Hace unos días, con motivo de la elección de José Antonio Alonso como portavoz socialista en el Congreso, surgió el asunto de su no militancia en el partido del que va a ser voz visible en el parlamento. Para disculpar que lleve 4 años de ministro de un gobierno sin pagar la cuota en el partido que lo sustenta, se aducía la dificultad que tienen los jueces para poder militar en un partido político. Entonces empieza uno a ver cuántas normas estúpidas se pusieron a finales de los 70 y todavía siguen en pie. Un juez no puede afiliarse a un partido para no perder imparcialidad, pero puede ser del opus y empapelar a todas las mujeres que han ido a una clínica en la que se realizan interrupciones voluntarias de embarazo. La militancia político-social sigue siendo un estigma para muchos, cuando debiera ser lo contrario. Yo creo que los jueces son personas con ideas y que realizan un trabajo en el que deben ser escrupulosamente profesionales. Yo puedo ser profesor trotskista y no por ello estoy incapacitado de examinar a un militante del PP o del PCE. La independencia no se pierde, según mi punto de vista, por tener actividades político-sociales, sino por no actuar profesionalmente. Y esto de la falta de profesionalidad se ve en todos los oficios y colores. Este asunto es un filón para muchas otras reflexiones. Por ejemplo, ¿por qué es más sospecho el que milita en un partido o sindicato que el que es apolítico?
Nos han dado tanto la brasa quienes hicieron la transición sobre su ejemplaridad histórica, que es difícil convencer a nadie sobre los estropicios que se hicieron en aquellos días y que, incomprensiblemente, seguimos soportando como si fueran ineludibles. No voy a mencionar la ley electoral, ni el sistema de votación que permite esos dichosos mailings, ni esa distorsión de la representación popular que un tal D’Hont nos plasma en los repartos de escaños. Me refiero a esa norma que impide a militares y jueces la militancia en partidos políticos, como si la privación de ese derecho supusiera automáticamente la imparcialidad absoluta. Curiosamente no se dice nada de otras posibles adscripciones y se puede ser fiscal o profesor de biología y pertenecer a una secta religiosa fundamentalista que niega la evolución de las especies. Pero lo que me parece gracioso, por no decir otra cosa, es que haya quien siga creyendo que un magistrado del Constitucional, que fue juez en los tribunales de orden público del franquismo, tenga garantizada su ecuanimidad por el hecho de no militar en un partido político. Estas normas son rémoras de aquel tiempo oscuro que hacen que hoy el adjetivo politizado siga teniendo para muchos un matiz despectivo, y que el término apolítico siga siendo usado como salvoconducto que todo lo perdona. Cuando la democracia se consolide en el subconsciente colectivo, aprenderemos que la imparcialidad no se debiera perder por pertenecer a un partido, que tampoco se gana por permanecer en la más absoluta de las asepsias y que la militancia político-social es tan digna (o más) que no tomar partido por nada.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el día 31 de marzo de 2008.