22 julio, 2013

Inseguridad ciudadana


Las guías turísticas nos advierten de lugares peligrosos en los que nos pueden quitar la cartera sin que nos demos cuenta. Si se quedan ustedes parados como pasmarotes ante el maravilloso reloj astronómico de Praga o ensimismados entre el colorido de las Ramblas de Barcelona, es muy posible que sean blanco fácil de carteristas y descuideros. Sus técnicas son depuradas y en cuanto agarran un monedero lo pasan al instante a un compinche, de manera que quien está detrás puede alzar sus manos y pedir que le registren. Cuando los hurtos o los tirones aumentan se dice que hay un incremento de la inseguridad ciudadana; si las cifras descienden, los delegados gubernativos preparan una rueda de prensa y nos desgranan orgullosos datos y porcentajes sobre la eficacia policial.

En cambio, los robos perpetrados con corbata desde un despacho elegante parece como si no lo fueran, como si no contaran en las estadísticas de la inseguridad ciudadana: es lo que le pasaba a los ancianos que llevaban su cartera bien agarrada por la calle, pero que fue en una oficina enmoquetada donde les volatilizaron sus ahorros de forma preferente.  La gravedad de la corrupción  que hemos padecido y seguimos sufriendo no está solo en saber quién se ha llevado a casa un dinero de manera espuria, sino a quién se lo han arrebatado. Porque cada donativo de empresarios que acababa en sobres marrones nos lo estaban (y nos lo están) cobrando a cada uno de nosotros en los injustos y desatados precios de las viviendas, desde el inicio de los 90 y hasta hoy. Eso sí que es inseguridad ciudadana y no los carteristas del metro.


Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 22 de julio de 2013.

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