14 enero, 2015

Un mundo difícil

Nos falta perspectiva histórica y siempre tendemos a creer que estamos al borde del momento más crítico para el planeta. Además, muchas veces nos falla también la geografía y consideramos que solo importa lo que pasa cerca o lo que le ocurre a gente como nosotros. Las alarmas del mundo se encienden cuando a las capitales de Occidente llegan muestras de una barbarie que se repite día a día en otros lugares del mundo. Si un periodista blanco es degollado a siete mil kilómetros nos impacta porque quizá su viuda y sus hijos viven en un bloque de pisos como el nuestro. En cambio, si son 200 niñas las que han sido secuestradas en Nigeria, entonces nos estremecemos un poquito para exclamar cómo está el mundo por esos países.

La libertad de expresión jamás debiera tener límites y hacer uso de ella no debiera poner en peligro la vida de nadie. Ni tampoco debería nadie acabar en una celda, sancionado con una multa o despedido de su trabajo por decir o escribir aquello que es su opinión. Una vez aclarado esto, convendría reflexionar sobre qué ha pasado en el mundo durante esta última semana que no llevara ocurriendo hace cinco meses o quince años. Lo único que ha cambiado es el lugar y la naturaleza de las víctimas, porque todo lo demás ya lo sabíamos los que cada semana echamos un vistazo a la situación de los derechos humanos en el mundo.

Cuando oí por primera vez hablar del Estado Islámico me eché las manos a la cabeza, pero no solo por la crueldad de sus acciones sino porque se repetían errores históricos de torpeza incalculable, esa tan utilizada por la inteligencia norteamericana de ir armando a cualquier descerebrado contra un enemigo común, y que inició Reagan en los años 80 bendiciendo a los talibanes frente a las tropas soviéticas.

Todo está muy complicado y no lo va a curar la sobredosis de hipocresía que hemos podido ver en las calles de París. Y no me refiero a los millones de personas que clamaban contra de los asesinatos cometidos en la capital francesa, sino por esa especie de selfie de gobernantes, bien apartados del pueblo en una mini manifestación para élites, y en cuya primera fila se podía ver a mandatarios que encarcelan a periodistas y a embajadores de países que dan latigazos a quien se atreve a disentir. Un joven estudiante llamado Daniel Wickham desmontaba en la tarde del domingo el cinismo de la fotografía, desgranando en una veintena de tuits las fechorías contra la libertad de expresión que llevan a cabo, diariamente, los tipos de una primera fila bastante miserable.

Vivimos en un mundo difícil, pero acabar con la barbarie ha de hacerse globalmente, para que también se pueda vivir en Gaza o en Damasco. Y estamos muy lejos de lograrlo si no aprendemos de los errores del pasado y matamos nuestras libertades a cambio de más seguridad. Si así lo hacemos, nos habrán vencido.


Publicado en las páginas de opinión del diario HOY el 14 de enero de 2015


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