22 enero, 2006

Malos humos

Yo tenía una particular forma de relajarme: consistía en usar un pulverizador de agua y lanzarla de manera que cayera sobre mí como una fina lluvia. Solía ocurrir que el agua no sólo me caía a mí sino que mojaba a los que estaban al lado y algunos incluso se molestaban. Yo les decía que el humo de sus cigarros también me llegaba y ellos no los apagaban, pero me respondían que no era lo mismo. La cuestión es que siempre fui yo el que acabó fuera de bares y restaurantes mientras los fumadores seguían dentro. Mis amigos decían que era cuestión de extender la moda: en cuanto hubiese miles de personas con pulverizador de agua la sociedad lo aceptaría y podrías mojarte en cualquier lado. Nunca lo conseguí y veía como los demás coartaban mi libertad e impedían mi hábito. Un día alguien me hizo caer en la cuenta de que yo tenía derecho a relajarme y a ser adicto a cualquier cosa, pero que no podía obligar a los demás a compartir mi costumbre. Aunque no se promulgó ninguna ley para reglamentar los usos, mi sentido común me llevó a utilizarlo sólo en mi casa y en lugares abiertos en los que no afectara a nadie ni pusiera el suelo como el de una pescadería.

La nueva ley sobre el tabaco lleva en vigor veintitrés días y ya hay quien habla de cruzada intolerante. Quizá porque crean que lo tolerante es fumarse dos puros en un restaurante, a escasos tres metros de un asmático con dos bebés y sin preguntar nada ni pedir permiso (les aseguro que me ha ocurrido). ¿Tan difícil es de entender que las nuevas normas no son para prohibir sino para liberar de los malos humos a quienes los hemos sufrido durante mucho tiempo?
http://javierfigueiredo.blogspot.com/

Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 23 de enero de 2006

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