20 septiembre, 2005

¿Dónde?

Alguien entró en un despacho en el que trabajaban media docena de compañeros y anunció que 150 personas habían fallecido como consecuencia de la explosión de un coche bomba. Todos sintieron un fuerte escalofrío, casi todos enmudecieron o exclamaron lamentos hasta que una voz entrecortada se atrevió a preguntar dónde. No indagó ni por las víctimas ni por los autores y sólo quería saber dónde había ocurrido. Bagdad fue la palabra que hizo respirar hondo a quienes allí se encontraban, apaciguó los nervios y deshizo los nudos de las gargantas. Pronunciar Bagdad no había servido para resucitar a ninguno de los 150 muertos pero tranquilizó las conciencias de quienes se disponían a seguir trabajando como si la noticia hubiera sido la caída del índice bursátil. No nos conmociona tanto la gravedad de los hechos como la distancia a la que estamos. No sólo el impacto de la noticia se hace más tenue a medida que se aleja en el espacio sino que hay lugares que se nos han convertido en insensibles, como si allí no hubiera seres humanos sino figurantes de una tediosa película sangrienta. ¿Hasta cuándo estaremos calibrando nuestros valores éticos y nuestra capacidad de reacción con el frío sistema métrico decimal?

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