29 marzo, 2012
26 marzo, 2012
Letra clara
Me encontré un impreso en el que
aconsejaba escribir a máquina o con letra bien clara. Por un momento recordé lo
útiles que fueron aquellos armatostes, su peculiar ruido y lo rápido que han
desaparecido de la historia. Y es que en ocasiones el tiempo se nos viene
encima y seguimos utilizando las mismas herramientas que en épocas lejanas.
Quizá la huelga sea uno de esos instrumentos que algún día habrá que
replantearse. Nació con las revoluciones industriales, cuando los que producían
no tenían otra forma de hacerse notar sino abandonando las fábricas y los
talleres. Gracias a esas denostadas huelgas de nuestros abuelos y tatarabuelos
hoy existen países en los que no trabajan los niños, hay jornadas de trabajo
soportables por el ser humano, hay días de descanso semanal y un mes de
vacaciones, no se pierde el trabajo cuando uno enferma y existen derechos
laborales. La verdad es que no conozco a nadie que quiera renunciar a ninguno
de esos derechos debido a la contaminación que podría suponer el haberse
conseguido mediante huelgas. Es duro decirlo, pero no hay ni un solo derecho
social que haya sido gentilmente concedido sin haber sido arrancado en difícil
brega. Pretender que se abra el debate sobre los instrumentos reivindicativos
de los trabajadores, en estos momentos, es un burdo señuelo para distraer la
atención sobre lo que en realidad está en juego en los próximos días: la
imposición de un modelo de relaciones laborales en el que los asalariados
retroceden varias décadas en el tiempo hasta reencontrarse con aquellas Olivetti.
Huelgan las palabras y las conclusiones cuando la letra está tan clara.
Publicado en la contraportada de ELPERIÓDICOEXTREMADURA el 26 de marzo de 2012.
25 marzo, 2012
19 marzo, 2012
Yo que tú no lo haría
El que se sabía más fuerte no
necesitaba usar sus mejores armas. Le bastaba entonar con voz grave aquella
dramática frase en
las películas del oeste para que su
voluntad se cumpliera. Los silencios provocaban pavor, la tensión atenazaba
cualquier otra voluntad y no había mejor forma para sobrevivir que el ingrato
ejercicio de agachar la cabeza. Aquello de “yo que tú no lo haría” ya no lo
pronuncian ni cowboys ni forajidos,
pero es una cantinela, violenta y despiadada, que ha ido calando en el subconsciente de
buena parte de la clase trabajadora. Ya no es necesario ni hacer correr
comentarios que condicionen la toma de decisiones o la formación de puntos de
vista críticos sobre la reforma laboral, porque se va asumiendo como inevitable
que la condición de trabajador por cuenta ajena tiene aparejada la incapacidad
para actuar en
defensa propia: te van minando la moral poco a poco, se difunde que la lucha no
sirve para nada, te van empujando a buscar soluciones individuales y no
colectivas, te intentan convencer de que los que te defienden son tus enemigos
y que los que te esquilman lo hacen por tu bien. De aquí a diez días los asalariados
se juegan volver a lidiar con reglas similares a las de las películas del
oeste, muchos no serán libres ni para luchar por ellos mismos y, lo peor de
todo, es que no tienen ninguna posibilidad de denunciar el menoscabo de sus
derechos fundamentales ni ante el juez, ni ante la policía. No son buenos
tiempos para ser héroes y emular a Gary
Cooper en
Solo ante el peligro, pero quizá sea
la última oportunidad para no caer bajo el imperio de la ley del silencio.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO
EXTREMADURA el 19 de febrero de 2012.
12 marzo, 2012
Ver y existir
Las ordenanzas municipales de Barcelona establecen
multas de hasta 500 euros para aquellas personas que duermen en la calle. A
ninguno de los que redactó la norma se le ocurrió un razonamiento bastante
simple: si alguien pernocta en la intemperie es porque no tiene 500 euros y, en
el caso de llevarlos en el bolsillo, se podría pagar una cómoda habitación de
hotel. Tampoco pensaron que una amenaza de ese tipo funciona cuando hay algo
que perder y, desgraciadamente, los que carecen de techo no temen que les quiten
nada. También supimos hace unos meses que rebuscar en la basura de Madrid se
sanciona con la suma de 750 euros, cantidad con la que se puede entrar en un
supermercado y llenar unos cuantos carritos de compra sin mancharse y aguantar
malos olores. Tras ver estos dos ejemplos, uno ya no sabe si estamos regidos
por un batallón de torpes o por los más listos, los que creen que la mejor
manera de eliminar a indigentes y pobres es cobrándoles precisamente a esos
mismos, a los que nada tienen. A simple vista parece un ejercicio de rizar el
rizo, algo así como pretender que los que sufren una vida miserable acaben por
ser los que financien los desaguisados de los poderosos. Ante todos estos
despropósitos uno se pregunta si no estaremos padeciendo una epidemia de
difícil curación, que provoca que sea más molesta la visión de la desgracia que
su propia existencia. Da igual que exista gente que no tiene casa para dormir,
pero que no la veamos a nuestro alrededor. Difícil futuro el de una humanidad
que prefiere no ver lo que ocurre para convencerse de que no existe.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 12 de marzo de 2012.
05 marzo, 2012
El látigo y el hombro
Culpan de todos nuestros males a una especie
de mal congénito que nos hace poco competitivos y que solo se cura con un buen
látigo. Para más de uno las relaciones laborales del futuro se explicarían
fácilmente con la imagen de una de aquellas galeras, en las que se remaba por
el miedo a los azotes sin ningún convencimiento en la utilidad de lo que se
hacía. También son muchos los que todavía creen que la jerarquía estricta y
deshumanizada trae consigo la eficiencia automática. Otros, en cambio, creen
que frente al tono chusquero, la frialdad, o el cinismo de George Clooney despidiendo
trabajadores en la película Up in the air,
prefieren ser de los que usan el hombro cuando están al frente de un grupo de
personas: arriman el hombro como el que más, ayudan hombro con hombro junto al
último de la fila, siempre dan las gracias, nunca hieren cuando tienen que
recriminar, saben escuchar, se ponen en el lugar del otro y demuestran su
autoridad con el ejemplo y sin atisbo alguno de despotismo. Nuestros males
quizá no procedan tanto de la desidia de nuestra naturaleza como de la falta de
una cultura de la cooperación, en la que cada pequeña pieza del engranaje
recibe su consideración y es tenida en cuenta. Algo tan simple como hacer
prevalecer los fundamentos del comportamiento adulto, desterrando todos esos
tics que recuerdan épocas de esclavismo. Más que un hombro sobre el que llorar,
que también es necesario de vez en cuando, es urgente no desperdiciar a los que
tienen la cabeza sobre los hombros. Son ya rara avis y en
peligro de extinción.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 5 de marzo de 2012.
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