Una canción de mi época de universitario decía que la tradición era una maldición. Con el tiempo te das cuenta de que la frase no es un axioma y
que no todo lo que heredamos es abominable. Pero la semana pasada nos tocó
escuchar los argumentos de quienes defienden la tortura y muerte de un toro en
Tordesillas, y muchos se refugiaban en la tradición como último recurso, cuando
ya no tenían una sola palabra coherente con la que sostener su barbarie. Por
eso, quizá fuera necesario hacer un repaso de todas aquellas cosas que seguimos
haciendo por la fuerza de la costumbre y que la evolución del pensamiento
humano podría haber convertido en ridículas, humillantes o crueles.
La vida universitaria parece que también tiene sus ritos
iniciáticos. No ha acabado septiembre y ya sentimos en las ciudades la llegada
de los estudiantes, que adelantan el inicio del curso gracias a la
homogeneización europea de calendarios. Así que ya no es como antes, que empezábamos
en octubre y hasta en noviembre. No sé si será porque el sábado nos reunimos
los colegas de la promoción, veinticinco años después, pero a uno le da por
fijarse en las similitudes y diferencias de lo de ahora con otros tiempos. Una
de ellas es la práctica de maltratar a los novatos, que no estaba tan extendida
en el pasado puesto que muchos jamás sufrimos ni participamos de esas formas de
hacer el cenutrio. Los hemos visto en las calles, con la cara pintada, con el
pelo lleno de huevo y harina, en una especie de juego macabro en el que se
demuestra cualquier cosa menos la madurez que se supone a quien cursa estudios
superiores. Desgraciadamente no es un mal autóctono sino que sobrepasa las
fronteras: hace unos días el gobierno portugués ha tenido que publicar unas recomendaciones a todas las instituciones académicas del país advirtiendo de cosas
tan obvias como que nadie puede ser obligado a participar en las famosas praxes, en un país conmocionado por la
muerte de varios jóvenes a principio del curso pasado.
Si preocupante es la actitud de quienes humillan a sus compañeros,
no lo es menos la de los que se resignan a sufrir el escarnio casi de buen
grado, en una especie de síndrome de Estocolmo, creyendo que es la mejor forma
de integrarse. No. Para familiarizarse con un entorno y nuevos compañeros lo
mejor es hacerlo civilizadamente y sin necesidad de acordarnos de las escenas
de La chaqueta metálica de Kubrik. Cuando
la tradición se convierte en un acto miserable, sin pies ni cabeza, se necesita
desenmascarar la catadura moral e intelectual de quienes perpetran tanta
animalada. Y la vida universitaria, que tendría que ser ejemplo para toda la
sociedad, tiene ahí un borrón que debería hacer desaparecer lo más pronto
posible, para que ningún gobierno tenga que dictar instrucciones como ha
ocurrido en Portugal, para que ninguna tradición acabe por ser una maldición.
Foto publicada en Abc el año pasado
2 comentarios:
Estupendo.
Gracias.
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