18 noviembre, 2020

Controles de calidad


En 1981 se produjo una intoxicación con aceite de colza que se llevó la vida de más de 1000 personas y dejó más de 30.000 enfermos crónicos. A partir de ese trágico suceso se intensificaron los controles de calidad alimentaria y se dejó de vender, a granel y de puerta en puerta, cualquier tipo de alimento perecedero.  También se empezó a vigilar la trazabilidad de cada producto alimenticio y procedimientos similares se extendieron para probar la seguridad de los juguetes infantiles o realizar exhaustivas inspecciones técnicas a los vehículos. Los avances que se hicieron en materia de consumo fueron importantes, hasta el punto de que las ofertas publicitarias en octavillas han llegado a tener valor cuasi contractual para evitar engaños, fraudes y mentiras.

Últimamente son las mentiras las que también se extienden como el virus. Proliferan en forma de miles de noticias falsas que tienen casi tanto alcance como aquellas que sí son contrastadas por varias fuentes y difundidas por medios de comunicación donde trabajan profesionales con la preparación y con la ética periodística imprescindible.

El resultado es que hay muchísimas personas que no reciben información alguna de periódicos, radios o televisiones cabales, sino que se alimentan de “memes” en redes sociales, vídeos de “influencers” descerebrados, mensajes de audio alentando odios o sucedáneos de medios de comunicación nacidos para la divulgación de falacias y conspiraciones paranoicas.

Es entonces cuando surge el debate sobre cómo establecer un mínimo control de calidad de la información, como ya hacemos con los yogures, un sonajero, una caldera de calefacción o los pilares de un nuevo viaducto. Y el problema se agiganta si, intentando evitar un mal que necesita de un tratamiento de mínima invasión, se acaba teniendo la tentación de usar una sierra mecánica y una intervención chapucera.

Este país sabe bien lo que es que coartar la libertad de expresión. Todavía sigue vigente la llamada Ley Mordaza que idearon Rajoy y aquel ministro del Interior llamado Jorge Fernández Díaz, del que estamos sabiendo muchas cosas. La manera en que acallaron cualquier protesta mediante multas administrativas, fue un retroceso de 40 años denunciado por todas las organizaciones internacionales de Defensa de los Derechos Humanos. Como, desgraciadamente, vamos a ir algún tiempo con mascarillas, habría que deshacerse de todas las mordazas habidas y no caer en ninguna tentación censora que solo empeoraría las cosas.

Una vez más, la solución nos la puede dar el ignorado vecino de al lado: en Portugal existe, desde hace 15 años, una Entidad Reguladora de la Comunicación Social, elegida con una mayoría de dos tercios del parlamento y que - no les voy a engañar - quizá no sea la panacea. Tiene, entre sus muchos objetivos velar por la pluralidad de los medios, fiscalizar la publicidad institucional o asegurar que la información proporcionada sigue criterios de exigencia y de rigor periodístico. Creo que los medios que pretenden ser ecuánimes y veraces deberían ser los más interesados en evitar que se difundan impunemente tantos bulos disfrazados de noticias, porque están siendo más dañinos para el periodismo que aquella colza desnaturalizada de los años 80. ¿Habrá que regular algo o dejamos que todo siga igual?

 Publicado en HOY el 18 de noviembre de 2020

 

 

 

04 noviembre, 2020

Esperanzas de noviembre

Tengo la teoría de que llevamos muy mal las cuentas. No me refiero a las monetarias, sino a una tendencia a generalizar y a poner un siempre o nunca al lado de cada reproche, sin pararnos a pensar si estamos ante una excepción o ante una mala conducta que se ha convertido en norma.

Lo más fácil es echarle la culpa de todo a los demás y decir que los jóvenes están echando todo a perder porque jamás respetan nada, como si los de más edad fueran los que llevan todo a rajatabla y cumplen al dedillo todo lo que se les ordena. Quizá nos pesen demasiado los prejuicios y nos parezcan más peligrosos seis chavales en un banco del parque, que seis señores fumando puros en la terraza de un restaurante de postín, como si esto de la pandemia fuera una cosa de otra galaxia.

Mientras unos se enardecían para no tener que preocuparse tanto de la salud de los demás, el fin de semana nos hacía creer en las esperanzas de noviembre. Un joven de 16 años, hijo de una barrendera que sabe lo que es deslomarse limpiando las calles, convocaba a sus amigos de Logroño para recoger los desperfectos causados la noche anterior por descerebrados interesados en arramblar ropa de marca con cocodrilo en la pechera. Y es que siempre ha habido gente joven solidaria, luchadora, responsable, amable y concienciada que apenas sale en las noticias, porque quizá nos entretenga más hacer click en el vídeo del asalto a una tienda de bicicletas, que las historias que no concuerdan con lo que ya pensamos de antemano.

En Portugal han pedido a la ciudadanía que cumpla con el deber cívico de confinarse en casa a quienes habitan en 121 localidades en las que vive el 70% de la población. Antes de crear una ingeniería jurídica compleja para obligar a la gente a permanecer en sus casas y no extender la segunda ola de la pandemia, han optado por hacer una llamada a la conciencia de la gente, a que sean capaces de poner de su parte un esfuerzo en pos del bien común sin que sea necesario articular decretos con sanciones, multas, delitos y faltas.

Alguien me dijo que esto aquí era poco menos que imposible, que en un país donde el refranero nos dice aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”, no hay mucho espacio para que la gente no (se) haga trampas sin que exista una norma vigilante y una espada de Damocles encima de cada uno.

A pesar de todo este panorama, me niego a perder las esperanzas en este mes de noviembre que acabamos de estrenar. Quizá a lo largo del día nos lleguen buenas noticias desde los Estados Unidos y Trump no tenga una segunda ola devastadora que contagie a quienes en Europa y en otros continentes quieren emularlo. Pero, en el peor de los casos, siempre nos quedará el ejemplo de Pablo, el chaval de Logroño que sí sabía en qué consistía el deber cívico. Solo así nos libraremos de segundas olas mortíferas y aprenderemos a contabilizar bien las lecciones que nos da la gente más joven.  

 

Publicado en el diario HOY el 4 de noviembre de 2020

 


 

Un mundo en guerra

Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es ...