28 febrero, 2011

Gestión privada

Soy de los que todavía creen que no hay nada como un buen servicio público a la ciudadanía. Por esa razón me desagrada ver la facilidad con la que se aplauden las privatizaciones. Normalmente suelen venir precedidas de una estrategia bien planificada, y que consiste simplemente en dejar caer la calidad de la gestión, dar un pésimo servicio y hacerlo mal a sabiendas durante un tiempo.  De esa manera se consigue que hasta los mayores defensores de lo público pidan a gritos cualquier tipo de cambio, aunque la salvación sea una concesión durante décadas. En la ciudad donde vivo se ha dado uno de esos casos ejemplares: tras muchos años acumulando porquería, desidia, desorganización y pocos medios técnicos, la llegada de la contrata de limpieza a Badajoz vino acompañada de una maquinaria moderna que hacía que cualquier comparación con el tiempo anterior fuera absolutamente demoledora. Lo que más llama la atención de este asunto, que para ser justos se da en muchos lugares, sectores, actividades y hasta colores políticos, es que cada privatización no venga acompañada de las consiguientes dimisiones. No se han dado cuenta de que cada una de ellas es un reconocimiento de la incapacidad de esos mismos gobernantes para gestionar un servicio de forma racional y eficaz. Ya saldrán los que digan que las empresas funcionan mejor que gobiernos y ayuntamientos, aunque ese planteamiento es realmente muy peligroso: por la misma regla de tres se podrían privatizar alcaldes y concejales, que nos podrían suministrar desde una empresa de Madrid para un periodo de veinte o treinta años. Sí, da un poquito de miedo. 

1 comentario:

eduranr dijo...

Muy de acuerdo, no por repetido deja de ser menos cierto. Una privatización esconde una mala gestión, por consiguiente un mal gestor y por supuesto unos políticos ineptos que buscan rentabilidad a corto plazo para sus intereses partidistas y lucro para algunos que se instalan a vivir de lo público.

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