La semana pasada me enteré de que uno no puede
declararse objetor al sistema de votaciones y debe formar parte de una mesa
electoral si así lo decide el sorteo. En cambio, hay alguna junta electoral que
ha eximido de la misma obligación a quien tenía unas
entradas para una final o a quien alegaba que un hijo
comulgaba por vez primera ese día. Todo un prodigio de criterio sensato
(entiéndase la ironía), pero el fútbol parece ser algo intocable en este país y
que está por encima de cualquier otro precepto.
Tampoco se puede uno meter mucho con la
fiesta nacional, y eso que hemos vivido un hito histórico el martes pasado, con
ese 2-3 en Las Ventas a favor de los seres inocentes de cuatro patas, esos
que llevan siglos recibiendo un 6-0 jornada tras jornada. No es que desee el
mal para los autodenominados toreros, pero no me negarán que después de perder
tantas batallas merece la pena la alegría de ver que cuatro
toros se salvaban de la tortura y la muerte violenta en forma de
espectáculo.
Y mientras terminamos de contar votos para
ver que somos europeos, se me viene la imagen de las vaquillas
maltratadas en los pueblos de España por culpa de la maldita tradición. O
incluso sin tradición alguna como en mi pueblo, que el jueves
decidieron reponer una práctica que no esconde ni arte, ni costumbres
ancestrales ni nada.
Cuando el fútbol y los toros son casi
religiones, cuando es más fácil librarse de una mesa electoral con entradas de
fútbol que con argumentaciones morales, entonces es que algo grave debe de
estar pasándonos como sociedad. Confieso que no lo entiendo.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 26 de mayo
de 2014.
Espeluznante foto de Jon Amad.