08 abril, 2015

En tierra extraña



Hace unos días he tenido la oportunidad de ver dos películas en las que el tema era el mismo pero el abordaje bien diferente. Había oído hablar de una de ellas,  titulada Perdiendo el norte, y de la que sabía dos cosas con antelación: que contaba una historia de jóvenes españoles sobradamente preparados en Berlín, y que se había convertido en la cinta española más taquillera del año. A pesar del éxito de público el largometraje me decepcionó, porque la interpretación era pésima (con alguna excepción) y porque pretendía ser una comedia que a mí no me hacía ninguna gracia. La segunda obra era un documental de Icíar Bollaín rodado en Edimburgo y titulado En tierra extraña, con las historias reales de personas jóvenes, con carreras y posgrados, pero que se sentían incluso afortunadas por trabajar de pinche de cocina o de camarera de pisos en un hotel de esta bella ciudad escocesa. A alguna se le saltaban las lágrimas, otras habían perdido la esperanza y en muchas miradas se leía una cierta impotencia por cambiar algo de su destino.

Ha sido esta película-documental de Bollaín la que me ha hecho reflexionar durante varios días, porque en aquellas caras uno no puede dejar de imaginar el futuro de sus propios hijos, que quizá estén condenados a emigrar o a tener que alegrarse cada vez que obtengan un contrato corto y mal pagado que los telediarios publicitarán como un éxito de la política económica. Y es entonces cuando uno se plantea si merece la pena permanecer al margen de todo, en esa asepsia falsa que llaman neutralidad política, esperando a que amaine un temporal que parece eterno, o bien arremangarse y empezar a buscar una salida para quienes no tienen ni barco ni salvavidas en medio de esta tormenta.

Existe todavía demasiado respeto a la significación política, especialmente en Extremadura, donde nos conocemos casi todos. En cambio, no conozco a ningún ser humano que sea apolítico: en cuanto se tiene una edad  y una capacidad mental para distinguir lo justo de lo injusto, todos pasamos a ser elementos que colaboran y cooperan para que las cosas vayan por un lado o por otro. Me estremece el grito fanfarrón de tasca que afirma no ser ni de unos ni de otros, que es como ver un bosque ardiendo y decir que no te decantas ni por los árboles ni por el fuego.  Otra cosa bien distinta es que no te gusten las opciones organizadas ya existentes, pero eso no convierte a nadie en apolíticos: como mucho en apartidista y no siempre.

Ahora vienen tiempos en los que nos quedan pocas opciones: permanecer expectantes mientras buscamos una tierra extraña para las generaciones más preparadas, o bien tratar de darle la vuelta a esta manera de entender el mundo que nos han vendido como la única posible. Pero que a nadie le quepa duda de que ambas son política, una la que te hacen, otra la que intentas hacer.


Publicado en el diario HOY el 8 de abril de 2015


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