Esta es la entrada nº 1000 de este blog, que empezó en septiembre de 2005 y que se alimenta una vez por semana, en el peor de los casos. Alguna vez pensé en cerrarlo, pero con la excusa de ir colgando lo que escribo para El Periódico Extremadura y alguna que otra cosa... pues aquí se queda, como una de esas obras inconclusas que uno va haciendo por el mundo. Vamos a por las mil siguientes.
28 febrero, 2014
24 febrero, 2014
Morir en la playa
Hace dos meses murieron seis jóvenes en mi
playa favorita de Portugal: a seis universitarios se los llevó una la de
madrugada, en una de esas estúpidas novatadas tan arraigadas en el mundo
académico luso. La tragedia ha abierto el debate sobre la persistencia, en
pleno siglo XXI, de tradicionales ritos iniciáticos de integración que suelen
acabar en humillación o salvajadas. En Portugal se publicaron los nombres de
las víctimas, se sabe de sus familias y es imposible no conocer todos los
detalles de un drama que está constantemente en los medios y de forma
personalizada.
Pero Praia do Meco no es la
única en la que la gente pierde la vida: en Ceuta perecieron quince personas
que ya estaban huyendo de la muerte. En nuestra mano estaba actuar para
salvarlos o permanecer pasivos sin ayudarles a sobrevivir, porque uno no quiere
acabar de creer esas informaciones que apuntan a que se les disparó mientras
escapaban a nado en un mar gélido. Todavía no he conseguido leer los nombres de
ninguna de estas quince personas, no han identificado a ninguna de ellas y
jamás veremos a sus familiares contar sus sentimientos en un programa de
televisión. Sus seres queridos en Mali o Senegal quizá nunca lleguen a saber
qué pasó con ellos, si consiguieron un trabajo en Almería o Marsella. Quince
cifras más para poner en las tumbas de los cementerios del estrecho y nada más.
Estos días he recordado aquella foto de Javier Bauluz, la de una
pareja bajo la sombrilla y un cadáver al fondo. Han pasado catorce años desde
entonces y las playas siguen siendo escenario de unas muertes perfectamente
evitables.
Publicado en El Periódico Extremadura el 24 de
febrero de 2014
17 febrero, 2014
Sed de justicia
Reclamar justicia no es un acto de
desconfianza ni de mala fe, aunque están tan extendidos los espíritus
serviles, las pleitesías y los resortes para permanecer cabizbajos, que
muchas veces uno tiene que dar explicaciones de por qué reclama sus
derechos. Las bienaventuranzas decían que los que tienen sed de justicia
serán saciados pero la realidad dista mucho de las sagradas escrituras:
a nadie se le escapa que los sistemas judiciales están perfectamente
preparados para proteger a los poderosos y vilipendiar a los inermes.
Incluso las normas constitucionales que salvaguardan los derechos
básicos fundamentales se conculcan con facilidad, porque no hay juez con
capacidad de dictar una ejecución de los artículos 35, 43 o 47. Y si no
tienes manera de que te escuchen cuando reclamas justicia, no se te
ocurra romper cristales
o mear fuera del tiesto, que esas argucias solo están permitidas para
determinadas castas, y corres el peligro de que te juzguen y te condenen
mañana mismo, con una celeridad que solo se aplica para unos.
En
una semana nos ha dado tiempo de comparar el trato recibido en un
juzgado por una mujer con apellido borbónico, que no se enteraba de las
millonadas que amasaban sus sociedades, y por 19 personas que querían
hacer oír su grito a favor de una renta básica que los aparte de la
miseria absoluta. Podemos discutir muchas horas sobre la manera de
hacerse escuchar en este mundo, donde unos solo necesitan descolgar un
teléfono y otros han de subirse a la mesa, pero no caigamos en el error
de crucificar a los que tienen hambre y sed de justicia, porque no
sabemos lo que haríamos si estuviéramos en su lugar.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 17 de febrero de 2013.
10 febrero, 2014
Juegos de guerra
Ayer
entregaron los premios Goya y dentro de tres semanas tendrá lugar la ceremonia
de los Oscar. A veces, en una de esas galas de lujo y glamour, aparece una
historia que te llega a lo más profundo, como nos ha pasado a muchos cuando hemos
visto el cortometraje de Esteban Crespo
titulado Aquel no era yo. Este
documental, que ya recibió el Goya el año pasado y que el día 2 de marzo puede
hacerse con la más preciada estatuilla de Hollywood, cuenta una historia cruda,
con imágenes muy impactantes y demasiada realidad detrás. En diecinueve países hay
todavía muchos niños con un fusil entre sus manos, que participan en guerras y
acciones violentas inimaginables. Pasado mañana el mundo ha marcado en el
calendario la fecha para que nos acordemos de ellos y son muchas las
organizaciones que se dedican a intentar salvar a estas pequeñas víctimas del
horror en el que viven. Y el primer paso que hay que dar es conseguir que el
mundo sepa que existen, algo que no siempre es fácil.
Los veinticuatro
minutos que dura la película de Esteban Crespo son una herramienta eficaz para
que pensemos en la crueldad de un mundo en el que los más pequeños y las más
indefensas, quienes deberían estar jugando y aprendiendo, acaban siendo actores
principales de un género bélico que, desgraciadamente, no es de cartón piedra
como en el cine. Pero tampoco olvidemos que las armas que blanden estos
chavales no han sido fabricadas en sus países sino, quizá, al lado de nuestras propias
casas. Luchar contra estas hipocresías sí que empieza a ser una tarea propia de
otros géneros cinematográficos, el fantástico o la ciencia ficción.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 10 de febrero de 2014.
El
miércoles 12 de febrero, a las 19 horas, se celebra en la residencia
universitaria Hernán Cortés de Badajoz un vídeo-fórum con la proyección
del cortometraje Aquel no era yo. La entrada es libre.
03 febrero, 2014
Pluralismo político
La
libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político son los
cuatro valores superiores que propugna nuestro ordenamiento jurídico. Y
deben de ser muy importantes porque así se mencionan en el primer
artículo de la Constitución. Lo que no tengo muy claro es si el concepto
de pluralismo lo entendemos todos de la misma manera: para muchas
gramáticas el plural es el singular más uno y solo los antiguos griegos
tenían un número llamado dual, que andaba a medio camino de los dos. Yo
soy de los que siempre he pensado que la dualidad es una singularidad
ligeramente ampliada, que no debe confundirse con la pluralidad. Por eso
me pareció siempre un fraude que la grandilocuencia de esa expresión de
la carta magna conviviera con unas normas electorales pensadas y
pactadas para que solo pudiéramos elegir entre dos opciones.
Poco
a poco el pluralismo se va haciendo un hueco y cada vez son más las
posibilidades que tendremos para poder elegir: al PP le ha salido un
competidor por la derecha que pretende ser vox populi, UPyD gana adeptos entre antiguos votantes de los grandes partidos, e incluso dentro de la izquierda se podrá escoger entre varias candidaturas
en las próximas elecciones europeas. Hay quien ve con cierto miedo la
fragmentación ideológica del panorama político, mientras que otros
creemos que era una necesidad clarificadora, porque era imposible que
tantos matices del pensamiento se cerraran en dos, como los diez
mandamientos. El pluralismo político sirve para enriquecer y profundizar
la democracia, mientras que el dualismo político corre el peligro de
convertirse en un trastorno (bipolar).
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 3 de febrero de 2014.
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