Desconozco la
manera de resolver la inmensa mayoría de las complicaciones que en el mundo
existen, incluso muchas que parecen bastante fáciles: no sé cambiar la batería
de un coche, ni arreglar un grifo, ni reparar el interior de un disco duro. No
me pregunten qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS, como cantaba Polanski y el Ardor en los ochenta,
porque ni supe que contestar entonces, ni existe aquel Estado y, dicho sea de
paso, porque ahora el gobierno ruso se me hace más repugnante casi el estalinismo
(que yo siempre lo he diferenciado del comunismo).
El sentido común
y la experiencia me dicen que hay remedios que no sirven, aunque en un primer
momento parezca que sí son una solución. Un fuerte dolor de pie desaparecería
para siempre con amputación y no hay leve jaqueca o grave tumor que sobreviva a
una afilada guillotina. La cuestión es que cuando uno quiera solventar un
desaguisado, por grave que sea, no debería provocar otro de dimensiones
mayores: si se ha incendiado el monte no vayas a apagarlo con latas de gasolina,
porque no todos los líquidos sofocan las llamas.
Hablando en serio,
que no en sirio: no sé si a estas alturas Damasco ya habrá sido bombardeada, y
si a la medalla que le dieron a Obama
con el premio Nobel de la paz le ha salido algún tipo de herrumbre. Sólo sé que
a una brutalidad como la supuesta utilización de armas químicas a cargo de Bashar al-Asad no se puede combatir con una guerra en un escenario que no puede
soportar más violencia. Y en Somalia, mientras tanto, ya no quedan ni médicos altruistas para salvar las maltrechas vidas, pero allí ya no hay ni botín de
guerra.
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