Hace
unos días leí en este mismo espacio la columna de mi vecino de los martes, en
la que se refería a un extremeño como el primer hombre que avistó el Pacífico.
La frase me hizo recordar a mi admirado Eduardo Galeano, que en uno de sus
libros describía el momento en el que el profesor explicaba dicho episodio en
la clase de Historia, y donde un chico preguntaba si los habitantes de lo que hoy
es Panamá eran todos ciegos en aquella época. Tras la muerte de Galeano se han ido
difundido por las redes sociales frases y fragmentos de su obra, especialmente
uno en el que habla de “los nadie”, de aquellos que balen menos que la bala que
los mata y que en las últimas horas nos han inundado las pantallas y los periódicos.
No
habían pasado ni diez horas desde que el avión de Germanwings se
estrellara en los Alpes y ya había un equipo de psicólogos de varios países
preparados para auxiliar a los familiares de los accidentados. Ante las
desgracias somos capaces de analizar las causas, modificar las normas para intentar
que no vuelvan a ocurrir y dar el necesario apoyo a las víctimas que
sobreviven. Ahora me pregunto si los psicólogos que reconfortaron a los
allegados de ese accidente de avión o los que atendieron a tanta gente tras
los atentados del 11M en Madrid estarán ya de camino hacia un puerto italiano.
Me temo que no. Y que tampoco irá nadie por diversos países de África
recogiendo muestras de ADN para identificar los cadáveres que salgan a flote en
el Mediterráneo. Setecientos “nadies” que se sumarán a la lista interminable de
un holocausto consentido que Occidente no sabe atajar, porque ha equivocado
desde hace décadas las causas del problema y solo piensa en maquillar los
síntomas más visibles.
Las
primeras reacciones de Merkel al conocer la catástrofe hablaban de luchar
contra las mafias y de reforzar las fronteras exteriores de la Unión Europea.
Por un momento pensé que volvería escuchar a Mayor Oreja contando aquello del
efecto llamada. Todos sabemos que esas mafias no existirían si no hubiera gente
tan desesperada como para hacinarse en cualquier cascarón de nuez y emprender
una huida desde la muerte hacia cualquier otro lugar (que casi siempre,
desgraciadamente, es también la muerte).
Hace veintiún años las calles de las ciudades estaban llenas de tiendas
de campaña que reclamaban un compromiso tan simple como solventar el hambre del
mundo con cargo al 0,7% del PIB de los países más desarrollados. El compromiso
databa de principios de los años 70 y no lo han cumplido más que media docena
de países nórdicos. Las vallas y la lucha contra las mafias son tan inútiles
como una cortina de papel para protegerse de un tsunami: o afrontamos la manera
de construir un planeta en el que todos podamos sobrevivir o no habrá fortaleza
europea en la que agazaparnos. No lo dejen para más adelante.
Publicado en el diario HOY el 22 de abril de 2015.