17 junio, 2015

Humor, textos y contextos

En febrero de 1991 la asociación de mujeres Agustina de Aragón dio una rueda de prensa para denunciar que una fiesta carnavalera llevaría el título de “mi marido me pega”. Semejante ocurrencia no había surgido de la nada, sino que era el producto de el último éxito televisivo de la nochevieja, en el que uno de los miembros del dúo Martes y Trece estuvo hasta las tantas repitiendo la frase con una peculiar pronunciación del último fonema consonántico. Reconozco que nunca me hizo mucha gracia ese dúo humorístico y que desde aquel día pasó a no hacerme ninguna. La cuestión es que gran parte de la población consideró un exceso la queja de la asociación de mujeres y continuó riéndose con los programas de Josema y Millán, con los chistes de gangosos y tartamudos, con los que vejaban a los homosexuales, los que rezumaban zafiedad machista o los que denigraban a negros, moros o gitanos.

Hemos avanzado y hay cosas que ya no se volverían a repetir. El humor es un sentido tan necesario como los otros cinco y  el verbo reír suena mejor seguido por la preposición “con” y no “de”. Las palabras pueden herir y es deseable que la violencia se ausente, incluso de forma figurada, de todas las declaraciones públicas o privadas, en redes sociales o en la barra del bar. No es de recibo que una presidenta de comunidad diga que habría que matar a los arquitectos, ni que un concejal del PP Palencia quiera le peguen un tiro a un político con coleta, ni que un concejal de Ahora Madrid desee la tortura y muerte de un ex alcalde.

Pero convendría diferenciar lo que son las palabras escritas y pronunciadas literalmente, de lo que son esas mismas palabras en otro contexto. No es lo mismo hacer chistes sobre el holocausto judío que poner un ejemplo entrecomillado de lo que sería una burrada en un debate tuitero sobre los límites del humor negro. Por eso me parece extraño que el objeto de todas las iras haya sido Guillermo Zapata y no Pablo Soto (por citar dos casos de la misma formación política que me parecen bien diferentes) y no llego a comprender por qué se ha dado por cierta la versión de que los tuits de Zapata eran chistes contados con la intención de hacer gracia, cuando eran un muestrario de la barbarie a la que se puede llegar cuando se pierde el norte. Lo explicaban mejor en un programa de radio en el que contaban una noticia falsa: “Profesor de Derecho detenido por blasfemo mientras explicaba con ejemplos en qué consistía el delito de blasfemia”. A algunos nos criticarán por ver a Zapata como a ese profesor de derecho, quizá los mismos que se entretienen buscando en youtube la parodia de aquella nochevieja en la que se burlaban de una locutora de radio, de su orientación sexual y de su amistad con una folclórica.

Publicado en el diario HOY el 17 de junio de 2015.


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