Han dejado de decirnos desde arriba que vivíamos por encima
de nuestras posibilidades: en cuanto se ha descubierto que eran ellos los
que tenían tarjetas de crédito opacas ya no tienen tanto descaro como para
culparnos de la catástrofe. Aunque hay que reconocer que las desgraciadas
consecuencias de esta crisis, provocada por la avaricia de unos cuantos y
descargada en las espaldas de los más necesitados, también nos han permitido
intentar buscar otras maneras de salir adelante, que a algunos les parecerán una
forma de volver a los orígenes de la humanidad.
Hace ya más de veinte años que escuché hablar de la existencia
de un cierto regreso al trueque en algunos países. Fue en una clase de idiomas,
en las que cada alumno tenía que prepararse una disertación, y un amigo nos
habló de los banco de horas, en los que te arreglan un grifo a cambio de un
corte de pelo o de sacar a pasear los perros, sin dinero de por medio. Lo que
empezó hace unas décadas como una experiencia curiosa va extendiéndose muy
lentamente y va tomando otras formas. La necesidad y cierta conciencia
ecológica nos va empujando a hacer un uso más eficaz de todos los recursos. Así,
cada vez es más habitual compartir el coche o intercambiar casas cada vez que
se necesita hacer un trayecto o viajar a otra ciudad. La gente se está
organizando de mil maneras para sacar adelante una incipiente economía
colaborativa que debería recibir un aplauso generalizado, en un momento en el
que los recursos del planeta no son inagotables y en el que habría que empezar
a plantearnos cómo decrecer sin empobrecernos.
Pero esta economía colaborativa tiene sus detractores. A
primeros de septiembre supimos que un centro concertado cacereño llamaba a la
policía alertando de unas madres que intercambiaban en la calle sus caros
uniformes. En algún que otro centro, de esos que también venden los libros de
texto, se atacaba la línea de flotación de las madres que habían creado un
sistema no lucrativo de reutilización de materiales: bastó con indicar a los
profesores que obligaran a los niños a traer durante un par de meses el libro
del año anterior y examinarse sobre su contenido.
Ahora también se quiere regular el llamado crowdfunding, que no es otra cosa que valerse de la facilidad de
encontrar a mil amigos que te dejen 10 euros antes de que un banco que te
preste diez mil. No cabe duda de que es necesario que todas estas formas de
cooperación encuentren un acomodo legal, pero frenar la capacidad de los
individuos de organizarse para capear el temporal es moralmente reprobable y
económicamente insostenible para el conjunto de la sociedad. Cuando supe que
quienes tienen paneles solares en casa para autoabastecerse han de pagar a las
eléctricas, me di cuenta de que la economía colaborativa tiene que luchar
todavía contra demasiados poderosos, de esos que guardan una tarjeta opaca en
sus carteras.
Publicado en HOY el 8 de octubre
de 2014
1 comentario:
Y Triodos Bank. Banca ética que funciona.
José María Durán
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