25 agosto, 2021

Una maestra llamada Justa

Algunas ciudades de Estados Unidos optaron por el sentido práctico y nombraron sus calles y avenidas con números que avanzan o disminuyen según te diriges a cada punto cardinal. En la vieja Europa, donde los enrevesados cascos antiguos son lo menos parecido a una hoja cuadriculada, hemos acabado por honrar a personajes más o menos ilustres que ponen apellido a plazas y paseos.

Un operario retira la placa de la calle de la Maestra Justa Freire en Madrid

 Una de esas calles dedicadas tenía hasta ayer el nombre de una maestra llamada Justa y fallecida en 1965. Justa Freire había sido una profesora vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, fue la primera directora de una escuela pública y una pedagoga que fue divulgando sus innovadoras experiencias en las aulas.  Tras la guerra sufrió represalias, como tantas y tantos docentes, y un Consejo de Guerra la condenó a seis años de cárcel. Fue puesta en libertad tras pasar dos años entre rejas, pero le impidieron regresar a su plaza de maestra durante once años más.

No fue hasta 2018 cuando el Ayuntamiento de Madrid decidió honrar a Justa Freire con una calle de la ciudad y quitaron tal honor a un tal Millán Astray, cuyo amor a la muerte le hizo crear un cuerpo militar cuyo himno se jacta de ser novio de la mismísima parca, por no mencionar su desprecio por intelectuales de la talla de Unamuno y excesos verbales contra la inteligencia.

Ayer, 24 de agosto, el mismo día que quitaban el nombre de Justa a una calle de Madrid para reponer el del funesto fundador de la legión, se cumplían 77 años desde que La Nueve irrumpiera en las calles de París para liberarla de los nazis. Si el 24 de agosto de 1944 fue un día histórico para quienes aman la libertad, el de 2021 podría ser un peligroso punto de inflexión en la banalización de unas ideas retrógradas que nos estremecen cuando nos las cuentan de Hungría y que parece que las dejamos pasar, como si tal cosa, cuando las tenemos al lado. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid resolvió hace unos meses que los caídos de la División Azul podían ser honrados en el callejero y podrán volver a ser, probablemente, los únicos militares que combatieron junto a Hitler y con homenaje público permanente.

Dentro de algunos años recordaremos el día de ayer como el día que empezamos a normalizar la apología de las ideas allegadas al fascismo. Y no es tan preocupante que en diversos países de Europa haya sectores de la población que apuestan por formaciones políticas abiertamente racistas, machistas y xenófobas, como lo que está ocurriendo aquí: que partidos conservadores, democristianos o incluso liberales se pongan al lado de la reacción y no frente a ella. 

Imagino que los liberales alemanes o los democristianos del partido de Merkel se estremecerán cuando vean que sus homólogos españoles andan con estos cambalaches. Mientras se dan cuenta del error, creo que es mejor no volver a nombrar a personajes tan rancios y pensar qué manera tenemos de desagraviar a una maestra llamada Justa. Aunque, quizá, el mejor acto de desagravio sea el de contratar más docentes para bajar las ratios el próximo curso.

 

Publicado en HOY el 25 de agosto de 2021

 


 

11 agosto, 2021

La urgencia unánime

Siempre tuve la sana costumbre de acercarme a los kioscos y ver las portadas de los periódicos, pararme a pensar por qué unos habían elegido el asunto del día, por qué obviaban algo importante o qué les llevaba a dar tanto espacio a algo irrelevante.

Ayer fue uno de esos días en los que más me han impresionado las portadas de los periódicos de todo el mundo. En primer lugar porque eran unánimes y todas abordaban el mismo asunto. No era la primera vez que esto ocurría y ya recuerdo fechas similares, como cuando cayeron el muro de Berlín o las Torres Gemelas de Nueva York. La diferencia era que, mientras aquellas noticias provocaron giros históricos o guerras localizadas, lo de ayer era una advertencia que afecta a todas las personas y seres vivos del planeta, independientemente del lugar en el que viven y de las cifras que guarden en sus cuentas corrientes.

 


 

António Guterres, el portugués que está al frente de las Naciones Unidas, nos alertaba anteayer del contenido del informe que ha llevado a cabo el Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático. No lo han redactado cuatro indocumentados ni aquel primo físico de Rajoy, sino más de doscientos expertos de 66 países distintos y que han analizado la situación y las posibles consecuencias de la aceleración del calentamiento global.

Los datos son indiscutibles y nos dicen que hay pocas esperanzas de revertir los daños causados, incluso si nos pusiéramos a hacer, deprisa y corriendo, todos los deberes que hemos estado postergando: en 2030 la temperatura media habrá aumentado 1,5 grados con respecto a la de los niveles de la era preindustrial y los más pesimistas creen que en 2050 el aumento podría ser de 2,5 grados.

En las portadas de ayer había fotos de inmensos incendios en California, Grecia o Turquía, imágenes que entendemos perfectamente quienes hemos sufrido tragedias similares cercanas en Extremadura o en Portugal. Los expertos dicen que cada vez serán más frecuentes este tipo de episodios y que padeceremos más olas de calor, más lluvias torrenciales como las de Alemania, la progresiva descongelación de los polos y subidas del nivel del mar que podrían inundar los anhelados apartamentos de primera línea de playa.

La presentadora del tiempo dice que nos vamos a achicharrar los próximos días y esperemos que no traiga fatales consecuencias. Bienvenidos sean los sofocos si nos sirven para cambiar el chip y empezar a comprometernos con la defensa de la vida en el planeta, tarea que incumbe no solo a gobiernos sino también a la ciudadanía. Si tan unánimes eran ayer las portadas de la prensa de todo el mundo, unánimes deberían ser las respuestas: está en juego que las chicas y chicos que se están vacunando esta semana puedan seguir disfrutando de la vida en este planeta en condiciones similares a los que hemos gozado quienes ya tenemos una edad. Quizá sean muchos usos, muchas costumbres, muchos modelos productivos y de transporte los que deberíamos comenzar a cambiar radicalmente.

Mañana volveré a leer los periódicos, en los que me gustaría que hubiera más espacio para la mayor urgencia a la que nos enfrentamos como género humano. 

 Publicado en HOY el 11 de agosto de 2021.


 

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