Hay
un insecto que, a pesar de su minúsculo tamaño, consigue importantes
beneficios en su hábitat. Tiene la particularidad de que cuando crece
y parece que va a tener más fuerza e ímpetu para mejorar su entorno, se le
dispara automáticamente una especie de gen autodestructivo. El insecto se ve
atenazado por el miedo cuando ve que sus alas y sus patas empiezan a hacerse
más grandes, fuertes y poderosas, de modo que es entonces cuando comienza a
flagelarse y dañarse a sí mismo hasta convertirse en insignificante.
La izquierda que se llama transformadora tiene en España, y también
en Extremadura, un miedo escénico a tomar decisiones que reviertan
directamente en la vida de los ciudadanos, y un pánico a que su
pequeña organización crezca de tal manera que no se pueda controlar. Algunos lo
llamamos gen autodestructivo, que se manifiesta en convertir
todo en jugadas rocambolescas a múltiples bandas, ver enemigos por
todos lados, centrarse más en cómo diferenciarse de otras fuerzas
políticas que en los contenidos concretos y las propuestas prácticas.
La izquierda que pretende ser transformadora no puede
permitirse en este momento de la historia enzarzarse en una
lucha intestina que no lleva a ninguna parte, porque no es hora de excluir a
quienes no mantienen la pureza de las esencias sino de ir sumando, mediante el
ejemplo y las buenas artes de convencer, a una mayoría social crítica y activa
que ha salido a las calles de medio mundo en este año 2011. De poco
vale luchar contra las dictaduras de los mercados, unirse al grito de somos el 99% si entran en pánico cada vez que superan el 5%.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 19 de diciembre de 2011.
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