badajoz, que tiene en el centro una estatua de Zurbarán pero que todo el mundo conoce por el nombre de san Andrés: ni queriendo se puede despistar más al forastero.



Ahora hay quienes quieren dedicar el hospital a la virgen de la Soledad, a pesar de que ya hay un tanatorio con ese nombre en la ciudad y que podría derivar en equívocos de humor negro cada dos por tres. Un poco de sensatez siempre viene bien en estas cosas: no le dediquen ni un minuto más, doten de recursos suficientes a los hospitales para que no haya que esperar demasiado a ser atendidos y toda la gente de a pie lo agradecerá. Seguro.

Publicado en el diario HOY el 3 de octubre de 2018.
Foto de J.V. Arnelas en HOY 
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Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...